22 jun 2019
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La Cena del Señor. Como tomarla dignamente
La Cena del Señor. Como tomarla dignamente
Versículo a estudiar:
1 corintios 11: 17-34 (con títulos
de la Reina Valera 1960)
Abusos
en la Cena del Señor
17 Pero
al anunciaros esto que sigue, no os alabo; porque no os congregáis para lo
mejor, sino para lo peor.
18 Pues
en primer lugar, cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros
divisiones; y en parte lo creo.
19 Porque
es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos
entre vosotros los que son aprobados.
20 Cuando,
pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor.
21 Porque
al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y
otro se embriaga.
22 Pues
qué, ¿no tenéis casas en que comáis y bebáis? ¿O menospreciáis la iglesia de
Dios, y avergonzáis a los que no tienen nada? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En
esto no os alabo.
Institución
de la Cena del Señor
(Mt.
26.26-29; Mr. 14.22-25; Lc. 22.14-20)
23 Porque
yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche
que fue entregado, tomó pan;
24 y
habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que
por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.
25 Asimismo
tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo
pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en
memoria de mí.
26 Así,
pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte
del Señor anunciáis hasta que él venga.
Tomando
la Cena indignamente
27 De
manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor
indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.
28 Por
tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.
29 Porque
el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come
y bebe para sí.
30 Por
lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.
31 Si,
pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados;
32 más
siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados
con el mundo.
33 Así
que, hermanos míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros.
34 Si
alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio. Las
demás cosas las pondré en orden cuando yo fuere.
DESARROLLO DEL ESTUDIO:
Al llegar a este tema, el
apóstol Pablo, pasó de un extremo a
otro, es decir, de hablar del cabello y la ropa, a la Cena del Señor. Y este
tema es de una relevancia fundamental, y probablemente sea la parte más sagrada
de nuestra relación de comunión y compañerismo con Dios en el día de hoy, no sólo
desde un punto de vista individual, o vertical con el Señor, sino también como
miembros de una comunidad de creyentes.
Es posible que muchos
creyentes no hayan tomado verdaderamente en serio las implicaciones de este
encuentro espiritual. Y Pablo va a advertir aquí que Dios lo juzgará a usted
por la manera en que usted participa de la Cena del Señor; indicando que entre
los corintios había en realidad algunos que habían sido juzgados y estaban
sufriendo las consecuencias del castigo de Dios, por la forma en que estaban
observando la Cena del Señor. Ellos no discernían la realidad del cuerpo de
Cristo y debiéramos preguntarnos como vivimos hoy la realidad del cuerpo de
Cristo. La mayoría concentra su atención en el método de celebrar esta cena del
Señor, así como en los detalles externos del ritual.
La Cena del Señor constituye
la más elevada expresión y práctica de la adoración cristiana. En Corinto, esta
celebración había descendido un nivel secular tan bajo que, prácticamente, los
creyentes estaban blasfemando.
Quizás nosotros habríamos
incluido esta sección en la división "espiritual" de esta epístola,
solo que hay que considerar que Pablo estaba tratando con una situación muy
mala en Corinto.
Lo interesante que debemos
notar es que los cuatro evangelios mencionan la institución de la Cena del
Señor, y se vuelve a repetir en esta carta. Es significativo que en ninguna
parte se nos mandó recordar el día del nacimiento del Señor, pero a los que le
pertenecemos se nos ha pedido expresamente que recordáramos el día de Su
muerte.
Y Pablo le dio a este asunto
suma importancia. En el versículo 23, del capítulo 11, dijo lo siguiente:
"Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: “Que el Señor Jesús, la noche que fue
entregado, tomó pan". Ahora, Pablo recibió esta enseñanza por una
revelación directa. Pablo la colocó en el mismo nivel que el evangelio, porque
en el capítulo 15, de esta Primera carta a los Corintios, versículo 3, dijo: "Porque
primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras". O sea que Pablo
recibió la revelación directa del evangelio, y también la revelación directa de
la Cena del Señor. El Señor le dio a él instrucciones especiales en cuanto a la
Cena del Señor. En ese sentido, recordemos que Pablo no estuvo presente en esa
celebración primera de la Cena del Señor en el aposento alto. Sin embargo,
después él puede decir: os he enseñado aquello que he recibido del Señor.
Admitimos que es un poco
difícil ver la conexión de lo que Pablo estaba diciendo a la Iglesia de
Corinto, con la forma en que nosotros celebramos en la actualidad la Cena del
Señor. Como ya hemos dicho, no existe un paralelo exacto, porque las
situaciones no son similares. En aquel entonces, la Cena del Señor estaba
precedida por una comida social. Probablemente se celebraba en los hogares. Y
también probablemente se hacía diariamente. Quizá esa era la manera que ellos
tenían de celebrar la Cena del Señor. Después del día de Pentecostés los
creyentes se mantenían unidos.
En el libro de los Hechos de
los apóstoles, capítulo 2, versículo 46 y 47, se nos dijo lo siguiente:
"Perseveraban unánimes cada día en el
templo, y partiendo el pan en las casas comían juntos con alegría y sencillez
de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor
añadía cada día a la iglesia los que iban siendo salvos".
El filósofo de Atenas,
Arístides, que vivió en la primera parte del siglo segundo, describió la forma
en que los creyentes de su día vivían, y dijo: "Cada mañana, a todas
horas, y gracias a la bondad de Dios hacia ellos, le alababan elevando cantos
de adoración hacia Él. Y si una persona justa de su grupo llegaba a fallecer,
ellos se regocijaban y le daban gracias a Dios. Si una criatura moría en su
infancia, ellos alababan a Dios grandemente por una persona que había pasado a
través de este mundo sin cometer ningún pecado". Esta evaluación es
interesante, por provenir de una persona que no pertenecía a la Iglesia y
observó a los cristianos desde fuera, en el siglo segundo de nuestra era.
Así es que la Iglesia en
Corinto seguía ese mismo procedimiento; el de tener una comida junto con la
celebración de la Cena del Señor. Después de todo, la Pascua era esa clase de
celebración en el aposento alto. Usted recordará que el Señor celebró la fiesta
de la Pascua. Leemos en el evangelio según San Mateo, capítulo 26, versículo
26, que "mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió".
Y nuestro Señor, de las ascuas de un fuego que se estaba extinguiendo, de una
fiesta que llegaba a su punto final, Él hizo algo nuevo. De las cenizas de
aquella fiesta muerta, Él erigió un nuevo monumento, no de mármol ni de bronce,
sino formado a partir de elementos simples de la comida diaria.
En el día de hoy nosotros
tenemos una costumbre. Es la costumbre de los clubes, asociaciones,
fraternidades y empresas comerciales, de tener en ciertas ocasiones comidas
juntos para disfrutar de momentos de compañerismo. En la Iglesia nosotros nos
reunimos para una cena, para una comida, que no debiera estar centrada sólo en
la parte material. En la Iglesia primitiva ellos lo celebraban y lo llamaban -
ágape - o una fiesta de amor. Y eso era parte de la ?koinonia?, o sea del
compañerismo, de la comunión de la Iglesia. Y en aquellos tiempos, la reunión
social era la antesala, por decirlo así, que conducía directamente a la
celebración de la Cena del Señor. Ambos encuentros se mantenían separados, pero
el ágape siempre precedía a la Eucaristía. Esas fiestas fueron finalmente separadas
completamente, y ya no se practican más de esa manera en nuestros días. Porque
no tenemos un ágape o comida que preceda a la celebración de la Cena del Señor.
Al estar separados ambos
eventos, no se reproduce entre nosotros la situación de tensión que se producía
en la iglesia de Corinto. Sin embargo, hay aquí ciertas lecciones que podemos
aplicar a nuestra propia situación.
Leamos el versículo 17 de este capítulo 11, de la
Primera Epístola a los Corintios, que dice:
"Al
anunciaros esto que sigue, no os alabo, porque no os congregáis para lo mejor,
sino para lo peor".
Ahora, esa palabra
anunciaros es una orden y debería ser: "Pero al ordenarles esto que
sigue". Y el apóstol no les podía felicitar ante esa situación. Porque
ellos tendrían que haberse reunido para recibir una gran bendición espiritual.
Pero ese no era el caso.
Y Pablo continuó diciendo en
el versículo 18:
"En
primer lugar, cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros
divisiones; y en parte lo creo".
Al referirse a la iglesia,
él no estaba hablando de un edificio. Pablo estaba hablando de cuando los
creyentes se reúnen juntos, y ese encuentro constituye la verdadera iglesia.
Nosotros solemos identificar siempre a la iglesia con un edificio. Pero el
edificio no es realmente la iglesia, sino sólo el lugar de reunión de los
creyentes. La iglesia es, pues, el conjunto de los creyentes, donde quiera que
ellos se encuentren. Pero es difícil para nosotros pensar de esa manera.
Ahora, cuando los creyentes
de Corinto se reunían, el espíritu partidista que enfatizaba la diversidad, que
vimos en el capítulo 1, se trasladó a la celebración de la Cena del Señor. Allí
se puso en evidencia la división que existía entre ellos.
Así es que se nos dice aquí
en el versículo 19:
"Es preciso que entre
vosotros haya divisiones, para que se pongan de manifiesto entre vosotros los
que son aprobados".
Esto explica todos los
cultos y las sectas que existen actualmente, ¿por qué los permite Dios?
Podríamos ilustrarlo sencillamente con una acción propia del ama de casa cuando
se encuentra cocinando algo, y se acumula alguna materia en la superficie.
Habremos observado que ella toma una cuchara o una espumadera y lo quita. Y eso
es lo que Dios hace. Debemos ser realistas y reconocer que en la Iglesia hay
personas que no son creyentes. Un gran porcentaje de las personas que asisten a
las Iglesias en estos días no son salvas, en realidad, son simplemente miembros
de la Iglesia. Y, como hacía el ama de casa de nuestra ilustración, el Señor
los quita de la superficie en la que se encuentran, ¿Cómo? De alguna manera,
ellos van a parar a esos cultos y sectas. Eso es lo que dijo aquí claramente el
apóstol. Otra versión traduce esta primera parte del versículo así: "Sin
duda, tiene que haber grupos sectarios entre vosotros (es decir herejías) para
que se demuestre quienes contáis con la aprobación de Dios". La herejía
llega junto con los cultos y las sectas, y muchas personas de las Iglesias,
atraídas por lo novedoso, se dirigen hacia ellos. Así que Dios está limpiando
la superficie de la Iglesia; es decir, para que se pueda reconocer a aquellos
que realmente son creyentes genuinos.
Y ahora, dice aquí en el
versículo 20, de este capítulo 11 de la Primera Epístola a los Corintios:
"Cuando,
pues, os reunís vosotros, eso ya no es comer la cena del Señor".
Es decir, que era imposible
para ellos celebrar la Cena del Señor de la manera en que se estaban
comportando en la fiesta que la precedía. Y bajo esas circunstancias ellos no
podían celebrar la Cena del Señor.
Y continuó Pablo diciendo en
el versículo 21:
"Al
comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y mientras uno tiene
hambre, otro se embriaga".
Aquí tenemos una declaración
que nos llama mucho la atención. Tenemos a una persona que no tenía nada para traer
a la fiesta, porque era pobre, y estaba pasando hambre. Y a su lado se sentaba
una persona rica que tenía toda clase de manjares, pero éste no le ofrecía nada
al hombre pobre que tenía a su lado. Podemos apreciar, entonces, que su
relación de compañerismo y comunión allí estaba rota. No podía existir tal
relación en esas circunstancias. Como resultado, tenemos una situación
humillante en la que un hombre pobre, hambriento, no tenía quien le diera algo
de comer.
Y aquí en el versículo 22,
vemos la enérgica reacción del apóstol:
"Pues
qué, ¿no tenéis casas en que comáis y bebáis? ¿O menospreciáis la iglesia de
Dios, y avergonzáis a los que no tienen nada? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En
esto no os alabo".
O sea que, si no estaban
dispuestos a compartir lo que tenían en un gesto de compañerismo y solidaridad,
tendrían que haber comido cada uno en su propia casa. Lo que estaba ocurriendo
era simplemente esto; ellos estaban fracturando, quebrando la unidad de la
Iglesia. Incluso había algunos que se estaban embriagando en esta fiesta de
?ágape?, de amor. Y, por supuesto que no estaban en condiciones de recordar la
muerte de Cristo. Para ellos todo quedaría en un recuerdo vago y confuso.
Y ahora vemos en el
versículo 23 de este capítulo 11 de la Primera carta a los Corintios, La
revelación dada a Pablo
"Yo
recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche
que fue entregado, tomó pan"
Hay algunos que dicen que
quieren celebrar la cena del Señor, de la misma manera en que el Señor la hizo.
Pues entonces la debería celebrar de noche, porque el Señor y los apóstoles se
reunieron de noche y comieron la cena de la pascua y fue en aquella cena que el
Señor instituyó la Cena del Señor. Fue en aquella misma noche en que Él fue
traicionado. Y en aquella ocasión Jesús tomó el pan.
Leamos ahora el versículo
24:
"y
habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que
por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí".
Como indicamos antes, Pablo
no estaba presente en aquella sala. Por lo tanto recibió esto como una
revelación directa del Señor. Y ésa fue la noche cuando las fuerzas del
infierno se reunieron para destruir a nuestro Salvador. Y creemos que la
simplicidad y el carácter sublime de esta Cena fueron tremendos.
Resaltemos lo que el Señor hizo: cuando hubo dado
gracias. Ahora, Jesús dio gracias esa noche cuando la sombra de la cruz se
cernía sobre Él en el aposento alto. El pecado estaba golpeando a la puerta del
aposento alto, reclamando su porción. Y Jesús dio gracias. Él dio gracias a
Dios.
Luego partió el pan. Y sobre
esto siempre ha habido una diferencia de opinión entre los creyentes. ¿Debe uno
partir el pan o servirlo tal como está? Bueno, podemos decir que hay algunas
iglesias que lo parten, mientras que otras, no lo hacen.
En algunas iglesias, la
persona que servía el pan ante la congregación, lo tomaba y lo partía ante
ellos. El partimiento del pan también indica que se trata de algo que debe ser
compartido. El comentarista Bengal dijo lo siguiente: "La misma mención de
partir el pan, implica distribución y rechaza la actitud que tenían los de
Corinto, donde cada uno hacía las cosas por su cuenta". Ahora, esto era
algo que ellos debían distribuir entre todos.
Notemos ahora, lo que dice
aquí el versículo 25, de este capítulo 11, de la Primera carta a los Corintios:
"Asimismo
tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo
pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebáis, en memoria de
mí".
Ahora, el pan habla de Su
cuerpo partido. Y la copa habla de un nuevo pacto. Éste es el Nuevo Testamento,
el nuevo pacto en Su sangre. Y siempre se lo llama la copa (y ha sido también
llamado por Lucas el fruto de la vid, aunque nunca fue mencionado como vino).
Usted puede notar que dice: "Bebe esta copa". Debemos decir que
creemos que lo que bebieron fue zumo de uva sin fermentar. Algunos quizás se
pregunten el porqué de esta afirmación. Bueno, esta era la fiesta de la Pascua,
el tiempo del pan sin levadura. No parece lógico que ellos participasen en la
misma fiesta del pan no fermentado con levadura, y bebiesen el zumo de la uva
fermentado, que es el vino.
Ahora, el detalle interesante
fue que Jesús lo llamó la copa. Es que Su cuerpo fue la copa que contenía la
sangre. Él nació para morir y derramar Su sangre. También queremos decir que la
sangre hablaba de Su muerte, o sea, de la muerte de Cristo. Y creemos que no
era una sangre contaminada por el pecado, como la mía y la suya. Una y otra vez
los apóstoles nos recordaron que nosotros tenemos el perdón de los pecados, por
aquella sangre, y que Dios extendió sobre nosotros su misericordia, a causa de
aquella sangre. Él no abrió la puerta de atrás del cielo para que entráramos de
manera oculta en aquel lugar. Sino que nos conduce para entrar por la puerta
principal, como hijos de Dios que somos, porque la pena o el castigo del pecado
fue pagado cuando las demandas de un Dios Santo fueron satisfechas. No
olvidemos esto, estimado oyente, en este día en el cual existe la noción de que
Dios cierra Sus ojos ante el pecado, o mira para otro lado, sin hacer nada al
respecto. Dios sí ha hecho algo ante esa situación. Por eso en esta celebración
estaba la copa que contenía el símbolo de la sangre del nuevo pacto.
Ahora, en
el versículo 26, Pablo añadió algo nuevo:
"Así
pues, todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del
Señor proclamáis hasta que él venga".
En 1 Corintios Pablo estaba
siempre abriendo una puerta o una ventana, mostrándonos algo nuevo. Aquí
pronunció la frase hasta que Él venga. Cuando observamos la Cena del Señor, la
mesa se proyecta en tres diferentes direcciones. En primer lugar, es una
conmemoración. Él repitió la frase haced esto en memoria de mí. Esta mesa mira
hacia atrás, a más de dos mil años, al momento de Su muerte en la cruz. Es como
si el apóstol hubiera dicho: "no os olvidéis de ello, que es muy
importante". O sea que es una mirada al pasado. En segundo lugar, esta
mesa significa comunión. Nos habla del presente, del hecho de que hoy estamos
unidos a un Cristo que vive. Y en tercer lugar, es un compromiso. Se proyecta
al futuro, al hecho de que Jesús vendrá otra vez, o sea que esta mesa no durará
siempre. Es temporal. Una vez que la fiesta se termine, puede que no la
volvamos a celebrar, porque en la actualidad la tenemos hasta que Él regrese.
La fiesta nos habla de un Señor ausente, que volverá otra vez. Por eso mira
hacia el futuro.
Y el Señor tomó estos
elementos frágiles, pan y zumo de uva, que se echarían a perder en unos días, y
construyó un verdadero monumento. No sería de mármol, bronce, plata ni oro.
Sólo pan y el fruto de la vid. Pero hablaban de Jesús, y nos recuerdan que
somos responsables de Su muerte.
Continuemos leyendo los
versículos 27 al 29:
"De
manera que cualquiera que coma este pan o beba esta copa del Señor
indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor.
Por
tanto, examínese cada uno a sí mismo, y coma así del pan y beba de la copa.
El
que come y bebe indignamente, sin discernir correctamente el cuerpo del Señor,
juicio y condenación come y bebe para sí".
¿Qué quiere decir esto de
discernir el cuerpo del Señor? Al remontarnos a la historia pasada veremos que las
iglesias tuvieron problemas para determinar el significado de esta expresión.
Siempre ha habido tres interpretaciones en cuanto a esto. Un punto de vista es
que estos elementos, cuando el sacerdote oficia ante el altar, se convierten en
la sangre y el cuerpo de Cristo, lo que se llama la transubstanciación. Los
reformadores no estuvieron muy lejos de esa idea. Su enseñanza no fue
transubstanciación, sino la consubstanciación en la cual usted tiene la
presencia del cuerpo de Cristo en la eucaristía, coexistiendo la substancia
divina con las del pan y de la copa. Y luego hay quienes dicen, que el pan y la
copa son símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo, y ése ha sido el punto de
vista protestante.
Pues bien, diremos que es
mucho más que un símbolo, estimado oyente.
Vayamos por un momento al
camino de Emaús, que encontraremos en el relato de Lucas 24. Y allí veremos lo
que significa discernir el cuerpo de Cristo y Su muerte.
Dos discípulos de Jesús
estaban regresando a su casa después de haber presenciado la terrible
crucifixión en Jerusalén, así como los eventos que siguieron. Se sentían
deprimidos y mientras repasaban los acontecimientos, el Señor resucitado se
unió a ellos y les preguntó por el motivo de su tristeza. Pensando que era un
extranjero, le contaron todo sobre Jesús y su muerte en la cruz, y sobre el
informe de las mujeres que habían ido a la tumba, encontrándola vacía. El Señor
les reprochó su falta de comprensión y de fe, para creer el mensaje de los
profetas. Les expuso entonces la enseñanza del Antiguo Testamento y al pasar
por el pueblo, se quedó con ellos. Allí celebró por primera vez la Cena del
Señor, después de haber resucitado. Y al partir el pan, a aquellos discípulos
les fueron abiertos los ojos y reconocieron a Jesús, pero Él desapareció. Lo
que hizo entonces fue revelarse a sí mismo. Ésa es realmente la Cena del Señor.
Por ello, cuando celebramos la Cena, Él está presente. Más allá de los
símbolos, la fiesta significa que discernimos el cuerpo de Cristo. Tendremos el
pan en nuestra boca, pero sentiremos la presencia de Cristo en nuestro corazón.
La persona de Cristo es en nosotros, una presencia real. Es mucho más que un
ritual o una ceremonia.
Continuemos leyendo. El versículo 30 dice:
"Por
lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos han
muerto".
Ellos habían participado de
la Cena de una manera indigna.
Y continuamos con los versículos 31 y 32 de este
capítulo 11 de la Primera Epístola a los Corintios:
"Si,
pues, nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; pero siendo
juzgados, somos castigados, disciplinados por el Señor para que no seamos
condenados con el mundo".
Aquí se está hablando de
creyentes. Podemos examinarnos cuando sabemos que estamos en una mala condición
espiritual. Si no, Él nos juzgará, disciplinándonos, para que no seamos
condenados con los que no son creyentes. Porque en un día futuro, Jesús juzgará
al mundo. Pero primero, tiene que tratar con los que somos suyos.
El examinarnos a nosotros
mismos está relacionado con tomar dignamente la cena del Señor.
Nosotros que hoy día no realizamos hacemos
comidas sociales previas a la Cena del Señor, como la tomamos dignamente?
1. Debo reconocer mi pecado
e indignidad.
Soy pecador. Nunca seré lo
suficientemente bueno como para tomar de la Santa Cena con base en mis méritos.
¡Todos los días peco! Puedo hacer buenas cosas. Puedo serle fiel a Dios. A
veces tengo días, semanas, o incluso meses más o menos buenos. Pero ni esas
“épocas doradas” son suficientes, porque no soy perfecto.
2. Debo aferrarme a la
persona y obra de Cristo.
Puedo acercarme a Dios y
tomar de la Santa Cena porque Cristo murió en la cruz por mis pecados. Él es el
cordero divino que pagó por mi maldad.
Puesto que Dios acreditó la
justicia de Cristo a mi cuenta, ahora puedo acercarme a Él. Dios me vistió de
la santidad de su Hijo. Me puedo acercar a Dios solamente por la persona y obra
de Cristo.
Esto me debe humillar. Debe
apagar mi orgullo y fariseísmo. Yo no soy digno, pero puedo acercarme a Dios y
participar de la Santa Cena por los méritos de Cristo y el perdón que Él ganó
por mí.
3. Debo confesar mis pecados
específicos.
Igual que el apóstol Pablo,
quien puso su dedo sobre un pecado específico de la iglesia de Corinto (1 Co.
11:18-22, 33-34), nosotros debemos obedecer su instrucción de examinarnos a
nosotros mismos para no ser disciplinados por Dios.
Esto implica que la Santa
Cena debe ser un momento de reflexión y autoevaluación. De esta manera
reconocemos la gravedad de nuestros pecados, los confesamos a Él, y pedimos que
la sangre de Cristo nos limpie. Al comer y al beber, estamos proclamando esta
realidad: seguimos necesitados de la persona y obra de Cristo.
La maravillosa obra de
Cristo nos hace dignos de tomar de la Santa Cena.
La siguiente ocasión que
vayas a tomar de la Santa Cena, evalúa tu vida, pero no para ver si tienes
mérito suficiente que te permita participar de ella, sino para reconocer tu
indignidad, confesar tus pecados, y confiar en la obra del Cordero de Dios que
quita tus pecados.
La Santa Cena no tiene como
propósito imponer culpa sobre nosotros, sino dirigir nuestra atención a la
maravillosa obra de Cristo, la cual nos hace dignos de tomar de ella y
acercarnos a un Dios perfectamente santo. ¡Que la maravillosa gracia y
misericordia de Dios nos motive a la santidad!
Y dicen los versículos 33 y
34:
"Así
que, hermanos míos, cuando os reunáis a comer, esperaos unos a otros.
Si
alguno tiene hambre, que coma en su casa, para que vuestras reuniones no
resulten dignas de condenación. Las demás cosas las pondré en orden cuando
vaya".
Había otras cosas en Corinto
que estaban funcionando mal, pero el apóstol Pablo no escribirá sobre ellas en
ese momento, sino en ocasión de su visita a esa iglesia.
Ojala pudiésemos compartir la experiencia de aquellos
discípulos que se encontraron con Jesús en el camino. Para que, al recordar el
pan partido, usted le contemple en la cruz muriendo por usted. Y entonces, por
la fe, le acepte como su Salvador. Entonces, por la acción del Espíritu Santo, sentiríamos
su presencia como una realidad en su vida, y como un anticipo de la vida
eterna.
Cesar Ángel
Fuente: Escuela Bíblica
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