Cargo No. 5 contra la iglesia moderna
“El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios
se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).
¡Y así como era en la época de los Wesley y de Whitefield, es ahora!
¿Qué enfrentamos? La mayor parte del tiempo no enfrentamos necesariamente el bautismo
infantil. Tampoco enfrentamos una confirmación estilo iglesia anglicana y católica,
realizada por alguna autoridad eclesiástica. Lo que enfrentamos ahora es la
“oración del pecador”.
Y aquí estoy para decirles que si algo hay a lo cual le he declarado
la guerra, es a la oración del pecador. Sí, y de la misma forma como el
bautismo infantil para salvación era, en mi opinión, el becerro de oro de la
Reforma, es la oración del pecador el becerro de oro (23) actual de los
bautistas, de otros evangélicos y de todos los que los han seguido. ¡La oración
del pecador ha enviado a más gente al infierno que cualquier otra cosa sobre la
faz de la tierra!
Quizá piensen ustedes: “¿Cómo puede decir semejante cosa?” Les
respondo: Vayamos a las Escrituras y muéstrenme, ¡por favor! Me encantaría que
me mostraran dónde dice que alguien fuera evangelizado de esa manera. La Biblia
no nos dice que Jesucristo vino a la nación de Israel y le anunció: “El tiempo
se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado, entonces, ¿quién quiere
invitarme a su corazón? Veo aquella mano que se levanta”. Eso no es lo que
dice. ¡Cristo dijo: “Arrepentíos y creed el evangelio” (Mar. 1:15)!
La gente confía hoy día en el hecho de que alguna vez pronunciaron una
oración, y alguien les dijo que eran salvos porque habían sido sinceros. En
consecuencia, si uno les pregunta: “¿Eres salvo?” no contestan: “Sí, lo soy
porque tengo los ojos puestos en Jesús y tengo evidencias poderosas que me dan
la seguridad de haber nacido de nuevo”. ¡No! En cambio dicen: “Cierta vez dije
una oración”. Ahora viven como demonios, ¡pero dijeron una oración! Oí decir de
un evangelista que estaba exhortando a un hombre a hacer precisamente eso. Por
último, el hombre se sentía tan incómodo que el evangelista dijo: “Está bien,
hagamos una cosa. Yo oraré por usted y si eso es lo que le quiere decir a Dios,
apriéteme la mano. ¡He aquí el poder de Dios!”
El “decisionismo”, la idolatría del “decisionismo”. La gente cree que
va camino al cielo porque han juzgado suficiente la sinceridad de su propia
decisión. Cuando Pablo fue a la iglesia en Corinto, no les dijo: “A ver,
ustedes no están viviendo como cristianos, así que volvamos a aquel momento en
su vida cuando dijeron aquella oración y veamos si fueron sinceros”. No, dijo
esto: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros
mismos” (2 Cor. 13:5).
¡Quiero que sepan, amigos, que la salvación es únicamente por fe! Es
gracia sobre gracia sobre gracia. Pero la evidencia de la conversión no es que
meramente uno examine su sinceridad en el momento de su conversión. En cambio,
es el fruto continuo en su vida.
Oh, mis queridos amigos, ¡consideremos lo que hemos hecho! ¿Acaso no
se conoce un árbol por su fruto (Mat. 7:20)? En la actualidad, 60% o 70% de los
norteamericanos se creen convertidos, nacidos de nuevo. Pero, ¿damos muerte a
cuántos miles de bebés por día? Y somos aborrecidos alrededor del mundo por
nuestra inmoralidad. ¡Así y todo nos creemos cristianos!
Y yo pongo la culpa de esto directamente a los pies de los
predicadores. He visto esto en todas partes. Muchos calvinistas y arminianos
tienen algo en común. Es esto: la misma invitación superficial. Hablan mucho de
muchas cosas y después llegan al momento de la invitación, y es como si todos
perdieran la cabeza.
¿Pueden imaginarse acercarse a alguien y decir: “Dios lo ama y tiene
un plan maravilloso para su vida”?
“¿Qué? ¿Dios me ama? Eso es buenísimo porque yo también me amo. Oh,
esto es maravilloso” ¿Y Dios tiene un plan maravilloso? Yo también tengo un
plan maravilloso para mi vida. Y si lo acepto a él, quiere decir que entonces
mi vida será la mejor de las mejores. Esto es absolutamente maravilloso”.
Pero esto no es evangelismo bíblico. Le voy a dar algo bíblico en su
lugar. Dios se acercó a Moisés, y
“proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte,
misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad;
que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el
pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la
iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta
la tercera y cuarta generación” (Éxo. 34:6-7).
¿Cuál fue la reacción de Moisés?
“Entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo y adoró” (Éxo.
34:8).
La evangelización comienza con la naturaleza de Dios. ¿Quién es Dios?
¿Puede el hombre reconocer algo de su pecado si no tiene una norma con la cual
compararse? Si no le decimos nada más que cosas triviales que inquieta la mente
carnal (24), ¿podrá alguna vez ser llevado a un arrepentimiento auténtico y una
fe auténtica?
1. No comencemos con: “Dios te ama y tiene un plan maravilloso”.
Tenemos que comenzar un diálogo a fondo sobre quién es Dios. Y tenemos que
decirle a la persona desde el principio ¡que puede costarle la vida (Mat.
16:24)!
2. Y luego de aquel comienzo equivocado, siguen preguntas
exploradoras: “Sabes que eres pecador, ¿no?” Eso sería como si, cuando mamá se
estaba muriendo de cáncer hace unos años, el médico hubiera entrado y dicho:
“Eh, señora, sabe que tiene cáncer, ¿no?” Tratamos el tema con demasiada
superficialidad. No tiene peso ni solemnidad.
En cambio tenemos que decirles: “Señor, sufre usted de un mal mortal y
será juzgado por él”. Porque si meramente decimos: “Señor, usted sabe que es
pecador, ¿no?” no llevaremos a ninguna convicción. Si le preguntamos al diablo
si sabe que es pecador, responderá: “Pues sí, lo soy. Y uno muy bueno o muy
malo, dependiendo del punto de vista. Pero sí, yo sé que soy pecador”.
La pregunta no es: “¿Sabes que eres pecador?” La pregunta es: “¿Está
obrando el Espíritu Santo en tu corazón por la predicación del evangelio de tal
manera que ha causado un cambio por lo que ahora aborreces el pecado que antes
amabas, y ahora huyes del pecado que antes querías cometer como si te
estuvieras escapando de un dragón?”
3. Hoy la gente también pregunta: “¿Quieres ir al cielo?” Esta es la
razón por la que no dejo que mis hijos vayan al 98% de las Escuelas Dominicales
y Escuelas Bíblicas de Vacaciones en las iglesias evangélicas: una persona bien
intencionada, después de mostrar la película Jesús, se pone de pie y dice: “¿No
es Jesús maravilloso? “Sí” responden los niños.
“Niñitos, ¿cuántos de ustedes aman a Jesús?” “Yo, yo”.
“¿Quién quiere que Jesús venga a su corazoncito?” “Yo quiero, yo
quiero”.
Y después de esto se bautizan. Y pueden andar como cristianos por un
tiempo porque les han enseñado bien. Se están criando en una especie de cultura
cristiana, bueno, al menos en una cultura de iglesia. Pero cuando llegan a los
15 o 16 años, cuando ya están formando sus propios criterios, empiezan a romper
los lazos. Comienzan a vivir en iniquidad. Y entonces los reprendemos diciendo:
“Ustedes son cristianos, no están viviendo como si lo fueran. ¡Ya basta de
hacer lo que no deben!”
En lugar de esto, debemos acercarnos a ellos bíblicamente y decir:
“Hiciste una confesión de fe en Cristo. Lo profesaste aun en el bautismo, pero
ahora parece que te has apartado de él. Examínate. Pruébate. ¡Hay poca
evidencia en ti de una verdadera conversión!”
Y después de la universidad, cuando tienen 24 o 25, o quizá 30 años,
regresan a la iglesia y vuelven a dedicar su vida al Señor. Se acomodan bien a
la pseudo moralidad cristiana que cunde en el “iglesierismo” de la actualidad.
En el Día Final, escuchan esto: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de
maldad” (Mat. 7:23).
Ustedes dirán: “Hermano, está usted tan enojado”. ¿Acaso no tengo
derecho a estarlo? Alguien tiene que clamar pidiendo un avivamiento. Todavía ni
siquiera hemos enderezado los fundamentos. ¡Oh, que viniera un avivamiento y
los enderezara! Pero mientras tenemos los ojos abiertos, los oídos atentos y la
Biblia en nuestras manos, ¿no nos corresponde corregir estos errores
relacionados con la invitación evangelística?
Otra pregunta común que hacemos es: “¿Quieres ir al cielo?” Mis
queridos amigos, todos quieren ir al cielo, ¡pero no necesariamente quieren que
esté Dios allí cuando lleguen! La pregunta no debe ser: “¿Quieres ir al cielo?”
Lo que debemos preguntar es: “¿Quieres a Dios? ¿Has dejado de aborrecer a Dios?
¿Ha llegado Cristo a ser precioso para ti? ¿Lo anhelas?”
A menudo, para conseguir que alguien ore la oración del pecador, le
preguntan: “¿Quieres ir al cielo?” “Pues, sí”, es la respuesta. “Bueno
entonces, ¿te gustaría orar para pedirle a Jesús que venga a tu corazón?” Ahora
bien, amigos míos, hay gente que se convierte usando esa metodología, pero no
es por ella. ¡Es a pesar de ella!
En cambio, tenemos que estar preguntando: “Amigo, ¿anhelas a Cristo?
¿Tienes conciencia de tu pecado?”
“Sí, sí, la tengo”.
“Entonces observemos algunos pasajes bíblicos que nos explican qué es
el arrepentimiento, siendo el Espíritu testigo de que esto está sucediendo en
tu vida. ¿Comprendes lo destrozado que estás? ¿Ves la desintegración de todo lo
que pensabas, y que ahora tu mente está llena de pensamientos nuevos acerca de
Dios y de nuevos anhelos y nueva esperanza?”
“Sí, lo veo”.
“Amigo, quizá sean estos los primeros frutos del arrepentimiento.
Ahora, acude a Cristo. Confía en él. ¡Confía en él!”
Presten atención. Ustedes tienen la autoridad de compartir el
evangelio. Tienen la autoridad de contarles a los hombres cómo ser salvos y
tienen la autoridad de enseñarles los principios bíblicos de la seguridad del
creyente. Pero no tienen la autoridad de decirle a nadie que es salvo. ¡Esa es
la obra del Espíritu Santo de Dios!
Pero en lugar de tener esto en cuenta, se le hace pasar al interesado
por aquella cosita: “¿Le pediste a Jesús que viniera a tu corazón?”
“Sí”, es la respuesta.
“¿Te parece que fuiste sincero?”
“Sí”.
“¿Crees que Cristo te salvó?”
“No sé”.
“Por supuesto que te salvó porque fuiste sincero y él ha prometido que
si le pides que te salve, te salva. Así que eres salvo”.
Y con esto, la persona sale de la iglesia después de cinco minutos de
consejería, y mientras el evangelista se va a comer tranquilo, aquella persona
sigue perdida. ¡Está perdida!
Esa fue una invitación sin fundamento bíblico. Y si alguna vez la
persona duda de su salvación, vuelven a hacer lo mismo. Le preguntan: “¿Hubo un
momento en tu vida cuando oraste y le pediste a Cristo que te salvara?”
“Sí”.
“¿Fuiste sincero?”
“Creo que sí”.
“Entonces esto ahora se debe a que el diablo te está molestando”.
Y si la persona vive sin crecer, aun en el contexto de una iglesia sin
crecimiento y en continua carnalidad, no importa. Le echamos la culpa a la
falta de discipulado personal, y se lo adjudicamos a la doctrina del “cristiano
carnal”.
El mito del “cristiano carnal”
¡La doctrina del cristiano carnal ha destruido más vidas y enviado a
más gente al infierno de lo que podemos imaginar!
¿Lidian los cristianos con el
pecado? Sí.
¿Puede el cristiano caer en pecado? Por supuesto que sí.
¿Puede el
cristiano vivir en un estado de carnalidad continuo, todos los días de su vida,
sin llevar fruto, y ser verdaderamente cristiano? ¡Por supuesto que no!
De lo
contrario, cada promesa en el Antiguo Testamento que tiene que ver con el pacto
de preservación en el Nuevo Testamento ha fracasado, ¡y todo lo que Dios dijo
de la disciplina en la epístola a los Hebreos es mentira (Heb. 12:6)! “Cada
árbol se conoce por su fruto” (Luc. 6:44).
He visto predicadores que saben mucho de las cosas de Dios, pero
cuando se trata de una presentación cabal del evangelio, caen nuevamente en
esta metodología que no tiene ningún fundamento bíblico.
Les voy a contar una anécdota, una que representa uno de los momentos
más preciados de mi vida como cristiano.
Estaba predicando en Canadá, apenas a 30 kilómetros de Alaska. ¡En
realidad había en el pueblo más osos pardos que gente! Era una pequeña iglesia
de unas 15 o 20 personas, y yo me disponía a predicar. Entonces, justo cuando
me puse de pie en el púlpito, entró un hombre enorme y fornido, de unos 60 o 70
años. Podía habernos ganado en una pelea a todos los presentes. Y al estar
predicando y observar su rostro, descarté todo lo que tenía planeado decir y
empecé a predicar el evangelio. Aquel era el ser humano más triste que había
visto en mi vida. Prediqué solo el evangelio y más evangelio; cuando terminé,
bajé del púlpito y caminé derecho hacia él.
Le pregunté: “Señor, ¿qué le pasa? ¿Qué es lo que le está afligiendo
el alma? Nunca en mi vida he visto a un hombre tan triste y desanimado”. Sacó
un sobre grande donde tenía unas radiografías que yo no entendía. Pero él me
dijo: “Recién vengo del doctor. Me voy a morir en tres semanas”. Y me contó:
“He vivido toda mi vida en una hacienda de ganado. La única manera de llegar a
la hacienda es en un hidroavión o a caballo por las montañas”. Agregó: “Nunca
he ido a la iglesia, nunca he leído la Biblia. Creo que hay un Dios, y cierta
vez oí hablar de alguien llamado Jesús. Nunca en mi vida había tenido miedo…
pero ahora estoy aterrorizado”.
“Señor, ¿comprendió usted el mensaje, el evangelio?”, le pregunté.
“Sí”, respondió él.
Ahora bien, en ese momento, ¿qué hubieran dicho la mayoría de los
predicadores? “Bueno, ¿quiere pedirle a Jesús que venga a su corazón?” es lo
que hubieran dicho.
Yo le dije: “Señor, ¿lo comprendió?”
Él respondió: “Lo comprendí, pero, ¿eso es todo? Un niño podría haber
comprendido eso. ¿Es eso todo, que si lo comprendo y oro, o…?”
“Señor, en tres semanas usted morirá. Yo tenía que partir mañana.
Cancelaré mi vuelo y nos quedaremos aquí con las Escrituras luchando y clamando
a Dios hasta que usted o se haya convertido o haya muerto yéndose al infierno”.
Y así fue que empezamos. Comencé en el Antiguo Testamento, seguí con
el Nuevo Testamento y con cada versículo bíblico que tiene que ver con las
promesas de Dios acerca de la redención y salvación, repitiéndolos sin parar,
leyendo Juan 3:16, orando por un rato, clamando a Dios, haciéndole preguntas
relacionadas con el arrepentimiento, relacionadas con la fe, relacionadas con
la seguridad del creyente, trabajando hasta que Cristo hiciera su obra en él. Y
al final, aunque agotados, no había pasado nada. Dije: “Amigo, oremos”. Y
oramos.
Le dije: “Vuelva a leer Juan 3:16”. “Lo hemos leído un millón de
veces”.
“Lo sé, pero es una de las promesas más grandes de salvación. Vuelva a
leerlo”.
Y nunca lo olvidaré. El hombre tenía mi Biblia sobre sus rodillas
sosteniéndola con aquellas manos enormes y dijo: “OK. Porque de tal manera amó
Dios al mundo, que dio… ¡soy salvo, soy salvo! ¡Hermano, todos mis pecados han
desaparecido! ¡Tengo vida eterna! ¡Soy salvo!”
“¿Cómo lo sabe?” le pregunté.
“Pero cómo, ¿acaso no ha leído usted este versículo?”
¿Qué estaba pasando? Un obrar del Espíritu de Dios, en lugar de esas
triquiñuelas de las que tantos se valen. ¡Qué! ¿Quieren ustedes irse a comer?
¡Qué! ¿Creen que la predicación es una función, después de la cual se van al
hotel? No, después de le predicación es cuando comienza la obra. Es ocuparse de
las almas. En cambio, la gente pasa al frente en las reuniones para ser
aconsejados por alguien que no debiera estar aconsejando. Y después de cinco
minutos, le entregan la oración del pecador por escrito para que la oren y una
tarjeta para que la firmen. Y, rápido, le dan la tarjeta al pastor, y el pastor
dice: “Quiero presentarles a un nuevo hijo de Dios. Denle la bienvenida a la
familia de Dios”. ¡¡Cómo se atreven!!
Si van a presentarlo, lo que corresponde decir es: “Esta noche este
hombre hizo una profesión de fe en Jesucristo. Y por nuestro temor de Dios y
nuestro amor por las almas, estaremos ahora trabajando con él para asegurarnos
de que Cristo realmente ha obrado en él, de que realmente tiene una comprensión
bíblica del arrepentimiento y la fe y gran seguridad y gozo en el Espíritu Santo.
Eso es lo que vamos a hacer”.
¡Miren lo que hemos hecho en el cristianismo moderno! Les ruego que
observen lo que estamos haciendo, porque este no es ningún rito extraño. Somos
nosotros de lo que estamos hablando. Les ruego: Basta. Por favor, ¡basta!
(23) becerro de oro – se
refiere al becerro de oro construido por Aarón en el Monte Sinaí, lo que llevó
a los hebreos rebeldes a rebelarse contra la orden de Dios (Éxo. 32:1-30).
(24) carnal – de la carne,
sensual, lo opuesto a la espiritualidad.
Si desea leer o estudiar los 10 cargos completos vaya al siguiente enlace:
Autor: Paul Washer
Fuente: Chapel Library
Transcripción y edición para Blogger de Cesar Ángel. Evangelio
primitivo
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