14 oct 2018
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Will Graham
LA COMPLEJA RELACIÓN ENTRE EL NUEVO NACIMIENTO Y LA FE
LA COMPLEJA RELACIÓN ENTRE EL NUEVO NACIMIENTO Y LA FE
Algunos dicen que la fe
precede a la regeneración. Otros afirman justamente lo contrario. Pero, ¿qué es
lo que dice la Palabra de Dios? ¿Primero fe luego regeneración? ¿O primero
regeneración luego fe?
Antes
que nada, sería importante definir los dos términos teológicos a los cuales
aludimos. Emplearemos las definiciones de nuestro hermano Wayne Grudem.
Por
un lado la fe se trata de una “confianza o dependencia en Dios basada en el
hecho de que le tomamos a su palabra y creemos lo que Él ha dicho”.
Por
el otro, la regeneración es un “acto secreto de Dios en el que nos imparte
nueva vida espiritual; a veces llamada ‘nacer de nuevo’”.
Así
qué, ¿qué sucede primero: el creer la palabra de Dios (fe) o la nueva vida que
Dios nos concede (regeneración)?
Para
contestar cualquier pregunta, hace falta recurrir a la autoridad de la Palabra
de Dios. El gran peligro para nosotros como seres humanos es el de basar
nuestro entendimiento teológico en nuestro raciocinio.
Tendemos
a acercarnos a cualquier asunto doctrinal con convicciones fundamentadas en
nuestra experiencia; pero la doctrina protestante de la Sola Scriptura nos
enseña que todas las voces y opiniones humanas (incluso las nuestras) se tienen
que someter a las declaraciones de la Sagrada Escritura.
Por
lo tanto, ¿qué dice la Biblia al respecto? ¿Primero fe luego regeneración?
A
pesar de que algunos crean que la doctrina del nuevo nacimiento solamente se da
a conocer en el Nuevo Testamento, la verdad es que Dios ya enseñó a su pueblo
acerca de la regeneración en los días del Antiguo Testamento.
Por
eso Jesús, cuando quería explicar la doctrina del nuevo nacimiento a Nicodemo,
le preguntó: “Tú eres maestro de Israel, ¿y no entiendes estas cosas?” (Juan
3:10).
Algunos
ejemplos sacados del Antiguo Testamento son los siguientes:
“Les
daré un nuevo corazón para que me conozcan, porque yo soy el Señor; y ellos
serán mi pueblo y yo seré su Dios, pues volverán a mí de todo corazón”
(Jeremías 24:7).
“Porque
éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días,
declara el Señor. Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré.
Entonces yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jeremías 31:33).
“Y
les daré un solo corazón y un solo camino, para que me teman siempre, para bien
de ellos y de sus hijos después de ellos” (Jeremías 32:39).
“Yo
les daré un solo corazón y pondré espíritu nuevo dentro de ellos. Y quitaré de
su corazón el corazón de piedra y les daré corazón de carne” (Ezequiel 11:19).
“Entonces
les rociaré con agua limpia y quedaréis limpios; de todas sus inmundicias y de
todos sus ídolos les limpiaré. Además, les daré un corazón nuevo y pondré un
espíritu nuevo dentro de ustedes; quitaré de su carne el corazón de piedra y
les daré corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi espíritu y haré que
anden en mis estatutos, y que cumplan cuidadosamente mis ordenanzas” (Ezequiel
36:26-27).
¿Qué
es lo que tienen los cinco pasajes citados en común? En cada instante, Dios es
el agente activo. Es Dios quien concede el nuevo nacimiento, el nuevo corazón,
el nuevo espíritu. Es la soberanía del Señor la que efectúa este cambio
glorioso en el seno de los hijos de Adán. Dios lo hace porque el ser humano
caído es incapaz de cambiar su depravado y esclavizado corazón. El hombre
natural no desea a Dios. No quiere creer en el Señor de gloria. “No hay quien
busque a Dios” (Romanos 3:11). El pecador no es capaz de obrar fe salvadora en
su propio corazón.
Interesantemente,
las tres metáforas utilizadas por el Nuevo Testamento para desarrollar el
concepto de la salvación sirven para resaltar la naturaleza pasiva del pecador
ante Dios. Las metáforas son: una resurrección (Efesios 2:1), una creación (2
Corintios 5:17) y un nuevo nacimiento (Juan 3:3).
En
primer lugar, la persona resucitada resucita por el poder de una fuerte externa
a ella. La hija de Jairo no pudo levantarse a sí misma de la muerte. En segundo
lugar, una persona creada depende de un poder externo a ella para ser creada.
Adán y Eva no podrían haberse creado a sí mismos.
Y
en tercer lugar, una persona que nace (como tú o no) no puede producir su
propio nacimiento. ¿O me equivoco? En cada caso, la persona es pasiva. De esta
manera nadie se puede gloriar en la presencia de Dios ya que la salvación es
cien por cien del Señor.
Por
lo tanto, para que el hombre crea de veras y busque a Dios, hace falta un
cambio radical de naturaleza, un auténtico milagro de lo alto. Es por esta
razón que Jesús, en su charla con Nicodemo, le dice al fariseo que: “En verdad,
en verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en
el reino de Dios” (Juan 3:5).
Es
bien posible que al hacer esta aseveración que nuestro Señor tuviese en mente
el pasaje antes nombrado de Ezequiel 36:25-27.
¿Cómo
entramos, pues, en el reino de Dios? Mediante la fe en el Evangelio (Marcos
1:15). Pero Jesús aquí revela que antes de poder entrar en el Reino, resulta
necesario el nuevo nacimiento. Primero nacemos de nuevo luego entramos en el
reino de Dios.
Para
citar a Grudem de nuevo: “Entramos en el reino de Dios cuando nos convertimos
en creyentes en la conversión. Pero Jesús dice que tenemos que ‘nacer de nuevo’
antes de que podamos hacer eso’”. (1)
Dios
nos concede nueva vida y la primera evidencia de esta vitalidad espiritual es
nuestra conversión, a saber, fe y arrepentimiento. Antes de que haya vida, la
fe y el arrepentimiento son imposibilidades.
Un
ejemplo. Lázaro estaba muerto en la tumba. No podía salir porque estaba
difunto. Pero luego le llegó la palabra creadora de Cristo: “¡Lázaro, ven
fuera!” (Juan 11:43).
Humanamente
hablando, es imposible que Lázaro responda al mandamiento de Cristo. No puede
hacer nada porque está clínicamente muerto. No obstante, la palabra de Jesús
creó nueva vida en Lázaro y al instante, el difunto se levanta y se pone a
andar.
En
la salvación del pecador sucede exactamente lo mismo. La nueva vida es la
regeneración. Dios regala nueva vida. E inmediatamente, las primeras obras del
nacido de nuevo son fe y arrepentimiento. Se pone a andar porque Cristo ya le
ha concedido vida espiritual.
No
es por nada que el Nuevo Testamento describe la regeneración como una
resurrección de entre los muertos. Aquí hay algunos ejemplos.
“Y
Él os dio vida a ustedes, que estaban muertos en vuestros delitos y pecados”
(Efesios 2:1).
“Aun
cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con
Cristo (por gracia habéis sido salvados)” (Efesios 2:5).
“Y
cuando estaban muertos en vuestros delitos y en la incircuncisión de vuestra
carne, les dio vida juntamente con Él, habiéndonos perdonado todos los delitos”
(Colosenses 2:13).
Todos
los que somos del Señor estábamos tan muertos como Lázaro. Pero Cristo envió su
palabra de salvación por medio del Evangelio llamándonos a salir fuera. En
nosotros no había tal poder.
Sin
embargo, el hermoso Espíritu de Dios hizo una obra portentosa, venciendo
nuestra enemistad y llevándonos a los pies de Cristo. Como lo expresó Arthur
Pink: “Él [El Espíritu Santo] es quien aplica el Evangelio al alma con poder
salvador: vivificando a los elegidos, cuando aún están muertos, conquistando
sus voluntades rebeldes, ablandando sus corazones duros, abriendo sus ojos
enceguecidos”. (2)
Sin
esta obra regeneradora del Espíritu Santo –el cual sopla de donde quiere- no
podemos ejercer ninguna clase de fe en el Señor Jesús. Si volvemos a leer la
promesa de Ezequiel 36:27, podemos ver este orden claramente: “Pondré dentro de
ustedes mi espíritu y haré que anden en mis estatutos, y que cumplan
cuidadosamente mis ordenanzas”.
En
primer lugar, Dios envía su Espíritu a nuestras vidas (regeneración) y luego
podemos cumplir con sus estatutos y ordenanzas (el llamamiento a la fe y al
arrepentimiento).
En
respuesta a nuestra pregunta inicial, ¿primero fe luego regeneración? Con el
peso de los textos bíblicos del Antiguo y el Nuevo Testamento además de la
enseñanza clara de nuestro amado Salvador, es indudable que la regeneración precede
a la fe.
Es
decir, no creemos para nacer de nuevo sino que creemos porque hemos nacido de
nuevo. Y puesto que tanto la regeneración como la fe son dones de Dios, decimos
juntamente con los reformadores protestantes: ¡Soli Deo gloria! (A Dios
únicamente sea toda la gloria).
REFERENCIAS
1
GRUDEM, Wayne, Doctrina bíblica (Vida: Miami, 2005), p. 302.
2
PINK, Arthur, Los atributos de Dios (Estandarte de la verdad: Edimburgo, 2010),
p. 81.
AUTOR:
Will Graham
Fuente.
Protestante digital
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