Doctrinas de la Gracia

20 abr 2022

Un evangelio raro

 


Hay un tipo “extraño” de evangelio, que me dice que soy un campeón, que yo puedo con todo, que todo merezco, que las huestes celestiales están a mi disposición, un evangelio que más que ser pregonado por predicadores, parece ser impartido por un coaching motivacional.

Un evangelio que me coloca como el protagonista y centro de todo y pone a Dios como un "mandadero celestial" obligado a cumplir con todo lo que "decrete con mi boca".

Y lo llamo, “evangelio raro”, porque es tan agradable escucharlo, es tan melodioso al oído, inyecta una dosis de euforia instantánea, dota a la gente de emocionalismo puro, pero no logra un cambio y un arrepentimiento genuino en las personas, es tan dañino que hace que la gente ame las cosas de este mundo y busque la comodidad en una tierra en la que solo somos forasteros, es como el gas sarín, invisible e inodoro, que te mata sin darte cuenta.

Particularmente prefiero, un evangelio realista, un evangelio que no me prometa una vida utópica en la tierra, prefiero el evangelio que me dice: “en el mundo tendréis aflicciones, pero confiad que Yo he vencido”.

Prefiero un evangelio que me quite toda esperanza en mis fuerzas y habilidades, un evangelio que me haga perder toda fe en la humanidad, y me haga depender de Dios.

Todo cristiano debería de hacer una oración tan piadosa como la de Salomón cuando dijo, “no me des pobreza ni riquezas; mantenme con el pan necesario, no sea que me sacie, y te niegue, y diga ¿quién es Jehová?”

No digo que Dios no de riqueza, bien dijo David: “... No he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan”, pero estás no deben ser nuestro fin como seguidores de Jesús, no debemos amar más las bendiciones que al que bendice, debemos amar a Dios por lo que Él es y no por lo que da.

La belleza del evangelio no radica en obtener cosas perecederas, ni cosas que no trascienden en la eternidad, su belleza radica en la esperanza bienaventurada de su venida para morar allá con Él, donde ya no habrá llanto, ni tristeza, ni dolor.

Por mi parte seguiré diciendo, sin Dios, nada puedo, nada tengo, nada soy, mi oración seguirá siendo: “Señor no me hagas el mejor o un experto en lo que hago, para así siempre depender de Ti”.

Seguiré prefiriendo el evangelio que me diga que, sin Dios yo estaría comiendo alimento de cerdos en el mundo como el hijo pródigo, que sin Dios solo soy como el pueblo de Israel, cobarde e incapaz de salvarse así mismo frente a Goliat, que sin Dios, soy como Bartimeo el ciego que daba voces a la salida de Jericó diciendo: “¡Jesús hijo de David ten misericordia de mí!”, seguiré anhelando el evangelio que me haga ver que no soy un súper hombre, pero que al seguir a Jesús un día seré perfeccionado en el cielo.

Me identifico con una frase de un predicador que dice: “me consideraba justo y bueno, hasta que el Señor me expuso al evangelio”, así siempre tendré un recordatorio constante de que soy solo un pobre inmerecedor de la gracia y que no debo amar el mundo y las cosas que en él hay y que las aflicciones son necesarias para anhelar fervientemente mi morada celestial.

Bendiciones.

De autor indeterminado

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Post Top Ad

Your Ad Spot