Doctrinas de la Gracia

5 may 2019

Ignorancia del Evangelio de Jesucristo, Cargo No. 4. Paul Washer



Cargo No. 4 contra la iglesia moderna

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:8-9).
Someto a consideración de ustedes el hecho de que este país no es que esté endurecido contra el evangelio, sino que es ignorante en lo que al evangelio se refiere, porque la mayoría de los predicadores lo son. Lo repito. El cáncer en este país no son los políticos liberales, ni la raíz del socialismo, ni Hollywood, ni nada por el estilo. En cambio lo es el supuesto pastor, predicador o evangelista evangélico de nuestra época; allí es donde se encuentra el cáncer. No conocemos el evangelio. Hemos tomado el glorioso evangelio de nuestro Dios y lo hemos reducido a cuatro leyes espirituales y a cinco cosas que Dios quiere que la persona sepa, con una pequeña oración supersticiosa al final. Y si alguien la repite después de nosotros con suficiente sinceridad, ¡declaramos con un tono beato que ha nacido de nuevo! Hemos cambiado la regeneración por el “decisionismo” (16).
En primer lugar, me ha sorprendido que después de hablar de esto, cuando creyentes consagrados con 30 y 40 años de vivir su fe se me acercan con lágrimas en los ojos, diciendo: “Hermano Paul, en toda mi vida nunca había oído esto”. Y esto a pesar de que es la doctrina histórica de la redención (17) y propiciación (18).
Definamos el problema con claridad. El evangelio comienza con la naturaleza de Dios, de allí pasa a la naturaleza del hombre y su condición caída. Y en seguida aparecen estas dos grandes columnas que debieran ser conocidas por cada creyente como el gran dilema. ¿Y cuál es ese dilema? El más grande de toda la Biblia es este: Si Dios es justo, no te puede perdonar tu pecado. ¿Cómo puede Dios ser justo y a la vez el justificador de los impíos, cuando a lo largo de la Biblia dice “El que justifica al impío, y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación a Jehová” (Prov. 17:15). ¡No obstante, todos nuestros cantos cristianos se jactan de cómo Dios justifica al impío!
Este es el problema más grande. Este es el acrópolis (19) de la fe cristiana, así lo dijeron Martyn Lloyd-Jones, Charles Spurgeon y todos los demás que han leído el capítulo tres de Romanos. ¿Nos damos cuenta? Esto es lo que hay que comunicarles a las gentes. El gran problema es que Dios es realmente justo y todos los hombres son realmente impíos. Dios, para ser justo, tiene que condenar al impío. Y luego, de acuerdo con el plan eterno de Dios, fue a aquella cruz del Calvario. En esa cruz cargó con nuestro pecado; y, tomando el lugar que por ley le correspondía a su pueblo, cargando nuestra culpa, se hizo maldición. “Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gál. 3:10). Cristo nos redimió de la maldición, haciéndose maldición en nuestro lugar (Gál. 3:13).
Muchos tienen una opinión romántica e infructuosa del evangelio: que el Cristo allí está, colgado en la cruz, sufriendo bajo las torturas del Imperio Romano, y como el Padre no tenía la fuerza moral para soportar el sufrimiento de su Hijo, le dio la espalda. ¡¡NO!! ¡Le dio la espalda porque su Hijo se hizo pecado!
Entonces, cuando está en el huerto y clama: “Pase de mí esta copa” (Mat. 26:39), la gente especula: “¿Y qué habrá sido esa copa? Ah, es la cruz romana. Es el látigo, son los clavos. Es todo ese sufrimiento”. No quiero restarle importancia a los sufrimientos físicos de Cristo en la cruz, pero la copa era la copa de Dios —la ira del Padre que tenía que ser descargada en el Hijo. Alguien tenía que morir, cargando con la culpa del pueblo de Dios, abandonado por Dios debido a su justicia, y quebrantado bajo la ira de Dios— porque le plugo al Señor “quebrantarlo” (Isa. 53:10).
Estando en un seminario alemán en Europa hace un tiempo, vi un libro titulado The Cross of Christ (La cruz de Cristo, pero no el del escritor John Stott). Lo tomé, comencé a leer y esto es lo que decía: “El Padre miró desde el cielo el sufrimiento causado a su Hijo por manos de hombres, y lo contó como paga por nuestro pecado”. ¡Eso es herejía! Ese sufrimiento físico, ese ser clavado en la cruz, era parte de la ira de Dios. Tenía que haber sacrificio de sangre; no le quito importancia a esto. Pero, mi amigo, si nos detenemos allí, no tenemos el evangelio.
Cuando el evangelio se predica hoy y es compartido personalmente, ¿se habla alguna vez de la justicia y la ira de Dios? Casi nunca. Rara vez se explica claramente que Cristo pudo redimir porque fue quebrantado bajo la justicia de Dios, y habiendo satisfecho con su muerte la justicia divina, Dios es ahora justo y el justificador del impío.
¡Nos limitamos a un reduccionismo del evangelio! Y nos preguntamos por qué no tiene poder. ¿Qué pasó? Les diré: Cuando se deja a un lado el evangelio y el supuesto mensaje evangélico ya no tiene nada de poder, entonces hay que recurrir a las artimañas baratas que se usan con tanta frecuencia en la actualidad para convertir a las almas… ¡y todos conocemos la mayoría de ellas! ¡Pero ninguna da resultado!
Hace años, cuando terminé mis estudios en el seminario tenía que tomar una decisión en cuanto a seguir estudiando para recibir mi doctorado en filosofía [Ph.D.]. Dios, con el fin de salvar mi vida espiritual, me mandó al centro mismo de las selvas peruanas, lo más lejos posible del mundo académico. Y allí empecé a entender algo. Como dijo Spurgeon: “Hombres mejores que yo con mentes mejores que la mía han encarado esta doctrina de la Segunda Venida, pero inútilmente. Es una doctrina grande y poderosa… Me concentraré en esto: procurar entender algo de Cristo y él crucificado”.
Me disgusta mucho cuando los hombres tratan al glorioso evangelio de Cristo como si fuera el primer paso hacia el cristianismo, algo que lleva apenas diez minutos de consejería, después de lo cual uno pasa a temas mayores. Eso muestra lo patéticos que somos en cuanto a nuestro conocimiento de las cosas de Dios.
Mis amigos, en el día de la Segunda Venida comprenderemos absolutamente todo acerca de la Segunda Venida, pero en la eternidad de eternidades en el cielo, ni siquiera comenzaremos a comprender la gloria de Dios en el Calvario. De esto se trata todo. Jóvenes predicadores, préstenme atención. Busquen la verdad en la cruz, lo que significa. No necesitarán nada para prender fuegos extraños en su incensario (Lev. 10:1- 3), si pueden captar aunque sea un vislumbre de lo que hizo él en aquella cruz.
Me encanta contar lo siguiente. Lo he hecho un millón de veces. Abraham lleva a Isaac a aquella montaña, su hijo, su único hijo a quien amaba. ¿Les parece que el Espíritu Santo está tratando de contarnos algo del futuro? Y ese hijo no se resistió, sino que se acostó. Y cuando su padre entregó su voluntad a la voluntad de Dios, blandió su cuchillo para matarlo. Pero su mano fue detenida, y el Señor proveyó un carnero para el sacrificio. Muchos cristianos piensan: “Oh, qué final feliz el de esa historia”. No es el final: es solo el intervalo. Miles de años después, Dios el Padre puso su mano sobre su Hijo, su único Hijo a quien amaba, y tomó el cuchillo de la mano de Abraham y sacrificó a su Hijo unigénito bajo toda la fuerza de su ira.
¿Saben por qué el pequeño evangelio que predican no tiene poder? ¡Porque no es ningún evangelio! Aprópiense del evangelio, pasen su vida de rodillas. Retírense de los hombres, ¡estudien la Cruz!
El cuarto cargo incluye de hecho una ignorancia de la doctrina de la regeneración. Sé que hay aquí presentes tanto calvinistas (20) como arminianos (21), sé que entremedio hay todo tipo de ideologías. Supongo que me llamo a mí mismo “spurgeonista de cinco puntos”. Pero quiero que sepan esto: La cuestión no es el calvinismo. No, les diré cuál es la cuestión: ¡es la regeneración! Y es por eso que puedo tener comunión con Wesley, Ravenhill, Tozar y el resto, porque a pesar de su postura en otras cuestiones, lo importante es que creían que la salvación no podía ser manipulada por el predicador, sino que era la obra magnífica del poder del Dios todopoderoso. Y con ellos, por lo tanto, me identifico.
Hay una manifestación más grande del poder de Dios en la obra de regeneración del Espíritu Santo que en la creación del mundo, porque creó el mundo de la nada. Pero vuelve a crear al hombre de una masa de corrupción. Es un paralelo con la propia resurrección de nuestro Salvador.
Entiendo que en la predicación hay maestros, predicadores y expositores; y todos ellos son muy necesarios para la salud de la iglesia. Pero tenemos que entender esto. Cuentan que cuando G. Campbell Morgan, ya anciano, (1863-1945) subía a esa majestuosa torre para predicar, se decía una y otra vez: “Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores” (Isa. 53:7). Sabía que aparte de una manifestación magnífica de la obra regeneradora del Espíritu Santo, todo lo que decía estaba muerto. Es el Espíritu quien da vida (Juan 6:63).
En ese sentido, cada uno de nosotros que proclama la verdad de la Palabra de Dios tiene que hacerlo como un profeta. ¿Qué quiero decir con eso? Somos siempre Ezequiel de pie en aquel valle de huesos secos ¡y muy secos! (Eze. 37:1-2) Estamos allí y ¿qué hacemos? Profetizamos, decimos: “Oíd la palabra del Señor”. Y sabemos que el viento del Señor tiene que soplar sobre estos muertos, de otra manera no vivirán. Y cuando lo hayamos comprendido plenamente en la parte más recóndita de nuestro ser, ya no nos prestaremos a la manipulación que se lleva a cabo tan a menudo en el nombre de la evangelización. En cambio, proclamaremos la Palabra de Dios: la doctrina de la regeneración.
Consideremos a los Wesley, consideremos lo que tuvieron que enfrentar. Y consideremos también a mi querido Whitefield. Todo el mundo en aquella época creía ser cristiano, cristiano de verdad. ¿Por qué? Porque habían sido bautizados de infantes, incluidos así en el “pacto” y confirmados. ¡Pero vivían como demonios! Habían cambiado la regeneración por un tipo de “credalismo” (22) al que los líderes religiosos de aquella época habían otorgado autoridad.
¡Y entonces llegan los Wesley! “No”, dijeron, “el alma de ustedes no está bien”. No han nacido de nuevo. No hay ninguna evidencia de una vida espiritual. Examínense. Pónganse a prueba para ver si están en la fe (2 Cor. 13:5). Estén seguros de su llamado y elección (2 Ped. 1:10). “Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7).
En muchos lugares, por el evangelismo moderno de las últimas décadas, se ha perdido totalmente la idea de “nacer de nuevo”. Ahora solo significa que en algún momento, en una campaña de evangelización, uno tomó una decisión y creyó que lo hacía sinceramente. Pero no hay ninguna evidencia en su vida de una obra sobrenatural de volver a nacer realizada por el Espíritu Santo. “Si alguno”, no si ciertas personas, “si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Cor. 5:17).
(16) decisionismo – la creencia de que “tomar una decisión”, por lo general practicado pasando al frente al final del culto como una manera de demostrar que uno cree y/o orar la oración del pecador, es equivalente a arrepentirse de los pecados y confiar en Cristo únicamente para obtener el perdón de los pecados.
(17) redención – La liberación de los escogidos de Dios de un estado de pecado a un estado de salvación por los méritos del rescate que Cristo pagó por nosotros.
(18) propiciación – hacer las paces; una ofrenda por el pecado que apacigua la ira.
(19) acrópolis – significa “ciudad más alta” en griego y era la parte fortificada de las ciudades griegas en la antigüedad, por lo general construidas en una colina, por ende, punto más alto.
(20) calvinistas – los que creen, como, Juan Calvino (1509-1664), el reformador suizo nacido en Francia, que la Biblia enseña la autoridad suprema de las Escrituras, la soberanía de Dios, la predestinación y las doctrinas de gracia; estas doctrinas fueron la respuesta al Sínodo de Dort (1618-19), a la protesta arminiana, y conocidas comúnmente por al acrónimo TULIP.
(21) arminianos – seguidores de Jacobo Arminio (1560-1609), teólogo holandés nacido en Ouderwater, Holanda, quien rechazó lo que los reformadores creían acerca de la predestinación, y enseñaban que la predestinación del ser humano por parte de Dios se basaba en su conocimiento previo de que aceptarían o rechazarían a Cristo por su propia voluntad.
(22) credalismo – Seguir externamente un credo formal o declaración de fe sin tener un corazón nuevo, sin fe salvadora y sin un amor auténtico a Dios.
Si desea leer o estudiar los 10 cargos completos vaya al siguiente enlace:

Autor: Paul Washer
Fuente: Chapel Library
Transcripción y edición para Blogger de Cesar Ángel. Evangelio primitivo



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