24 oct 2018
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Débora la Jueza de Israel
Débora la Jueza de Israel
CONTEXTO Y BALANCE DEL TIEMPO DE LOS JUECES EN ISRAEL
Ubicándonos en el
contexto en que Débora aparece
El tiempo de los Jueces de
Israel es un período dramático en la historia del pueblo de Dios. Mucho se ha
hablado y escrito de la crisis de Israel durante ese período tumultuoso y
desordenado, en donde Israel iba dando tumbos, pasando por largos períodos de
pecado, dificultades, clamores y victorias, para luego volver a ese mismo
círculo vicioso una y otra vez por muchos años.
Una de las primeras cosas
que llama la atención de ese período es la falta de continuidad en el liderazgo
luego de la muerte de Josué. A diferencia de la partida de Moisés, Josué
también da una exhortación final a Israel, pero no menciona por ningún lado a
un posible sucesor. ¿Es que acaso Israel carecía de liderazgo? Al parecer, lo
que había era una burocracia nacional, porque cuando Josué da su discurso
final, él mandó a llamar, «… a los ancianos de Israel, a sus jefes, a sus
jueces y a sus oficiales…» (Josué.
24:1). Es evidente que Israel tenía muchas «autoridades», pero carecía de
un verdadero liderazgo espiritual.
El libro de los Jueces
empieza con varias victorias, aunque también muestra una sombra que se cernía
sobre su horizonte. Lo primero que notamos es que las victorias eran
incompletas:
«[JUDÁ]… NO PUDO
EXPULSAR A LOS HABITANTES DEL VALLE PORQUE ESTOS TENÍAN CARROS DE HIERRO… PERO
LOS HIJOS DE BENJAMÍN NO EXPULSARON A LOS JEBUSEOS… PERO MANASÉS NO TOMÓ
POSESIÓN… Y LOS CANANEOS PERSISTÍAN EN HABITAR EN AQUELLA TIERRA. Y SUCEDIÓ QUE
CUANDO ISRAEL SE HIZO FUERTE, SOMETIERON A LOS CANANEOS A TRABAJOS FORZADOS,
PERO NO LOS EXPULSARON TOTALMENTE. TAMPOCO EFRAÍN EXPULSÓ A LOS CANANEOS QUE
HABITABAN EN GEZER… ZABULÓN NO EXPULSÓ A LOS HABITANTES… DE MANERA QUE LOS
CANANEOS HABITARON EN MEDIO DE ELLOS… ASER NO EXPULSÓ A LOS HABITANTES… ASÍ QUE
LOS DE ASER HABITARON ENTRE LOS CANANEOS… NEFTALÍ NO EXPULSÓ A LOS HABITANTES…
SINO QUE HABITÓ ENTRE LOS CANANEOS… ENTONCES LOS AMORREOS FORZARON A LOS HIJOS
DE DAN… Y LOS AMORREOS PERSISTIERON EN HABITAR…» (CAP. 1)
Estas derrotas incompletas
permitieron que el pueblo de Israel siguiera sucumbiendo poco a poco a la
corrosiva influencia de los pueblos cananeos. Ya Josué había percibido esta
intromisión y les había advertido en su exhortación final: «Ahora pues, quitad los
dioses extranjeros que están en medio de vosotros, e inclinad vuestro corazón
al SEÑOR, Dios de Israel» (Josué.
24:23). Para nosotros es difícil entender cómo una influencia religiosa
puede generar tal grado de devastación en una nación. Nuestra comprensión
equivocada de la religión al verla como un ente aislado y perimetral de nuestra
existencia nos impide distinguir la centralidad de los dioses antiguos en la
vida de los habitantes y las naciones. La primera advertencia divina en el
libro de los Jueces nos muestra el peligro al ver esta importante advertencia,
cuando el ángel del SEÑOR, le dice a Israel, «… Yo os saqué de Egipto y os
conduje a la tierra que había prometido a vuestros padres y dije: ‘Jamás
quebrantaré mi pacto con vosotros, y en cuanto a vosotros, no haréis pacto con
los habitantes de esta tierra; sus altares derribaréis’. Pero vosotros no me
habéis obedecido; ¿qué es esto que habéis hecho?» (Jue.
2:1).
Veamos qué es lo que los
israelitas habían hecho: En primer lugar, la adoración a un dios cananeo
involucraba un cambio de lealtad y fidelidad del Dios libertador a un dios ajeno.
En segundo lugar, involucraba un cambio en la completa cosmovisión de la
persona y la nación. Los dioses cananeos eran simples idolillos que buscaban
“proteger” a sus fieles de las inclemencias del clima, proveyendo fecundidad a
la tierra y provisión material sin ninguna demanda moral o espiritual. Jehová,
el Dios de Israel, por el contrario, era el Señor soberano que esperaba no sólo
cuidar a sus fieles, sino también hacer de ellos una nación santa con un
estándar de vida que le glorifique y traiga orden, prosperidad y paz para el
pueblo. En tercer lugar, como resultado de esa filiación espuria, el pueblo se
debilita en todo sentido, se sincretiza con la cultura de los pueblos paganos y
pierde su fortaleza e identidad como nación santa. El ángel del SEÑOR muestra
ese terrible efecto cuando les dice con absoluta claridad y como una clara
advertencia: «… No los echaré de delante de vosotros, sino que serán como
espinas en vuestro costado, y sus dioses serán lazo para vosotros» (Jue.
2:3).
La devastación predicha no
se hizo esperar. Mientras vivieron Josué y algunos ancianos que fueron testigos
de la obra del Señor, el pueblo se mantuvo a raya por la fortaleza espiritual
de su liderazgo (Jue. 2:7). La siguiente generación después de ellos, «…no
conocía al SEÑOR, ni la obra que Él había hecho por Israel» (Jue.
2:10). Ese agujero negro de ignorancia produjo un descalabro de corrupción
que empezó con el desorden interno de sus propios corazones. Israel perdió la
brújula y cambió el bien por el mal y a Jehová por los baales. Los israelitas
permanecieron siendo muy religiosos, pero ahora sumidos en una espiritualidad
pagana que no les brindó liberación, sino esclavitud, pobreza y gran dolor.
Los israelitas, en completa
ceguera espiritual, no eran capaces de discernir las consecuencias funestas de
sus actos y decisiones. Ellos pusieron al Señor en su contra y la consecuencia
espiritual natural fue una gran angustia (Jue.
2:15). Ese ciclo de angustia se repetiría una y otra vez de manera
constante:
«CUANDO EL SEÑOR LES
LEVANTABA JUECES, EL SEÑOR ESTABA CON EL JUEZ Y LOS LIBRABA DE MANO DE SUS
ENEMIGOS TODOS LOS DÍAS DEL JUEZ; PORQUE EL SEÑOR SE COMPADECÍA POR SUS GEMIDOS
A CAUSA DE LOS QUE LOS OPRIMÍAN Y LOS AFLIGÍAN. PERO ACONTECÍA QUE AL MORIR EL
JUEZ, ELLOS VOLVÍAN ATRÁS Y SE CORROMPÍAN AÚN MÁS QUE SUS PADRES, SIGUIENDO A
OTROS DIOSES, SIRVIÉNDOLES E INCLINÁNDOSE ANTE ELLOS; NO DEJABAN SUS COSTUMBRES
NI SU CAMINO OBSTINADO» (JUE. 2:18 – 19)
Este pasaje resalta con
crudeza la corrupción y decadencia espiritual en la que se encontraba Israel.
Su obediencia era circunstancial, temporal e interesada. La espiral de
corrupción se hacía más grande y pesada con cada prueba. Pero esto no significó
que el Señor dejara a Israel entregado por completo a sus propias
consecuencias. Por el contrario, el Señor siguió haciendo uso de su gran
compasión para con su nación elegida. Ahora buscara usar las naciones paganas,
«para probar por medio de ellas a Israel, a ver si guardan o no el camino del
SEÑOR, y andan en él como lo hicieron sus padres» (Jue.
2:22).
Valga toda esta larga
introducción para hacer notar que debemos evaluar la trayectoria del pueblo de
Dios en ese momento histórico bajo el lente de su propia realidad. Israel
estaba desorganizada, sin un liderazgo espiritual sólido, entregada a las
naciones que la rodeaban, mezclándose con ellos y olvidándose por completo de su
Dios y de su pasado. Podríamos decir que fue un «borrón y cuenta nueva» que no
produjo un avance, sino un terrible retroceso en todo sentido. Es muy conocida
la frase que aparece en el libro y que describe el estado de la nación: «en
aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que a sus ojos le
parecía bien» (Josué; 21:25).
Es importante notar que el libro acaba dramáticamente con las historias de Dan
y los ídolos de Micaía (17 – 18) y del levita y su concubina (19 – 21). Esas
terribles historias sanguinarias e inimaginables en otro tiempo no hacen más
que confirmar el drama desolador de Israel y lo bajo que habían caído en un
gran espiral de corrupción imparable que no duró algunos años o décadas, sino
que prevaleció por varios siglos.
Ante tal situación, es de
esperarse que los jueces que asumieron el liderazgo de Israel tampoco tengan
una gran altura moral o espiritual. Muchos de ellos son personajes desconocidos
y sin historia, figuras que aparecieron de repente al ser convocados por el
mismo Señor para traer un poco de paz y orden a una nación sumida y revolcada
en su propio fango.
Otoniel, Aod, Samgal fueron
jueces militares con sendas victorias y actos de valentía. Aunque ellos
lograron libertad nacional para el pueblo, no hay un solo rastro de que hayan
podido desatar las ligaduras morales y espirituales de Israel. El resto de
jueces no es diferente a los primeros. Por ejemplo, Gedeón era un simple
agricultor preocupado por no perder su cosecha cuando el Señor lo encontró y
llamó mientras estaba sacudiendo el trigo escondido en un lagar. A pesar de
todas sus victorias y su búsqueda del Señor, su historia termina con la
creación idolátrica de un efod de oro (una prenda religiosa o una imagen) que
causó más corrupción en Israel y la «… ruina de Gedeón y su casa» (Jue.
8:27). Después de la muerte de Gedeón, el pueblo volvió a olvidar al Señor
y ni siquiera fueron agradecidos con los descendientes del juez (Jue. 8:34 – 35). Su hijo, Abimelec, lleno de ansias de
poder y rodeado de «hombres indignos y temerarios» (Jue.
9:5) asesinó a sus hermanos y luego propició una guerra civil que terminó
con su propia muerte.
Toa y Jair suman 45 años
como jueces en Israel. Del primero, al parecer, no hay nada digno de ser
mencionado. Del segundo, solo se señala que sus muchos hijos cabalgaban como
príncipes y tenían cada uno una ciudad. Luego Jefté aparece como el hijo de una
ramera, a quien sus hermanos echan de la casa familiar por su condición de
bastardo. Sin embargo, unos años después vuelve como líder al ser convocado por
su pueblo para librarlos de la opresión extranjera. Uno de los aspectos más
tristes de la vida de Jefté es cuando hizo un voto necio al Señor que le hizo
entregar a su única hija a una vida de castidad permanente.
Ibzán, Elón y
Abdón pasan también inadvertidos como jueces, salvo que el primero buscó
esposos y esposas extranjeros para sus
60 hijos, y el último también tuvo muchos hijos y nietos que
cabalgaban como príncipes por Israel. Esas solas referencias me hacen pensar en
una posición de abuso de poder más que en un líder que servía a Israel. Luego
de esos jueces infames, vinieron como consecuencia 40 años de opresión
filistea, que una vez más fue orquestada por el Señor.
El último de los jueces es
el famoso Sansón. No hay duda que la historia de los jueces, como lo dijimos
antes, marcha en un notable espiral espiritual descendente. Sansón ya ni
siquiera aparece como un líder militar. Por el contrario, él aparece más como
un personaje de telenovela o de un reality show que como un
héroe bíblico. No daremos más detalles de una historia que conocemos muy bien.
Lo único que podemos recalcar es que Sansón aparece como un hombre que fue
usado por Dios aun sin él siquiera saberlo. La debacle moral y espiritual de
Israel se ve reflejada en toda su magnitud en este hombre indomable por un
lado, pero que por el otro lado actuaba como un perrito faldero delante de las
mujeres que lo conquistaron. Sus victorias sobre los filisteos eran orquestadas
por el Señor, pero para él no eran más que el resultado de sus propios
intereses egoístas y de sus bajas pasiones. La devastación que iba dejando
a su paso era tremenda y la venganza sobre la venganza se hacía cada vez más
sanguinaria y cruel en ambos bandos. Aun los propios hombres de Judá le
apresaron y entregaron a los filisteos, pero Sansón pudo romper las sogas que
lo amarraban y matar mil hombres con solo una quijada de asno como arma. La
historia de Sansón y Dalila solo nos entregó el final de una historia que se
repitió de principio a fin. Sansón muere diciendo, «¡Muera yo con los
filisteos!» (Jue. 16:30), poniendo punto final a 20 años de excesos y
más excesos en un hombre que siempre pareció actuar como un adolescente
impetuoso.
¿Por qué se ha hecho este
largo recuento antes de entrar a la historia de Débora?
Es importante notar que la
historia de los jueces, con toda su cruda realidad, no nos deja un patrón
saludable de liderazgo al que podemos imitar o emular. Por el contrario, en
medio de una nación oscurecida y corrupta, el Señor se manifestó en gracia al
levantar líderes que no podían ni pudieron escapar del bajo estándar
espiritual en que se encontraba la nación entera. De los 13 jueces que aparecen
en el libro, siete aparecen con uno o más eventos específicos resaltados y
seis, al parecer, no tienen mayores referencias dignas de ser recordadas. Es
evidente que la liberación de Israel no fue producto de la integridad, la
espiritualidad o las inteligentes estrategias militares de estos jueces, sino
de la soberanía y la misericordia de Dios puesta en acción para con un pueblo
que no lo merecía, pero que Dios amaba. Sin su divina dirección y voluntad,
Israel hubiera perecido en su pecado, sumergido en el sincretismo cultural
y religioso de las naciones que le rodeaban.
Entendiendo el oficio
y la participación de Débora
LOS ROLES DE LAS MUJERES DESTACADAS EN TODA LA
BIBLIA
Es bajo la luz amplia que
presentamos en la primera parte que podemos mirar ahora a Débora, la jueza de
Israel. Ella también aparece de repente en tiempos sumamente difíciles para
Israel. Jabín, rey de Canaán, tenía subyugado a Israel por 20 años bajo el yugo
de un poderoso ejército comandado por Sísara. La fuente del terror radicaba en
la fortaleza y superioridad militar de los cananeos. Llegar a tener un ejército
con 900 carros de hierro amedrentaba a cualquiera en ese tiempo. Para el tiempo
que aparece Débora en escena, los cananeos han oprimido a los israelitas por 20
años. En términos prácticos la larguísima opresión pudo experimentarse como
esclavitud, trabajos forzados, pillaje y destrucción, pobreza extrema y
persecución/eliminación de cualquier tipo de liderazgo militar y político en
Israel.
Como en los casos
anteriores, es poco lo que se conoce del trasfondo del juez. El nombre “Débora”
no tiene un significado particular en el idioma original. Se trata simplemente
de un nombre femenino hebreo que algunos vinculan con la palabra “hablar”.
Quizás le dieron ese nombre debido a una Débora famosa, la nodriza de
Rebeca (Génesis), quien fue enterrada alrededor de la zona donde la jueza vivía
en las montañas de Efraín entre Ramá y Betel. Se nos dice que estaba casada con
Lapidot o, como algunos estudiosos sugieren, era del pueblo de Lapidot. Nos
inclinamos en pensar que ese nombre era el de su esposo. Es interesante notar
que “Lapidot” es un nombre cuya raíz hebrea significa antorchas ardientes,
relámpagos o simplemente antorchas. Algunos han llegado a decir que Débora es
presentada como una “mujer fiera (o de fuego)”.
A diferencia de la mayoría
de los jueces que eran reconocidos como líderes militares, Débora es reconocida
como «profetisa». Solo para entender este título a la luz del mismo contexto de
la Escritura, podemos reconocer a cuatro mujeres más con ese título en todo el Antiguo
Testamento. Así se le había reconocido a Miriam, la hermana de Moisés y Aarón (Ex. 15:20) y también a Hulda, la profetisa del tiempo del
rey Josías (2 Re. 22:14). En términos negativos se conoce
como profetisa a Noadías, quien atemorizaba y conspiraba contra los judíos en
los tiempos de Nehemías (Nehemías.
6:14). La quinta y la última referencia del Antiguo Testamento la
encontramos en Isaías, cuando se acerca a quien podría ser su esposa, a la que
denomina «la profetisa» (Is.
8:3). En este caso no está claro si Isaías usa este título de cortesía para
identificar a su esposa con él o simplemente era también una mujer con una
función espiritual específica. En el Nuevo Testamento solo encontramos tres
casos de profetisas, dos en términos positivos, Ana, la mujer anciana que
reconoció a Jesús cuando fue llevado al templo (Lc.
2:36) y las cuatro hijas de Felipe que profetizaban (Hch.
21:9). En términos simbólicos y negativos encontramos la descripción de
Jezabel, la profetisa, quien fomentaba actos inmorales e idolátricos en la
iglesia de Tiatira (ap.
2:20).
Con el fin de desentrañar el
significado práctico de este título, veremos, en primer lugar, que la palabra
hebrea para “profetisa” es “nebiah” que viene de “nabi” que se
puede traducir como “profeta, portavoz, vocero, representante, orador”. En este
caso, entonces, nos estamos refiriendo a alguien que está hablando en nombre
del Señor. Sin embargo, en su uso particular, de acuerdo a las cuatro
referencias femeninas mencionadas podemos notar lo siguiente:
Miriam:
Esta mujer era la hermana mayor de Moisés y Aarón. Es notable que el profeta
Miqueas la reconoce entre los enviados de Dios para liberar a Israel junto con
sus hermanos, Moisés y Aarón (Miq.
6:4). A Miriam la vemos por única vez ejercer su rol a través de la poesía
y el canto de adoración inspirado, liderando a otras mujeres a celebrar la victoria
sobre Egipto glorificando al Señor (Ex. 15:20-21). Tiempo después, cuando ella y Aarón
murmuraron contra Moisés, ellos afirmaron que el Señor también había hablado
mediante ellos, lo cual era cierto. El error y la razón de su castigo
radicó en que buscaron igualarse en autoridad con su hermano, quien había sido
escogido por Dios para esa tarea de manera soberana (Nm. 12:2). Al parecer, al ser puesto su nombre delante de
Aarón y al ser la única castigada, podríamos inferir que ella orquestó esta
rebelión (Nm. 12:1). Moisés nunca habló en contra de su hermana
mayor. Por el contrario, intercedió por ella, así como también Aarón.
De este pasaje podemos una
vez más confirmar que el oficio profético era algo que dependía exclusivamente
del Señor, quien se manifestaría en el profeta de acuerdo a su voluntad (Nm. 12:6). Es evidente que el oficio profético no está
vinculado a la autoridad delegada por Dios para gobernar sobre su pueblo. Pero
es evidente que ambos dependen por completo del Señor y su voluntad soberana.
La historia del Éxodo no nos proporciona otras intervenciones registradas de
María como profetisa. Sin embargo, a la luz del único texto en que vemos a
Miriam en acción podemos inferir que su ministerio se desarrollaba entre las
mujeres de Israel.
Hulda: La
profetisa aparece en un período de gran oscuridad espiritual. La Palabra de
Dios había estado perdida y olvidada por muchos años y recién es re-descubierta
durante el gobierno del joven Josías. Este sorpresivo hallazgo hizo al rey
consciente de que “… grande es la ira del SEÑOR que se ha encendido contra
nosotros, por cuanto nuestros padres no han escuchado las palabras de este
libro, haciendo conforme a lo que está escrito de nosotros” (2 Re. 22:13b).
Al parecer Hulda fue la
persona a quien las autoridades sabían que debían recurrir. Ella vivía en
Jerusalén y podemos suponer que no era de baja condición, pues su marido era el
encargado del vestuario real. Es interesante notar que Hulda fue consultada y no
Jeremías o Zacarías, quienes eran contemporáneos. ¿Por qué no le consultaron?
Desconocemos las razones. Quizás temieron una reprensión mayor por parte del
profeta o esperaron mayor sensibilidad femenina por parte de Hulda. Todo lo que
digamos al respecto es pura especulación. Lo que sabemos es que Hulda habló en
nombre del Señor con palabras fuertes, pero también compasivas. El mensaje fue
sumamente claro: el destino de Judá estaba fijado producto de su desobediencia,
pero la compasión del Señor estaría con el rey que se había humillado delante
de Dios.
Hulda no vuelve a ser
consultada luego de su participación y es importante reconocer que sus palabras
no incluyeron ninguna indicación de lo que Josías debía hacer como rey en Judá.
Las reformas de Josías fueron monumentales, destruyendo gran parte del
paganismo en el país, pero Hulda no tuvo ningún rol preponderante o público en
la tarea. Piper y Grudem concluyen lo siguiente con respecto al ministerio
profético de esta mujer: “Es evidente que Hulda no ejerció su don profético en
un ministerio público de predicación pública, sino a través de la consulta
privada (2 Re. 22:14 – 20)”. Esta consulta privada se hace evidente
al observar que ella no participa en el gobierno de Josías, siendo que ella no
fue nombrada ministro o asumiera un rol directriz durante este gran período de
renovación espiritual.
Noadías:
Ella ejercía el oficio profético entre los samaritanos junto con los enemigos
de Nehemías que se oponían a la vuelta de los judíos a Jerusalén. La llegamos a
conocer porque Nehemías levanta una oración en contra de aquellos que están
conspirando en su contra para acabar con él y con la obra que había comenzado (Neh.
6:14). Al parecer el amedrentamiento también incluía mensajes “proféticos”
en que le ordenaban parar la obra que estaba haciendo y terminaban atemorizando
a Nehemías y al resto del pueblo.
Desconocemos la forma en que
ella operaba, aunque debido a su carácter falso es poco lo que podríamos
aprender de su comportamiento o mensaje. Sin embargo, es evidente que tenía un
lugar prominente al ser mencionada por nombre entre los líderes opositores a
Nehemías. Nuevamente el texto solo nos menciona su nombre y su preponderancia
en el grupo opositor, pero no nos muestra la forma en que ella actuaba. De
Tobías y Sanbalat, por el contrario, se nos hace notar su rol activo y evidente
en la oposición contra Nehemías y la obra que estaba realizando. Esto nos
podría sugerir que el rol de Noadías era importante pero, al igual que Hulda,
quedaba restringido a la consulta privada. Esto suena plausible, pero sigue
siendo solo una especulación respaldada por la poca evidencia que el texto
provee.
La
“profetisa” de Isaías: Este rol es aún más oscuro. Aunque
Isaías usa ese término para referirse a su esposa, no lo usa en el sentido del
oficio, sino simplemente para dar a conocer su relación con ella. El pasaje
habla de que la busca para tener un hijo con ella, no para escuchar sus
oráculos o enviarla en alguna misión profética. Sin embargo, no se ha escuchado
antes que se tome el oficio profético del esposo como un título de cortesía
para la esposa. Ezequiel no llama profetisa a su esposa ni tampoco lo hace
Oseas (Ez. 24:18; Os.
2:2). Débora y Hulda no parece que tuvieron esposos, Lapidot y Salum, que
compartieran su oficio profético. Entonces, es muy probable que la esposa de
Isaías haya tenido un oficio profético, como el de las otras mujeres que
encontramos en el Antiguo Testamento. Sin embargo, una vez más, encontramos que
su oficio queda restringido a un ámbito privado que no comparte con el oficio
profético público de Isaías.
Es importante notar que no
podemos inferir que la Biblia enseña que una pareja de esposos comparten un
título solo por el hecho de que son matrimonio. En nuestro tiempo es importante
que una pareja comparta su vida ministerial en unidad y complemento mutuo, como
es el caso de Priscila y Aquila, pero no una simple adjudicación de títulos
basados en el vínculo matrimonial. La profetisa, esposa de Isaías, no nos
autoriza a tomar ese camino.
Ana,
las hijas de Felipe y Jezabel: Las dos referencias
positivas en el Nuevo Testamento requieren también de nuestra atención. Ana es
reconocida por Lucas como una profetisa. En el griego es “prophetís” que
es el femenino de “prophetés”, que se traduce como profeta o “alguien
dotado para exponer la verdad divina”. Ana es presentada como una mujer viuda y
anciana que estaba dedicada por completo a estar en el templo “… sirviendo
noche y día con ayunos y oraciones” (Lc.
2:37). Es evidente que ella no tenía una función pública en el culto
público ni tampoco entre las autoridades religiosas, pero su espiritualidad y
devoción privada se había hecho pública entre todos aquellos que llegaban
buscando al Señor en el templo.
Es interesante que el
carácter de esta anciana piadosa la llevó a ser reconocida como una mensajera
del Señor. Su servicio era adoración al Señor con ayunos y oraciones, en donde
intercedía por el pueblo y por muchos, hablándoles a todos los que querían oír
de una manera informal y familiar, como muchas abuelitas sabias y santas que
tenemos en nuestras iglesias en estos días. No ejercen ningún cargo, pero
tienen autoridad para hablarnos en el nombre de Dios, ¿no es cierto? ¿Por qué
considerarla entonces profetisa? Porque con su vida, su carácter y sus obras
estaba testificando de un Dios a quien conocía y del que podía hablar con
absoluta libertad. Nuevamente no se trata de un cargo o una posición pública
oficial, sino de un carácter santo que glorifica a Dios y representa al Señor
con una vida sencilla y consagrada que da testimonio de las bondades y la
soberanía de Dios.
Las hijas de Felipe, cuyos
nombres desconocemos, también nos dejan con un halo de misterio con respecto a
su actuación. La palabra griega es la misma para profeta, por lo que entendemos
que también, al igual que Ana, compartían la verdad divina de alguna manera.
Aunque el texto no nos da mayores luces, lo que si vemos es que Pablo pasó
varios días con Felipe y sus hijas en su casa, pero tuvo que venir desde Judea
Agabo, un profeta, para hablar en nombre del Espíritu Santo acerca de lo
que le esperaba a Pablo en Jerusalén. ¿Cómo es que entonces ellas profetizaban?
Ya que no tenemos pruebas escriturales para conocer el accionar de estas
profetisas, tenemos que ir a la historia de la iglesia. Orígenes, teólogo (185
– 253 d.C), escribió: “Si las hijas de Felipe profetizaron, al menos ellos no
hablaron en las asambleas; porque no encontramos esa información en los Hechos
de los Apóstoles”. El pasaje tiene el sufrimiento dramatismo para que no solo
hubiéramos sabido que las hijas de Felipe eran profetisas, sino para también
verlas en acción consolando a Pablo o confirmando lo que Agabo había entregado
en el nombre del Señor.
Jezabel. Por
último, tenemos el caso de Jezabel (Ap.
2:20). Es muy probable que el nombre sea simbólico al usar el de la arpía
mujer del rey Acab, quien corrompió a Israel e impuso el culto pagano a Baal.
Es interesante que Juan entiende que esta mujer se auto-nombra profetisa,
enseñando inmoralidades y oponiéndose a la sana doctrina. Su infamia no solo
radica en que enseña herejías, sino que ejerce autoridad al seducir y desviar a
los siervos del camino correcto. La palabra que se usa como “seducir” es
literalmente “desviar del camino correcto”. Juan entiende que lo que Jezabel
enseña y promueve no es solo inmoralidad, sino falsa doctrina, ya que
contrapone a los corruptos con aquellos que “… no tienen esta doctrina…” (Ap.
2:24).
¿Tenemos problemas en que
Ana y las hijas de Felipe profetizarán? De ninguna manera. Pedro había señalado
en el sermón inaugural de la iglesia que en los últimos días el Señor derramará
su, “… Espíritu sobre toda carne; y vuestros hijos y vuestras hijas
profetizarán…” (Hch.
2:17). No vemos en el texto que Lucas mencionara a Ana o a las cuatro hijas
profetisas de Felipe por la sorpresa que les causó al encontrarse con algo
inesperado o reprochable. Por el contrario, lo señaló como algo normal y hasta
circunstancial. El mismo apóstol Pablo establece la forma en una mujer debe
profetizar, pero, una vez más, lo dice como algo natural que simplemente debe
hacerse de forma ordenada y conforme a la voluntad de Dios (1 Cor. 11:5). Entonces, el problema no está en profetizar,
sino en lo que entendemos por ello, en la forma en que debe efectuarse y la
autoridad que trae consigo.
Todos los casos presentados
de profetisas no involucran autoridad u gobierno oficial de ningún tipo, sino
de representación de Dios de manera restringida y hasta privada. De lo que si
podemos establecer que el texto nos señala con claridad es que Miriam ministraba
delante de las mujeres y no participó directamente en el gobierno del pueblo
del éxodo. Hulda era consultada en privado y tampoco ejerció autoridad pública.
Ana era una anciana venerable y piadosa que es probable que gozara de
popularidad, pero no ejercía autoridad, solo oraba, ayunaba y hablaba del Señor
de manera informal en el Templo. Las hijas de Felipe eran profetisas, pero no
vemos que hayan actuado directamente en el ministerio de Pablo, ni antes ni
después de la conmoción causada por la profecía de Agabo. Solo los dos ejemplos
negativos, Adonías y Jezabel, nos muestran a profetisas que se exceden de su
función representativa para buscar una autoridad que termina siendo condenada
por Nehemías en un lado, y corrompiendo a la iglesia de Tiatira, por el otro
lado.
Es importante inferir que
Pedro y Pablo le dieron a la profecía un carácter que era muy distinto al
profetismo del Antiguo Testamento. Los profetas no serán seres especiales, sino
que estarán entre los hijos e hijas del pueblo de Dios o entre los hombres y
las mujeres de las iglesias sin ningún cargo u oficio particular. Este carácter
profético, según Pablo en 1 Corintios 11, no estará sujeto a la organización
oficial de la iglesia, sino a la forma natural en que han sido constituidos por
el Señor los seres humanos. Su naturaleza se basará en la sencillez de una vida
santa que podrá hablarle al pueblo de Dios “… para edificación, exhortación y
consolación” (1 Cor. 11:3).
EL
VERDADERO ROL DE DÉBORA
Después de esta larga
explicación, volvamos una vez más a Débora. Ya podemos concluir, por todo lo
visto anteriormente, que ella hablaba en nombre del Señor delante de las que
las buscaban por consejo. Ahora, debido al período de opresión que Israel
estaba viviendo por largos 20 años, podríamos suponer que su ministerio
profético se mantenía a nivel de consulta privada, pero, aún más, tendría que
permanecer con un perfil bajo que no levantara sospechas de sedición entre los
cananeos. Es evidente que ella no recorría Israel profetizando o juzgando, sino
que los israelitas iban donde ella estaba en busca de consejo.
El texto nos dice que ella,
“… juzgaba a Israel en aquel tiempo; y se sentaba bajo la palmera de Débora…” (Jue.
4b-5a). Es notable el estado tanto de precariedad como de sencillez en que
Débora efectuaba su ministerio. Israel estaba en una situación tan calamitosa
que, como lo hemos dicho en la entrega anterior, es muy difícil que podamos ver
en esta etapa un modelo de liderazgo que sea digno de imitar por las
generaciones futuras. Ya hemos hecho un extenso comentario de las
características de los jueces anteriores y sus circunstancias. Débora no puede
estar lejos de ese estándar general de Israel en este período oscuro de su
historia.
No podemos perder de vista
tampoco la tremenda debilidad de Barac, quien cuando fue convocado por el Señor
a través de Débora para una victoria segura, no respondió en valentía y
obediencia, sino que le puso condiciones innecesarias a la mensajera sin
considerar que le debía sola lealtad y obediencia al Señor. Así le dijo a
Débora, “… Si tú vas conmigo, yo iré; pero si no vas conmigo, no iré” (Jue.
4:8). ¿Imaginan esa respuesta en Josías pidiendo la compañía de Hulda para
realizar las reformas? ¡Por supuesto que no! ¿Imaginan a Moisés doblegándose
ante los pedidos intransigentes de María o a Nehemías aceptando atemorizado los
falsos mensajes de Adonías? ¡Por supuesto que no! Pero en esos tiempos era
notable la debilidad de los líderes tanto espirituales, morales y de carácter.
Débora entregó el mensaje
divino tal como lo entregó Hulda. Ella convocó a Barac de manera particular y
no pública. No realizó una ceremonia pública ni lanzó un mensaje profético
mostrando autoridad ante una gran asamblea. Es notable que ella transmitió un
mensaje en donde ella no tenía participación alguna, más allá de ser la vocera
del Señor. Algunos dicen que ella comandó a Barac a la batalla, lo cual no es
cierto. El pedido de Barac de seguro descolocó a Débora, pero en su respuesta
ella culpa la debilidad de Barac y nunca asume que tiene un rol protagónico.
Ella entiende su rol solo como vocera del Señor, no como lideresa de Israel.
Es lamentable que la
debilidad de Barac haya hecho que Débora haya tenido que arengar a Barac al
momento de la batalla. Pero de nuevo ella no dice nada nuevo, simplemente
vuelve a llamar la atención de un hombre pusilánime que requería un empujón en
un momento decisivo. El momento es bien descrito, “Entonces Débora dijo a
Barac: ¡Levántate!, porque este es el día en que el SEÑOR ha entregado a Sísara
en tus manos; he aquí, el SEÑOR ha salido delante de ti…” (Jue.
4:14). Ahora Barac y los diez mil hombres y obtuvo la victoria que el Señor
ya había pronosticado. Es notable que esta victoria no quedó atribuida ni a
Débora ni a Barac, sino al Señor: “Así sometió Dios en aquel día a Jabín, rey
de Canaán, delante de los hijos de Israel” (Jue.
4:23).
El largo canto final de
Débora y Barac es un testimonio evidente de quien recibe la gloria al final del
día. Débora misma no se reconoce ni como jueza ni como profetisa, tampoco como
generala victoriosa, sino “… Débora… madre en Israel” (Jue.
5:7b). ¡Qué precioso reconocimiento personal de esta mujer! Ella extiende
su afirmación de distancia con el poder al decir, “Mi corazón está con los
jefes de Israel, los voluntarios entre el pueblo, los voluntarios entre el
pueblo” (Jue. 5:9). Hoy la maternidad está venida a menos en medio
de la sociedad secular. Con tristeza vemos que se le ve como una amenaza a la
realización de una mujer y también hasta como un estorbo o algo que una puede
erradicar cuando no le conviene o simplemente no lo desea. Sin embargo, la
maternidad es uno de los mayores dones que adornan a una mujer.
No podemos negar que hoy en
día vivimos una tremenda debilidad masculina en todas las áreas. Al ver a
Débora, pude pensar en muchas mujeres que tiene que empujar a sus maridos a
hacer las tareas que Dios les ha encargado a ellos. Veo a mujeres doblemente
cansadas porque deben llevar su carga más la de sus esposos ausentes o
infantiles. He visto a muchas Déboras exhortando a sus maridos con respeto a
salir a la batalla que el Señor ya ha ganado para ellos, pero que por temor o
displicencia no se dignan a pelear. Al ver a Ana, pude encontrarme con tantas mujeres
sabias y entradas en edad que con su sabiduría y prudencia bendicen a las
iglesias sin siquiera tener o requerir un cargo para tener influencia sobre el
pueblo de Dios. Son mujeres que, con su ejemplo de piedad, nos inspiran a todos
a vivir la fe de una manera más comprometida y entregada. Al ver a Hulda, veo a
una mujer que siendo vocero de Dios nunca perdió su compostura y su lugar,
permaneciendo más humilde y centrada de lo que muchos siervos y siervas de Dios
con mucho menos tienden a perder la cabeza y creerse el cuento de sentirse
superiores o especiales. Al ver a Débora, puedo entender como una mujer con
solo un corazón de madre puede mover a la victoria a toda una nación. No
necesita ponerse pantalones ni ocupar posiciones o jerarquías, basta que sienta
como una madre que defiende a sus hijos. Ni Débora, ni Ana, ni Hulda
justificaron en sus propias vidas salirse de los límites de su propia dignidad
femenina. Ellas quedan en el texto bíblico como un grandioso ejemplo de mujeres
de Dios que no se dejaron llevar por las circunstancias, sino por su temor al
Señor.
Este estudio tiene la
intención de colaborar en la reflexión y la búsqueda de sana aplicación de las
enseñanzas de los grandes momentos de la historia bíblica. No hay duda que
vivimos tiempos de enorme confusión en cuanto a los roles de hombres y mujeres
y su participación en la sociedad.
Se ha usado, por ejemplo, el caso de Débora
para fomentar o justificar el pastorado femenino en las iglesias y la autoridad de la
mujer en su casa, promoviendo y justificando un tipo de autoridad que solo
pudiera entenderse como producto de un conocimiento sesgado o muy superficial
del texto bíblico.
Sin embargo, hemos hecho un exhaustivo y largo análisis de
la realidad de Israel durante el tiempo de los Jueces, así como un profundo
análisis contextual de las funciones específicas de profetisa y de juez.
Ahora
les tocará a ustedes confrontar esos modelos a la luz de todo el bagaje de
información presentado hasta este momento.
Quizás podríamos hacernos las
siguientes preguntas iniciales para empezar la reflexión personal: ¿El modelo
de autoridad que veo en muchas congregaciones, responde a lo que hemos visto
cuando hemos profundizado en nuestro entendimiento del texto bíblico? ¿Es el
modelo que estamos observando el resultado de una observación superficial o un
análisis consistente con todo el consejo de Dios? ¿En qué áreas de la feminidad
estas mujeres son dignificadas y honradas en las tareas que llevan a cabo? ¿Qué
es lo que es digno de imitar de Débora y de estas mujeres de Dios que es
evidente en el texto bíblico?
Autor: Pepe Mendoza
Fuente: sitio web:
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