10 dic 2019
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Luis Berkhof
Orden de la Salvación
Ordo Salutis
El Ordo salutis (orden de la salvación). Louis Berkhof
El Ordo salutis (orden de la salvación). Louis Berkhof
Los
alemanes hablan de "Heilsaneignung", los holandeses de "Heilsweg"
y "Orde des Heils", y los ingleses del "Way of Salvation".
El ordo salutis describe el proceso por medio del cual la obra de salvación,
producida en Cristo, se cumple en forma subjetiva en los corazones y vidas de
los pecadores. La expresión ordo salutis aspira a describir en su orden lógico,
y también en sus interrelaciones, los varios movimientos del Espíritu Santo en
la aplicación de la obra de redención. El énfasis no se pone en lo que el
hombre hace al apropiarse la grada de Dios, sino en lo que Dios hace al aplicar
esa obra. Resulta muy natural que los pelagianos pongan objeción a este
concepto.
El
deseo de simplificar el ordo salutis conduce a menudo a limitaciones
infundadas. Weizsaecker incluirá en él nada más las operaciones del Espíritu
Santo producidas en el corazón del hombre y sostiene que ni el llamamiento ni
la justificación pueden incluirse adecuadamente bajo esta categoría. 209
Kaftan, el dogmático ritschiliano más prominente, opina que el ordo salutis
tradicional no constituye una unidad interna y que por lo mismo debe ser
disuelto. Trata del llamamiento bajo el encabezado de la palabra considerada
como medio de gracia; de la regeneración, justificación y unión mística bajo el
encabezado de la obra redentora de Cristo; y relega la conversión y la
santificación al dominio de la ética cristiana. El resultado es que sólo la fe
queda, y ésta constituye el ordo salutis. 210 Según Kaftan el ordo
salutis debe incluir nada más aquello que se requiere de parte del hombre para
la salvación, y esto es la fe, la fe sola, un concepto por completo
antropológico que probablemente encuentra su explicación en el énfasis tremendo
de la teología luterana sobre la fe activa.
Cuando
hablamos de un ordo salutis, no olvidamos que la obra de aplicar la gracia de
Dios al individuo pecador es un proceso unitario; pero acentuamos sólo el hecho
de que se pueden distinguir en el proceso varios movimientos, que la obra de
aplicar la redención continúa en un orden definido y razonable y que Dios no
imparte la plenitud de su salvación al pecador en un solo acto. Si lo hubiera
hecho así, la obra de redención no habría llegado al conocimiento de los hijos
de Dios en todos sus aspectos y en toda su plenitud divina. Tampoco perdemos de
vista el hecho de que con frecuencia usamos los términos empleados para
describir los varios movimientos, en un sentido más limitado que aquel en que
lo hace la Biblia.
Puede
surgir la pregunta de si la Biblia indica alguna vez un ordo salutis definido.
La respuesta a esa pregunta es que, aunque no nos proporciona en forma
explícita un orden completo de salvación, nos ofrece una base suficiente para
semejante orden. La aproximación más avanzada que se encuentra en la Escritura
a todo lo que puede parecer un ordo salutis, es la declaración de Pablo en Rom.
8: 29, 30. Algunos de los teólogos luteranos fundaron su enumeración de los
diversos movimientos en la aplicación de la redención, en forma más bien
artificial, sobre Hech. 26: 17, 18. Pero aunque la Biblia no nos da un definido
ordo salutis, hace dos cosas que nos capacitan para construir ese orden.
1. Nos proporciona una enumeración muy
abundante y rica de las operaciones del Espíritu Santo para aplicarnos la obra
de Cristo a los individuos pecadores, y de las bendiciones de la salvación
impartida a ellos. Al hacer esto no siempre usa la Biblia los mismos términos
empleados en la dogmática, sino con frecuencia recurre al uso de otros nombres
y otras figuras de retórica. Además, con frecuencia emplea términos que no han
adquirido un significado muy exacto en dogmática, dándoles un sentido mucho más
amplio. Palabras como regeneración, llamamiento, conversión y renovación sirven
repetidas veces para designar el cambio completo que se obra en la vida íntima
del hombre.
2. La Biblia indica en muchos pasajes y de
varios modos la relación en la cual permanecen entre sí los diferentes
movimientos de la obra de redención. Enseña que somos justificados por medio de
la fe y no por las obras, Rom. 3: 30; 5 : 1 ; Gál. 2 : 16-20; que siendo
justificados, tenemos paz con Dios y comunión con El, Rom. 5 : 1, 2 ; que hemos
sido libertados del pecado para convertirnos en siervos de la justicia y para
cosechar los frutos de la santificación, Rom. 6 : 18, 22 ; que cuando somos
adoptados como hijos recibimos el Espíritu que nos da seguridad, y también nos
convertimos en coherederos con Cristo, Rom. 8 : 15-17 ; Gál. 4 : 4, 5, 6; que
la fe viene por el oír la Palabra de Dios, Rom. 10: 17; que la muerte hacia la
ley resulta en vida para con Dios, Gál. 2: 19, 20; que cuando creemos somos
sellados con el Espíritu de Dios, Ef. 1 : 13, 14; que es necesario que andemos
como es digno del llamamiento con que somos llamados, Ef. 4: 1, 2 que habiendo
obtenido la justicia de Dios por medio de la fe participamos de los
sufrimientos de Cristo, y también del poder de su resurrección, Fil. 3: 9, 10;
y de que somos engendrados de nuevo por medio de la Palabra de Dios, I Ped. 1:
23. Estos y los pasajes parecidos indican la relación de los diversos
movimientos de la obra redentora entre sí, y de esta manera nos proporciona una
base para la construcción de un ordo salutis.
Atendiendo
al hecho de que la Biblia no especifica el orden exacto que se emplea en la aplicación
de la obra de redención hay, como es natural, muy considerable lugar para opiniones
diferentes. De hecho las Iglesias no están todas de acuerdo en cuanto al ordo salutis.
La doctrina del orden de salvación es un fruto de la Reforma. Con dificultad se
encuentra cualquiera cosa que se le parezca en las obras de los escolásticos.
En la teología de la pre-Reforma se hace escasa justicia a la soteriología en
general. No constituye un asunto separado, y sus partes constituyentes se
discuten bajo otros nombres, más o menos como si fueran disjecta membra (fragmentos
dispersos). Hasta los más grandes filósofos de la Edad Media, por ejemplo,
Pedro Lombardo y Tomás de Aquino pasan inmediatamente de la discusión de la encarnación
a la de la Iglesia y los sacramentos. Lo que se podría llamar su soteriología consiste
nada más de dos capítulos, de Fide et de Poenitentia. Las bona opera también recibieron
considerable atención. Puesto que el protestantismo tuvo su punto de partida en
la crítica y desajuste de los conceptos católico romanos sobre la fe, el
arrepentimiento y las buenas obras, resultaba natural que el interés de los
Reformadores encontrara su centro en el origen y el desarrollo de la vida nueva
en Cristo. Calvino fue el primero en agrupar las varias partes del orden de
salvación en una forma sistemática, pero hasta esta representación suya, dice
Kuyper, es más bien subjetiva, puesto que acentúa formalmente la actividad
humana más bien que la divina.211 Los teólogos Reformados
posteriores corrigieron este defecto. Las explicaciones siguientes acerca del
orden de salvación reflejan los conceptos fundamentales del camino de salvación
tal como caracterizan a las diversas iglesias desde el tiempo de la Reforma.
EL CONCEPTO REFORMADO
Desarrollándose
sobre la hipótesis de que la condición espiritual del hombre depende de su estado,
es decir, de su relación con la ley; y de que sólo sobre la base de la justicia
de Jesucristo, imputada al pecador, puede éste ser librado de la corrupción y
la influencia destructiva del pecado, la soteriología Reformada toma su punto
de partida en la unión establecida en el pactum salutis entre Cristo y aquellos
que el Padre le ha dado, en virtud de lo cual hay una imputación eterna de la
justicia de Cristo a los que son suyos. En atención a esta precedencia de lo
legal sobre lo moral, algunos teólogos, por ejemplo Maccovius, Comrie. A.
Kuyper Sr., y A. Kuyper Jr., comienzan el ordo salutis con la justificación más
bien que con la regeneración. Haciendo esto aplican el nombre
"justificación" también a la imputación ideal de la justicia de
Cristo a los elegidos en el consejo eterno de Dios. El Dr. Kuyper además dice
que los Reformados difirieron de los luteranos en que aquellos enseñan la
justificación per justitiam Christi en tanto que los últimos explican la justificación
per fidein como que con ella se completa la obra de Cristo.212 No
obstante, la gran mayoría de los teólogos Reformados aunque presuponen la
imputación de la justicia de Cristo en el pactum salutis, discuten nada más la
justificación por la fe en el orden de la salvación, y como es natural empiezan
su discusión relacionándola con, o inmediatamente después de la fe. Comienzan
el ordo salutis con la regeneración o con el llamamiento, y de esta manera
acentúan el hecho de que la aplicación de la obra redentora de Cristo es desde el
principio una obra de Dios. A esto le sigue una discusión acerca de la
conversión, en la cual la obra de la regeneración penetra a la vida consciente
del pecador y este se vuelve a Dios, apartándose de su yo, del mundo y de
Satanás para volverse a Dios. La conversión incluye el arrepentimiento y la fe,
pero debido a la gran importancia de esta última, por lo general se le trata
por separado. La discusión acerca de la fe conduce en forma natural a la de la
justificación en la medida en que ésta queda ajustada para nosotros por la fe.
Y en seguida viene a consideración la obra de la santificación debido a que la
justificación coloca al hombre en una nueva relación con Dios, la cual lleva
consigo el don del Espíritu de adopción, y obliga al hombre a una nueva
obediencia y también lo capacita para hacer la voluntad de Dios de todo
corazón. Por último el orden de la salvación termina con la doctrina de la
perseverancia de los santos y su glorificación final.
Bavinck
distingue tres grupos en las bendiciones de la salvación. Comienza por decir
que el pecado es culpa, contaminación y miseria, porque envuelve el
quebrantamiento del pacto de obras, una pérdida de la imagen de Dios y una
sujeción al poder de corrupción. Cristo nos libró de estos tres mediante sus
padecimientos, su satisfacción de las demandas de la ley y su victoria sobre la
muerte. En consecuencia, las bendiciones de Cristo consisten en lo siguiente:
1. El restaura la relación correcta del
hombre con Dios y con todas las criaturas mediante la justificación, incluyendo
el perdón de los pecados la adopción de hijos, la paz con Dios y la libertad
gloriosa.
2. Renueva al hombre a la imagen de Dios por
medio de la regeneración, el llamamiento interno, la conversión, la renovación
y la santificación.
3. Preserva al hombre para su herencia
eterna, lo libra de los sufrimientos y de la muerte, y lo pone en posesión de
la salvación eterna mediante la preservación, la perseverancia, y la
glorificación.
El
primer grupo de bendiciones se nos concede por medio de la iluminación del
Espíritu Santo, lo aceptamos por medio de la fe y pone en libertad a nuestra
conciencia. El segundo grupo se nos imparte por medio de la obra regeneradora
del Espíritu Santo que nos renueva y nos redime del poder del pecado. Y el
tercer grupo fluye hacia nosotros mediante la obra del Espíritu Santo que nos
preserva, nos guía y nos sella como la prenda de nuestra completa redención;
nos libra en cuerpo y alma del dominio de la miseria y de la muerte. El primer
grupo nos da la unción de profetas, el segundo la de sacerdotes y el tercero la
de reyes. En relación con el primero miramos retrospectivamente a la obra
perfecta de Cristo en la cruz, en donde nuestros pecados fueron expiados; en
relación con el segundo miramos hacia arriba, al cielo, a nuestro viviente
Señor que como Sumo Sacerdote está sentado a la diestra del Padre; y en
relación con el tercero miramos hacia la futura venida de Jesucristo en la que
El sujetará a todos sus enemigos y entregará el reino al Padre.
Hay
algunas cosas que deben recordarse en relación con el ordo salutis, tal como
aparecen en la teología Reformada.
1. Algunos
de los términos no se usan siempre en el mismo sentido. El término justificación
se limita por lo general a lo que se llama justificación por la fe, pero se le
usa algunas veces para cubrir una justificación objetiva de los elegidos en la resurrección
de Jesucristo, y la imputación de la justicia de Cristo a los que están en el
pactum salutis. Además, la palabra regeneración, que ahora, por lo general, designa
aquel acto de Dios por medio del cual El imparte el principio de la nueva vida
al hombre, se usa también para designar el nuevo nacimiento o la primera manifestación
de la vida nueva, y en la teología del Siglo XVII con frecuencia ocurre como
sinónimo de conversión y hasta de santificación. Algunos hablan de la justificación
como una conversión pasiva para distinguirla de la conversión propiamente dicha
que entonces se llama a conversión activa.
2. Algunas
otras diferencias también merecen atención. Debemos distinguirla con cuidado
entre los actos de Dios judiciales y recreativos. Los primeros (como la justificación)
cambian el estado, y los últimos (como la regeneración, la conversión), cambian
la condición del pecador ; entre la obra del Espíritu Santo en la
subconsciencia (regeneración), y los de la vida consciente (conversión) ; entre
aquellos que pertenecen a la renuncia del hombre viejo (arrepentimiento, crucifixión
del hombre viejo), y aquellos que constituyen el vestirse del nuevo hombre
(regeneración y en parte la santificación) ; y entre el principio de la aplicación
de la obra de redención (en la regeneración y la conversión propiamente dicha),
y la continuación de esa obra de redención (en la transformación diaria y en la
santificación).
3. En
relación con los diversos movimientos en la obra de aplicación debemos recordar
que los actos judiciales de Dios constituyen la base para sus actos recreativos
de manera que la justificación aunque no dentro del tiempo, es no obstante, con
toda lógica la primera de todo lo demás ; que la obra de la gracia de Dios en
la subconsciencia precede a la de la vida consciente, de tal manera que la regeneración
precede a la conversión ; y que los actos judiciales de Dios (la justificación,
incluyendo el perdón de los pecados y la adopción de hijos) siempre se dirigen
a la conciencia, en tanto que, de los actos recreativos uno, es decir, la regeneración
tiene lugar en la vida subconsciente.
EL CONCEPTO ARMINIANO
El
orden arminiano de la salvación, aunque en forma muy ostensible atribuye la
obra de salvación a Dios, realmente la convierte en contingente de la actitud y
de la obra del hombre. Dios abre la posibilidad de la salvación para el hombre.
Pero al hombre le corresponde aprovechar. Los arminianos consideran la
expiación de Cristo "como una oblación y satisfacción por los pecados del
mundo entero" (Pope), es decir, por los pecados de cada individuo de la
raza humana. Niega que la culpa del pecado de Adán se impute a todos sus
descendientes, y de que el hombre sea por naturaleza totalmente depravado, y
por tanto impotente para hacer algún bien espiritual ; y creen que, aunque la
naturaleza humana está, sin duda, dañada y deteriorada a causa del resultado de
la caída, el hombre todavía puede, por naturaleza, hacer lo que es
espiritualmente bueno, y volverse a Dios, pero debido a las malas
inclinaciones, la perversidad y la pereza de la pecaminosa naturaleza humana,
Dios le imparte su bondadosa ayuda. El proporciona la gracia suficiente a todos
los hombres para capacitarlos, si eligen alcanzar la posesión plena de las
bendiciones espirituales, y por último, la salvación. La oferta del evangelio,
viene a todos los hombres sin hacer diferencia y ejerce una influencia moral
nada más sobre ellos, aunque en poder de ellos está resistir o someterse. Si se
someten a ella, se volverán a Cristo con arrepentimiento y fe. Estos
movimientos del alma no son (como en el calvinismo) el resultado de la regeneración;
son nada más introductorios al estado de gracia, llamado así con propiedad. Cuando
la fe de ellos realmente halla su meta en Cristo, esta fe, por causa de los
méritos de Cristo, se les imputa a ellos como justicia. Esto no quiere decir
que la justicia de Cristo se les impute como si de verdad les perteneciera a
ellos, sino que en vista de lo que Cristo hizo por los pecadores, la fe de
ellos que envuelve el principio de la obediencia, de honradez de corazón y las
buenas disposiciones, se acepta en lugar de una obediencia perfecta y se les acredita
por justicia. Sobre esta base, pues, son justificados; lo que en el bosquejo
general arminiano significa, nada más, que sus pecados son perdonados y no que
ellos sean aceptados como justos. Los arminianos con frecuencia lo expresan en
esta forma: El perdón de los pecados se basa en los méritos de Cristo, pero el
hallar aceptación delante de Dios descansa sobre la obediencia del hombre a la
ley, o lo que se llama la obediencia evangélica. La fe no sirve sólo para
justificar sino también para regenerar a los pecadores. Ella asegura al hombre
la gracia de la obediencia evangélica y esto, si se deja funcionar para vida,
desemboca en la gracia de la perseverancia. No obstante, la gracia de Dios siempre
puede resistirse y perderse.
Los
llamados Wesleyanos o evangélicos arminianos no convienen por completo con el arminianismo
del Siglo XVII. Aunque su posición muestra más grande afinidad con el calvinismo
que el arminianismo original es también más inconsistente. Admite que la culpa del
pecado de Adán se imputa a todos sus descendientes, pero al mismo tiempo
sostiene que todos los hombres están justificados en Cristo y que por lo mismo
esta culpa se quita de un golpe en el nacimiento. También admite toda la
depravación moral del hombre en el estado natural, pero prosigue acentuando el
hecho de que no hay hombre que exista en aquel estado natural puesto que hay
una aplicación universal de la obra de Cristo por medio del Espíritu Santo
mediante el cual el pecador está capacitado para cooperar con la gracia de
Dios. El arminianismo evangélico acentúa la necesidad de una obra de gracia sobrenatural
(más que física) para efectuar la renovación del pecador y su santificación.
Además,
enseña la doctrina de la perfección cristiana o de la santificación completa en
la vida presente. Debe añadirse que aunque Arminius hizo asunto de justicia el
regalo al hombre de una habilidad para cooperar con Dios, Wesley consideró que
esto era asunto de gracia pura. Este es el tipo del arminianismo con el que las
más de las veces entramos en contacto. Nos lo encontramos no sólo en la Iglesia
metodista sino también en otros grandes sectores de otras iglesias y de modo
especial en muchas iglesias actuales que pretenden no tener denominación.
Louis Berkhof
Apartes del capítulo 42
Teología sistemática
Notas:
209 Compárese McPherson, Chr. Dogm., p.
368.
210 Dogm., p. 651
211
Dict. Dogm., De Salute, pp. 17 y sig.
212 Dict. Dogm., De Salute, p. 69.
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