Estimado pastor Julio. Un saludo
especial, que el Señor le siga guiando a través de toda la obra que desempeña
para la extensión de la proclamación del evangelio. Hermano Julio quisiera por
favor usted me orientara acerca de en qué radica la diferencia entre el
concepto del bautismo entre presbiterianos y bautistas reformados, puesto que
no tengo casi material al respecto y veo que nuestros hermanos presbiterianos
están muy seguros con el concepto del paedo bautismo, y quisiera saber cómo ha
librado usted estas diferencias. Agradezco su colaboración.
Saludos fraternales.
El tema que mencionas en este mensaje
ha sido uno de los que más discusiones ha generado en la historia de la iglesia
cristiana. De manera especial este aspecto de la doctrina ha impedido la
completa unión entre presbiterianos y bautistas reformados.
Las dos corrientes teológicas tienen
muchos puntos en común, tal vez pudiéramos decir que son los únicos grupos
cristianos que comparten prácticamente el mismo cuerpo doctrinal. La confesión
de fe que usan los bautistas reformados (confesión de Londres de 1689) es una
copia, modificada en ciertos artículos de la eclesiología, de la confesión de
fe de Westminster (presbiteriana); de manera que ambas denominaciones han
compartido la misma herencia teológica, y han mantenido cierta unidad. Los
autores presbiterianos como R. C. Sproul, Luis Berkhof, Charles Hodges, son muy
leídos por los bautistas reformados; de la misma manera, autores bautistas
reformados como Carlos Spurgeon, Arthur Pink, Jhon Bunyan son leídos por los
presbiterianos. A pesar de esta unidad en casi el 99% de la doctrina profesada,
persiste una diferencia insalvable, la cual está relacionada con el tema del
bautismo.
Los presbiterianos dicen que el
bautismo es una continuación en el nuevo pacto del sacramento de la
circuncisión del antiguo pacto, y así como los padres judíos tenían la
obligación de aplicar el sacramento de la circuncisión en sus hijos a una edad
tierna, también los padres creyentes deben aplicar el sacramento del bautismo a
sus pequeños hijos, como una señal de que ellos nacieron bajo la bendición del
pacto.
Los bautistas, por el contrario,
decimos que los niños no pueden ser bautizados, sino solamente los creyentes.
Ahora, ¿Por qué los bautistas reformados no hacemos como el resto de reformados
en el mundo, respecto al bautismo de niños? Los bautistas reformados, así como
los presbiterianos, creemos que hay un solo pacto de gracia, el cual viene
desde antes de la fundación del mundo y cobija a todos los períodos de la
iglesia desde su inicio en Edén. Este pacto de gracia se ha manifestado a
través de diferentes pactos, en especial del Antiguo y el Nuevo Pacto. Entre
los dos hay continuidad, pero también hay transición.
El Antiguo Pacto, en su forma
externa, incluía a todos los descendientes de Abraham, a través de Isaac, y
Jacob, el padre de Israel. Todos los niños que nacían en Israel eran
considerados miembros del pueblo del pacto, por lo tanto debían recibir la
señal del mismo, el cual era la circuncisión (realmente la circuncisión solo se
aplicaba a los niños varones, en esto vemos una transición muy significaba en
el nuevo pacto, donde el bautismo debe ser aplicado a todos los que nacen de
nuevo, tanto mujeres como varones). Esto no garantizaba que todos eran salvos,
pues, solo los que eran de la fe eran verdaderos hijos de Abraham. No obstante,
siendo la circuncisión una señal externa que identificaba a los miembros del
pueblo de Dios (un pueblo nacional con límites geográficos, y relacionado con
una etnia, aunque en ocasiones se recibieron extranjeros), entonces se aplicaba
sobre todos los varones.
Ahora, cuando pasamos al Nuevo Pacto
hay una importante transición. Ahora el pueblo de Dios no estaría limitado a un
sitio geográfico, ni a una etnia en particular. La iglesia estaría en todas
partes, en medio de este mundo hostil. El autor de la carta a los Hebreos nos
deja ver que las ceremonias del Antiguo Pacto, las cuales estaban revestidas de
muchos elementos externos, eran sombras temporales de una realidad espiritual y
eterna que vendría con Cristo. Una de esas realidades eternas y espirituales
que vinieron con el Mesías, fue que el pueblo de Dios ahora no estaría marcado
tanto por una identidad externa (aunque si tiene muchas manifestaciones
externas) sino por una nueva realidad interna. El pueblo de Dios estará en
medio del mundo y será conocido por Dios mismo, el pueblo tiene un sello
espiritual y es de índole espiritual. Siendo que ahora este pueblo está marcado
por un distintivo netamente espiritual, entonces a él no se entra sino
solamente a través de un nacimiento espiritual. Esto no significa que en el
Antiguo Pacto se entraba realmente al pueblo de los salvos por medio del
nacimiento físico, pero la señal debía aplicarse sobre todos, salvos y no
salvos, lo único que se requería es que naciera de una familia hebrea. Siendo
que la iglesia en el Nuevo Testamento no tiene un distintivo nacional con
límites geográficos, ni de raza o etnia, y siendo que a ella se entra a través
de un nacimiento espiritual, entonces, la señal del pacto debe aplicarse a los
que nazcan espiritualmente en la familia de Dios. Si bien es cierto que solo
Dios sabe quién nació de nuevo, no obstante hay unas señales externas que
pueden indicarnos que una persona nació de nuevo. Es decir, una profesión
creíble de fe en Cristo puede ser un indicativo de que dicha persona ha nacido
de nuevo, por lo tanto, todo aquel que haga esta profesión de fe y esté
dispuesto a obedecer los mandatos del evangelio debe ser bautizado. Esto es lo
que practicaba la iglesia apostólica.
De manera que el mismo principio que
regía en el Antiguo Pacto sigue en el Nuevo, es decir, todos los niños deben
ser bautizados, pero ahora no se trata de niños en su elemento físico, sino de
niños en Cristo. Todos los que van naciendo de nuevo son bebés en Cristo, y
ellos deben recibir la señal del pacto, es decir, el bautismo.
Los padres creyentes aunque no
pueden bautizar a sus niños porque en ellos aún no podemos ver una profesión de
fe creíble en Cristo, tienen la responsabilidad de guiarlos en la fe, de
criarlos en la amonestación y disciplina del Señor, de educarlos en los
principios de la fe cristiana, enseñarles las Sagradas Escrituras, orar con y
por ellos, unirlos a las actividades de la iglesia local e involucrarnos en la
misma.
Los padres creyentes confiamos en que
el Señor, en su Gracia electiva, haya escogido a nuestros hijos para salvación
y por eso los educamos en la fe. En el Nuevo Testamento no encontramos ninguna
enseñanza respecto al bautismo de infantes, ni por ejemplo ni por precepto.
Los hermanos presbiterianos suelen usar el silencio de las Escrituras o
inferencias llevadas al extremo para concluir que en el Nuevo Testamento si se
menciona el bautismo de niños, usando aquellas ocasiones en las cuales en el
libro de los Hechos se nos dice que algunas personas se bautizaron junto con
sus familias o sus casas. Ellos presuponen que en esas casas debía haber niños
pequeños, los cuales, en consecuencia, fueron bautizados. Pero es muy peligroso
armar doctrinas basadas en el silencio de la Biblia o en inferencias tan
extremas. Toda vez, cuando en el mismo Nuevo Testamento encontramos el
principio para saber a quiénes se debía bautizar: “El que creyere y fuere
bautizado…” (Mr. 16:16). La secuencia es: primero creer y luego ser bautizado.
“Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados…” Hch. 2:41), recibir
la palabra significa: creer de corazón en el evangelio, este es el requisito
inicial que la iglesia apostólica debía ver en el candidato para luego ser
bautizado.
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