18 may 2019
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Agustín de Hipona y los elegidos de Dios
Agustín de Hipona y los elegidos de Dios
CAPÍTULO
XVII
LA
VOCACIÓN PROPIA DE LOS ELEGIDOS
34. Procuremos entender bien
esta vocación, con que son llamados los elegidos; no que sean elegidos porque
antes creyeron, sino que son elegidos para que lleguen a creer. El mismo
Jesucristo nos declara esta vocación cuando dice: No me elegisteis vosotros a
mí, sino que yo os elegí a vosotros. Porque si hubieran sido elegidos por haber
creído ellos antes, entonces le hubieran elegido ellos a Él primeramente al
creer en Él, para merecer que Él les eligiese después a ellos. Lo cual reprueba
absolutamente el que dice: No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí
a vosotros.
Sin duda que ellos le
eligieron también a Él cuando en Él creyeron. Pues si dice: No me elegisteis
vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, no lo dice por otra razón sino
porque no lo eligieron ellos a Él para que Él les eligiese a ellos, sino que Él
les eligió a ellos para que ellos le eligiesen a Él; porque les previno con su
misericordia según su gracia y no según deuda. Les sacó, sí, del mundo cuando
aún vivía El en el mundo, pero ya les había elegido en sí mismo antes de la
creación del mundo. Tal es la inconmutable verdad de la predestinación y de la
gracia. ¿Acaso no es esto lo que dice él?
Apóstol: Según nos escogió
en él antes de la fundación del mundo? Porque si verdaderamente se ha dicho que
Dios conoció en su presciencia a los que habían de creer, no porque Él habría
de hacer que creyesen, en tal caso contra esta presciencia hablaría el mismo
Jesucristo cuando dice: No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a
vosotros, pues resultaría más bien cierto que Dios conoció en su presciencia
que ellos habían de elegirle a Él para merecer que Él les eligiese a ellos.
Así, pues, han sido elegidos
desde antes de la creación del mundo con aquella predestinación por la cual
Dios conoce en su presciencia todas sus obras futuras y son sacados del mundo
con aquella vocación por la cual cumple Dios todo lo que Él mismo ha
predestinado. Pues a los que predestinó, a ésos los llamó; los llamó, sí, con
aquella vocación que es conforme a su designio. No llamó, por tanto, a los
demás; sino a los que predestinó, a ésos los llamó; y no a los demás, sino a
los que llamó, a ésos los justificó; y no a los demás, sino a los que
predestinó, llamó y justificó, a ésos los glorificó con la posesión de aquel
fin que no tendrá fin.
Es Dios, por tanto, quien
eligió a los creyentes, esto es, para que lo fuesen, no porque ya lo eran. Y
así dice el apóstol Santiago: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo,
para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le
aman? En virtud de su elección, por tanto, hace ricos en la fe lo mismo que
herederos del reino. Con toda verdad se dice, pues, que Dios elige en los que
creen aquello para lo cual los eligió de antemano, realizándolo en ellos
mismos. Por eso, yo exhorto a todos a escuchar la palabra del Señor cuando
dice: No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros. ¿Quién
oyéndola se atreverá a decir que los hombres creen para ser elegidos, siendo
así que más bien son elegidos pata que lleguen a creer?; no sea que, contra la
sentencia de la misma Verdad, se diga que han elegido primeramente a Cristo
aquellos a quienes dice el mismo Cristo: No me elegisteis vosotros a mí, sino
que yo os elegí a vosotros.
CAPÍTULO
XVIII
DIOS
NOS ESCOGIÓ PARA QUE FUÉRAMOS SANTOS E INMACULADOS
35. Escuchemos la palabra
del Apóstol cuando dice: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo,
para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos
predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el
puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la
cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el
perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para
con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio
de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo,
de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los
tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. En
él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito
del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que
seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en
Cristo; ¿quién—digo—que escuche con la debida atención y reflexión estas
palabras osará poner en duda una verdad tan evidente como la que venimos
defendiendo? Eligió Dios en Cristo, como cabeza de su Iglesia, a sus miembros
antes de la creación del mundo; mas ¿cómo pudo elegirlos cuando aún no existían
sino predestinándolos? Predestinándolos, pues, los eligió. ¿Y acaso debió
elegir a los impíos y mancillados? Porque si se pregunta a quiénes eligió Dios,
a los impíos o a los santos e inmaculados, ¿quién que trate de dar respuesta a
tal pregunta no se pronunciará al instante en favor de los santos e inmaculados?
36. «Pero sabía Dios en su
presciencia—arguye el pelagiano—quiénes habían de ser santos e inmaculados por
la elección de su libre albedrío; y por eso, a los que conoció en su
presciencia, desde antes de la creación del mundo, que habían de ser santos e
inmaculados, a ésos eligió. Eligió, por consiguiente—dicen—, antes de que
existiesen, predestinándolos como hijos suyos, a los que sabía en su
presciencia que habían de ser santos e inmaculados; mas no fue Él, Dios, quien
los hizo tales ni los haría después, sino que previó solamente que habrían de
serlo ellos por sí mismos». Pero consideremos bien nosotros las palabras del
Apóstol, y veamos si por ventura nos eligió antes de la creación del mundo,
porque habíamos de ser santos e inmaculados, o más bien para que lo fuésemos.
Bendito—dice—sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo
con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos
escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin
mancha delante de él. Por tanto, no porque lo habíamos de ser, sino para que lo
fuésemos. Cierto es, por tanto, esto y evidente: que habíamos de ser santos e
inmaculados porque Él mismo nos eligió, predestinándonos para que fuésemos
tales en virtud de la gracia. Por eso, nos bendijo con toda bendición
espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes
de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él,
en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de
Jesucristo. Y atended a lo que después añade: Según el puro afecto de su
voluntad, para que en tan inmenso beneficio de su gracia no nos gloriásemos
como si fuera obra de nuestra voluntad. Con la cual—sigue diciendo—nos hizo
aceptos en el Amado; es decir, por su voluntad nos hizo agradables a sus ojos.
Del mismo modo, se dice que nos hizo aceptos por medio de su gracia, como se
dice que nos justificó mediante la justicia. En quien tenemos—dice—redención
por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo
sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a
conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito. En este misterio de
su voluntad es donde atesoró las riquezas de su gracia según su beneplácito y
no según nuestra voluntad. La cual no podría ser buena si Él mismo, según su
beneplácito, no la ayudara para que lo fuese. Pues después de decir: Según su
beneplácito, añadió: el cual se había propuesto en sí mismo, es decir, en su
Hijo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento
de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la
tierra. En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme
al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a
fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente
esperábamos en Cristo.
37. Sería demasiado prolijo
discutir detenidamente todas estas cosas. Pero, sin duda ninguna, vosotros
estimáis y estáis persuadidos que por la doctrina del Apóstol se demuestra con
toda evidencia esta gracia, contra la cual tanto se ensalzan los méritos
humanos, como si el hombre diera algo primeramente para que le sea por Él
retribuido. Nos eligió Dios, por tanto, antes de la creación del mundo,
predestinándonos en adopción de hijos; no porque habríamos de ser santos e
inmaculados por nuestros propios méritos, sino que nos eligió y predestinó para
que lo fuésemos. Lo cual realizó conforme a su beneplácito para que nadie se
gloríe en su propia voluntad, sino en la de Dios; lo realizó conforme a su
beneplácito, que se propuso realizar en su amado Hijo, en quien hemos sido
constituidos herederos por la predestinación, no según nuestro beneplácito, sino
según el de aquel que obra todas las cosas hasta el punto de obrar en nosotros
también el querer. Porque obra conforme al consejo de su voluntad para que
seamos para alabanza de su gloria. Por eso proclamamos que «nadie se gloríe en
el hombre» , y, por tanto, ni en sí mismo, sino el que se gloría, gloríese en
el Señor, para que seamos para alabanza de su gloria. Él mismo es quien obra
conforme a su designio, para que seamos para alabanza de su gloria, esto es,
santos e inmaculados, por lo cual nos llamó, predestinándonos antes de la
creación del mundo. Según este designio suyo es como se realiza la vocación
propia de los elegidos, para quienes todas las cosas les ayudan a bien; porque
son llamados según su designio, y los dones y la vocación de Dios son irrevocables.
Autor: Agustín de Hipona
Capítulos 17 y 18 de su obra: "La Predestinación de los Santos"
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