Por Charles Haddon Spurgeon
"Para siempre se
acordará de su pacto." Salmo 111: 5.
Es algo maravilloso que Dios
entre en un pacto de gracia con los hombres. Que hiciera al hombre y fuera
misericordioso con él, es fácilmente concebible; pero que estreche Su mano con
Su criatura y ponga Su augusta majestad en un vínculo con esa criatura por Su
propia promesa, es algo prodigioso. Una vez que sé que Dios ha hecho un pacto,
no me sorprende que lo recuerde, pues Él es "Dios que no miente."
"Habló, ¿y no lo ejecutará?" ¿Ha hecho una promesa solemne alguna
vez? Sería inconcebible que no la cumpliera. La doctrina del texto se elogia
por sí sola ante todo hombre razonable y considerado: si Dios ha establecido un
pacto, será siempre fiel a ese pacto. Es a ese punto al que quiero llamar su
atención ahora, con el deseo de que tenga una aplicación práctica.
Que Dios establezca un pacto
de gracia con nosotros es una bienaventuranza tan grande, que espero que cada
uno de los que están aquí presentes diga en su corazón: "¡Oh, que el Señor
estableciera un pacto conmigo!"
Analizaremos prácticamente
este asunto, primero, respondiendo a la pregunta: ¿En qué consiste este
pacto? En segundo lugar, haciendo la pregunta: ¿tengo yo
alguna porción en él? Y, en tercer lugar, pidiendo que cada uno diga:
"Si en verdad tengo un pacto con Dios, entonces cada parte de ese
pacto será cumplida, pues Dios hace memoria de Su pacto
perpetuamente."
I.
Primero, entonces, ¿EN QUÉ CONSISTE ESTE
PACTO?
Si acudieras a un abogado y le preguntaras cuál
es el contenido de una escritura legal, te respondería: "podría darte un
extracto, pero sería mejor que te la leyera." Podría darte la esencia y la
sustancia de esa escritura; pero si quieres ser muy preciso, y se tratara de un
asunto de mucha importancia, tú le dirías: "me gustaría que la
leyeras."
Vamos a leer ahora ciertos pasajes de la
Escritura que contienen el pacto de gracia, o un extracto del mismo. Vayan a
Jeremías 31: 31-34: "He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales
haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto
que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de
Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos,
dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de
aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su
corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará
más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová;
porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande,
dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su
pecado."
Impriman cada una de esas palabras en
diamantes, pues el sentido es inconcebiblemente precioso. Dios, en el pacto,
promete a Su pueblo que, en lugar de escribir Su ley sobre tablas de piedra, la
escribirá en las tablillas de sus corazones. En vez de que la ley sea dada en
la forma de un mandamiento duro y estrujante, será colocada dentro de ellos
como un objeto de amor y de deleite, y será escrita sobre la naturaleza
transformada de los amados objetos de la elección de Dios: "Daré mi ley en
su mente, y la escribiré en su corazón"; ¡qué privilegio del pacto es
este!
"Y yo seré a ellos por Dios". Por tanto, todo lo que hay en Dios les
pertenecerá a ellos. "Y ellos me serán por pueblo." Ellos me
pertenecerán; los amaré como algo Mío; los guardaré, los bendeciré, los
honraré, y proveeré para ellos como Mi pueblo. Seré su porción, y ellos serán
Mi porción.
Noten el siguiente privilegio. Todos ellos recibirán instrucción celestial
sobre el punto más vital: "Todos me conocerán".
Puede ser que haya algunas cosas que no conozcan, pero "Todos me conocerán".
Me conocerán como su Padre; conocerán a Jesucristo como su Hermano; conocerán
al Espíritu Santo como su Consolador. Tendrán trato y comunión con Dios. ¡Qué
privilegio del pacto es este!
De aquí proviene el perdón, "Porque
perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado." ¡Qué
limpieza total del pecado! Dios perdona y olvida; ambos componentes van juntos.
"Perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado."
Todos desaparecerán, toda su transgresión será borrada, y no será mencionada en
su contra nunca más para siempre. ¡Qué indecible favor! Este es el pacto de
gracia.
Les pido su atención al hecho de que en el
pacto no hay condicionales tales como "si", o "pero", y no
hay requerimientos establecidos por el pacto para el hombre. Todo consiste en
el: "Yo haré" de Dios y, por consiguiente, en el "ellos
harán". "Yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo."
Es un contrato escrito en un tono real, y su estilo majestuoso no se ve
afectado por un "quizá" o un "tal vez", sino que permanece
siempre en "será" y "haré". Estas dos palabras son una
prerrogativa de la majestad divina; y en este portentoso acto de entrega, en el
que el Señor otorga un cielo de gracia a los pecadores culpables, la entrega es
según la soberanía de Su propia voluntad, sin que haya nada que ponga en riesgo
al don o que torne insegura a la promesa.
De esta manera les he leído el pacto en una forma.
Pasen unas cuantas páginas de su Biblia, y
llegarán a un pasaje de Ezequiel. Allí tendremos al profeta de ojos vivos
-aquel que podía vivir entre las ruedas y los serafines- diciéndonos qué es el
pacto de gracia. Leemos en Ezequiel, en el capítulo once y en los versículos
diecinueve y veinte: "Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré
dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les
daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos
y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios."
Encontrarán otra forma del pacto un poco más adelante, en el capítulo treinta y
seis de Ezequiel, comenzando en el versículo veinticinco. ¡Cuán atentamente
deberían oír esto! Escuchar las mismísimas palabras del propio pacto de Dios es
muchísimo mejor que oír cualquier predicación de hombre mortal, pues son las
palabras de un pacto que salva a quienes están involucrados en él. A menos que
tengan una participación en él, serán ciertamente infelices.
Leámoslo: "Esparciré sobre vosotros agua
limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros
ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de
vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón
de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis
estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra… Y vosotros me
seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios." Esta promesa siempre
viene al final, "Yo seré a vosotros por Dios."
En esta forma del pacto, les pido otra vez que
sean testigos de que Dios no exige nada, no pide ningún precio, no requiere de
un pago, sino que hace una promesa tras otra a las personas con quienes
establece el pacto, todas gratuitas, todas incondicionales, todas hechas de
acuerdo a la munificencia de Su corazón real.
Entremos en un poco más de detalle acerca de
esto. Dios ha establecido un pacto con ciertas personas en el sentido de que
hará todo esto por ellas, y en cada caso es por pura gracia. Él les quitará sus
corazones de piedra: por esta promesa nos queda claro que cuando comenzó con
ellos, tenían corazones de piedra. Él perdonará sus iniquidades: cuando comenzó
con ellos, tenían muchas iniquidades. Les dará un corazón de carne: cuando
comenzó con ellos, no tenían un corazón de carne. Hará que anden en Sus
estatutos: cuando comenzó con ellos, no guardaban Sus estatutos. Eran personas
pecadoras, voluntariosas, perversas y degeneradas, y las llamó muchas veces
para que vinieran a Él, y se arrepintieran, pero no quisieron. Aquí Él habla
como un rey, y ya no suplica más, sino que decreta. Dice: "Yo haré esto y
lo otro por ustedes, y, a cambio, ustedes serán esto y lo otro." ¡Oh,
bendito pacto! ¡Oh gracia poderosa y soberana!
¿Cómo acaeció esto? Aprendan la doctrina de los
dos pactos.
El primer pacto del que hablaremos ahora fue el
de obras, el pacto establecido con nuestro primer padre Adán. Este no es el
primero en propósito, sino que fue el primero que fue revelado en el tiempo.
Este era su contenido: tú Adán, y tu posteridad, vivirán y serán felices si
guardan mi ley. Para probar tu obediencia hacia Mí, hay un cierto árbol; si lo
dejas en paz, vivirás: si lo tocas, morirás, y aquellos a quienes representas también
morirán.
Nuestra primera cabeza del pacto arrebató con
avidez el fruto prohibido y cayó: ¡y qué caída fue esa, hermanos míos! Allí,
ustedes, y yo, y todos nosotros, caímos, y a la vez quedó demostrado de una vez
por todas que por las obras de la ley nadie puede ser justificado; pues si
Adán, que era perfecto, quebrantó la ley tan rápidamente, podemos estar seguros
de que ustedes y yo quebrantaríamos cualquier ley que Dios promulgara. No había
ninguna esperanza de felicidad para ninguno de nosotros por medio de un pacto
que contuviera un "si". Ese viejo pacto es eliminado, pues ha
fracasado completamente. No nos trajo nada sino una maldición, y nos alegra que
haya envejecido, y, en lo concerniente a los creyentes, que haya desaparecido.
Luego vino el segundo Adán. Ustedes conocen Su
nombre; Él es el siempre bendito Hijo del Altísimo. Este segundo Adán
estableció un pacto con Dios, más o menos de esta manera: el Padre dice: Te doy
un pueblo; ese pueblo será Tuyo: has de morir para redimirlo, y cuando hubieres
hecho esto, cuando por causa de ellos hubieres cumplido Mi ley, y la hubieres
honrado, cuando por su causa hubieres soportado Mi ira en contra de sus
transgresiones, entonces Yo los bendeciré; ellos serán Mi pueblo; perdonaré sus
iniquidades; cambiaré sus naturalezas; los santificaré, y los haré perfectos.
Había un aparente "si" en este pacto
al principio. Ese "si" dependía de la suposición de que el Señor
Jesús obedeciera la ley, y pagara la recompensa; una suposición que Su
fidelidad ponía más allá de toda duda. No hay ningún "si" en el pacto
ahora. Cuando Jesús inclinó Su cabeza, y dijo: "Consumado es", no
quedó ningún "si" en el pacto.
Por tanto, existe ahora como un pacto
enteramente unilateral: un pacto de promesas, de promesas que deben ser cumplidas,
porque la otra porción del pacto ya fue cumplida, y ahora la parte del Padre ha
de ser cumplida. Él no puede dejar de cumplir, ni lo hará, aquello que pactó
con Cristo que haría. El Señor Jesús recibirá el gozo puesto delante de Él.
"Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho." Por
su conocimiento justificará a muchos, el Cristo que se convirtió en el Siervo
justo de Dios, pues, ¿no llevó Él nuestras iniquidades? Todos aquellos para los
que Él fue la Fianza, ¿cómo podrían dejar de ser aceptados? ¿Ven por qué el
pacto, según lo he leído, permanece tan absolutamente sin los condicionales
"si", "pero" y "quizá", y se basa únicamente en
"haré" y "será"? Es porque un lado del pacto, que parecía
incierto, fue puesto en las manos de Cristo, que no puede fallar ni ser
desalentado. Él ha cumplido Su parte del pacto, y ahora permanece firme, y ha
de permanecer firme por siempre y para siempre.
Este es ahora un pacto de pura gracia, y
solamente de gracia: que nadie intente mezclar obras en ese pacto, ni nada de
mérito humano. Dios salva ahora porque Él elige salvar, y por sobre nuestras
cabezas nos llega un sonido como de una trompeta marcial, pero que contiene una
profunda y tranquila música: "Tendré misericordia del que tendré misericordia,
y seré clemente para con el que seré clemente." Dios nos observa a todos
perdidos y arruinados, y, en Su infinita misericordia, viene con absolutas
promesas de gracia para aquellos que ha entregado a Su Hijo Jesús.
Es suficiente, entonces, con respecto al pacto.
II. Ahora sigue la importante
pregunta, "¿TENGO YO ALGUNA PARTICIPACIÓN EN EL PACTO?" ¡Que el
Espíritu Santo nos ayude a averiguar la verdad acerca de este punto! A ustedes
que están realmente ansiosos en sus corazones por saberlo, quisiera persuadirlos
sinceramente para que lean la Epístola a los Gálatas. Lean la Epístola
completa, si quieren saber si tienen alguna parte o porción en el pacto de
gracia. ¿Cumplió Cristo la ley por mí? ¿Están dirigidas a mí las promesas de
Dios, absolutas e incondicionales? Pueden saberlo si responden a tres
preguntas.
Primero, ¿están en Cristo? ¿No advirtieron que dije que todos
nosotros estábamos en Adán, y en Adán todos caímos? Ahora, "Así que, como
por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma
manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de
vida."
¿Están ustedes en el segundo Adán? Ciertamente
ustedes estaban en el primer Adán, pues así fue como cayeron. ¿Están en el
segundo Adán? Porque, si están en Él, son salvos en Él. Él ha guardado la ley
por ustedes. El pacto de gracia establecido con Él, fue hecho con ustedes, si
están en Él; pues, tan ciertamente como Leví estaba en los lomos de Abraham
cuando Melquisedec le salió al encuentro, así estaban todos los creyentes en
los lomos de Cristo cuando murió en la cruz. Si están en Cristo, ustedes son
parte y porción de la simiente a quien la promesa fue hecha; pero sólo hay una
simiente, y el apóstol afirma: "No dice: Y a las simientes, como si hablase
de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo."
Entonces, si están en Cristo, están en la simiente, y el pacto de gracia fue
hecho con ustedes.
Debo hacerles otra pregunta: ¿tienen fe
ustedes? Mediante esta pregunta recibirán ayuda para responder a la
pregunta previa, pues los creyentes están en Cristo. En la Epístola a los
Gálatas, encontrarán que la marca de quienes están en Cristo es que creen en
Cristo. La señal de todos los que son salvos no es la confianza en las obras,
sino la fe en Cristo. En la Epístola a los Gálatas, Pablo insiste en esto,
"El justo por la fe vivirá", y la ley no es fe. Una y otra vez lo
expresa de esta manera.
Vamos, entonces, ¿creen en Jesucristo con todo
su corazón? ¿Es su única esperanza para el cielo? ¿Descansan todo su peso, toda
la fuerza de su salvación, en Jesús? Entonces están en Él, y el pacto es suyo;
y no hay ninguna bendición que Dios haya decretado dar, que no les dé a
ustedes. No hay una bendición que, por la grandeza de Su corazón, haya resuelto
otorgar a Sus elegidos, que Él no les otorgue a ustedes. Si creen en Cristo
Jesús, tienen la marca, el sello, la insignia de Sus elegidos.
Esta otra pregunta podría ser de ayuda; es: ¿han nacido de nuevo? Los
refiero nuevamente a la Epístola a los Gálatas, que quisiera que cada persona
ansiosa leyera por entero y muy cuidadosamente. Allí verán que Abraham tuvo dos
hijos: uno de ellos nació según la carne; fue Ismael, el hijo de la esclava.
Aunque fue el primogénito, no era el heredero, pues Sara dijo a Abraham:
"Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de
heredar con Isaac mi hijo." El que nació según la carne no heredó la
promesa del pacto.
¿Está fundamentada tu esperanza del cielo en el
hecho de que tuviste una buena madre y buen padre? Entonces tu esperanza es
nacida de la carne, y no estás en el pacto. Constantemente oigo decir que los
hijos de padres piadosos no necesitan la conversión. He de denunciar esa
perversa falsedad. "Lo que es nacido de la carne, carne es", y no es
nada mejor. Los que son nacidos de la carne no son los hijos de Dios. No crean
en el agraciado linaje, o en los santos ancestros. Deben nacer de nuevo, cada
uno de ustedes, o perecerán para siempre, sin importar quiénes sean sus padres.
Abraham tuvo otro hijo, Isaac: él no nació de
la fuerza de su padre, ni según la carne en absoluto, pues se nos informa que
tanto Abraham como Sara habían envejecido; más bien, Isaac nació por el poder
de Dios, de acuerdo a la promesa. Él fue el hijo dado por la gracia.
Ahora, ¿han nacido alguna vez de esta manera: no
por la fuerza humana, ¿sino por el poder divino? La vida que está en ustedes,
¿es una vida dada por Dios? La verdadera vida no es engendrada de la voluntad
del hombre, ni de la sangre, ni de la excelencia natural; sino que es
engendrada por la obra del Espíritu eterno, y es de Dios.
Si tú tienes esta vida, estás en el pacto, pues
está escrito, "En Isaac te será llamada descendencia". Los hijos de
la promesa son los que son considerados la simiente. Dios dijo a Abraham:
"En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra", y
eso fue porque Él tenía el propósito de justificar a los gentiles por medio de
la fe, para que la bendición dada al creyente Abraham pudiera venir sobre todos
los creyentes. Abraham es el padre de los fieles, o el padre de todos aquellos
que creen en Dios, y con ellos es establecido el pacto.
Entonces, aquí tenemos las preguntas
probatorias: ¿estoy en Cristo? ¿Creo en Jesús? ¿Soy nacido por el poder del
Espíritu de Dios según la promesa, y no por el nacimiento carnal, o según las
obras? Entonces estoy en el pacto; mi nombre está en el registro eterno. Antes
de que las estrellas comenzaran a brillar, el Señor había pactado bendecirme. O
antes de que la tarde y la mañana constituyeran el primer día, mi nombre estaba
en Su libro. Cristo, antes de la fundación del mundo, estrechó la mano de Su
Padre en el salón del consejo de la eternidad, y se comprometió a redimirme, y
a llevarme a mí y a multitudes de personas a Su eterna gloria; y Él lo hará,
pues nunca quebranta sus compromisos de afianzamiento.
Quiero que estén muy seguros acerca de estos puntos, pues, oh, ¡qué paz
engendrará en sus almas; qué descanso de corazón es entender el pacto, ¡y saber
que tu nombre está registrado en él!
III. Este es nuestro último punto. Si en verdad creemos, basados en
la sólida evidencia de la Palabra de Dios, que somos de la simiente con la que
fue establecido el pacto en Cristo Jesús, entonces TODA BENDICIÓN DEL PACTO
VENDRÁ A NOSOTROS. Voy a expresarlo más personalmente: cada bendición del pacto
vendrá a 'TI'.
El diablo dice: "no, no vendrá". ¿Por
qué no, Satanás? "Vamos", -responde- "tú eres incapaz de hacer
esto o aquello." Refieran al demonio al texto; díganle que lea aquellos
pasajes que yo he leído para ustedes, y pregúntenle si puede detectar un
"si" o un "pero", pues yo no puedo hacerlo.
"¡Oh!", -dice él- "pero, pero, pero, pero no puedes hacer lo
suficiente, no puedes sentir lo suficiente." ¿Dice allí algo acerca de
sentir? Únicamente dice: "Les daré un corazón de carne." Entonces
sentirán lo suficiente. "¡Oh, pero!", -dice el diablo- "tú no
puedes ablandar tu empedernido corazón." ¿Acaso dice que yo he de hacerlo?
¿No dice acaso: "Quitaré el corazón de piedra de en medio de
su carne"? El tenor del pacto es: Yo lo haré; Yo lo haré. El diablo no se
atreve a decir que Dios no puede hacerlo; él sabe que Dios puede habilitarnos
para hollarlo bajo nuestros pies. "¡Oh, pero!", -dice él- "no
podrás mantenerte en tu camino si comienzas a ser un cristiano." ¿Acaso
dice algo acerca de eso, más allá de esto: "Para que anden en mis
ordenanzas"? Qué importa que no tengamos poder en nosotros o por nosotros
mismos para continuar andando en Sus estatutos; pues Él tiene el poder para
hacer que sigamos andando en ellos. Él puede obrar en nosotros la obediencia y
la perseverancia final en la santidad; Su pacto promete virtualmente estas
bendiciones para nosotros.
Regresando a lo que dijimos anteriormente: Dios
no pide nada de nosotros, sino que nos da a nosotros. Nos ve muertos, y nos ama
incluso estando muertos en nuestros delitos y pecados. Nos ve débiles, e
incapaces de ayudarnos a nosotros mismos; Él interviene, y produce en nosotros
así el querer como el hacer, por Su buena voluntad, y luego nosotros nos
ocupamos en nuestra salvación con temor y temblor.
La base de esto, el propio cimiento de esto, es Él mismo; y no encuentra nada
en nosotros que le sirva. No hay ni fuego ni leña en nosotros, ni mucho menos
el cordero para el holocausto, sino que todo es vacío y condenación. Él
interviene con "yo haré" y entonces "ustedes serán", a
semejanza del ayudador real que otorga ayuda gratuita a los pecadores
desvalidos y miserables, de conformidad a las riquezas de Su gracia. Ahora,
estén seguros de que, habiendo hecho un pacto como este, Dios hace memoria de
Su pacto perpetuamente.
Lo hará, primero, porque no puede
mentir. Si dice que lo hará, Él lo hará. Su propio nombre es: "Dios
que no miente". Si yo estoy en Cristo, he de ser salvo: nadie puede
impedirlo. Si soy un creyente en Cristo, he de ser salvo; todos los demonios
del infierno no pueden detenerlo, pues Dios ha dicho: "El que en él cree,
no es condenado." "El que creyere y fuere bautizado será salvo."
La palabra de Dios no es Sí y No. Él sabía lo que decía cuando pronunció el
pacto, y nunca lo ha cambiado, ni lo ha contradicho.
Entonces, si soy un creyente, he de ser salvo, pues estoy en Cristo, a quien es
hecha la promesa; si tengo la nueva vida en mí, he de ser salvo, pues, ¿acaso
no es esta vida espiritual la simiente viva e incorruptible que vive y
permanece para siempre? ¿No dijo Jesús: "El agua que yo le daré será en él
una fuente de agua que salte para vida eterna"? Yo he bebido el agua que
Cristo me dio, y debe saltar para vida eterna. No es posible que la muerte mate
a la vida que Dios me ha dado, ni tampoco que los espíritus caídos huellen y
apaguen el fuego divino que el propio Espíritu de Cristo ha colocado en mi
pecho. He de ser salvo, pues Dios no puede negarse a Sí mismo.
A continuación, Dios hizo el pacto
libremente. Si no hubiese tenido el propósito de guardarlo, no lo habría
establecido. Cuando un hombre es arrinconado por alguien que le dice:
"ahora debes pagarme", entonces es propenso a prometer más de lo que
pueda cumplir. Declara solemnemente: "te pago dentro de quince días".
Pobre individuo, no tiene dinero ahora, y no tendrá dinero entonces, pero hace
una promesa porque no puede evitarlo.
No se puede imaginar tal necesidad con nuestro
Dios. El Señor no estaba bajo ninguna coacción: podría haber dejado que los
hombres perecieran por causa del pecado; no había nadie que lo impulsara a
establecer el pacto de gracia, o ni siquiera que sugiriera la idea. "¿A
quién pidió consejo para ser avisado?" Él estableció el pacto por Su
propia voluntad real, y puedes estar seguro de que nunca se retractará. Un
pacto establecido tan libremente ha de ser cumplido plenamente.
Además, en el documento del pacto hay
un sello. ¿Vieron el sello? La cosa importante en una escritura de
donación, es la firma o el sello. ¿Qué es esto: esta salpicadura roja al pie
del documento? ¡Es sangre! Sí; es sangre. ¿De quién es la sangre? Es la sangre
del Hijo de Dios. Esto ha ratificado y sellado el pacto. Jesús murió. La muerte
de Jesús ha hecho que el pacto se guarde. ¿Acaso puede Dios olvidar la sangre
de Su amado Hijo, o despreciar Su sacrificio? Imposible. Él salvará a todos
aquellos por quienes murió como un Sustituto del pacto. Sus redimidos no serán
abandonados en la cautividad, como si el precio del rescate no hubiese efectuado
nada. ¿Acaso no ha dicho Él: "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y
al que a mí viene, ¿no le echo fuera”? Ese pacto permanece firme, aunque las
viejas columnas de la tierra se inclinen, pues el desprecio a la sangre no
puede ser nunca posible de parte del Padre.
Además, Dios se deleita en el pacto,
y así estamos seguros de que no se retractará. Es el puro gozo de Su santo
corazón. Él se deleita en hacer el bien a Su pueblo. Pasar por alto la
transgresión, la iniquidad, y el pecado es el esparcimiento de Jehová. ¿Alguna
vez oyeron a Dios cantar? Es singular que el Ser Divino se solace con cánticos;
sin embargo, un profeta nos ha revelado así al Señor: "Callará de amor, se
regocijará sobre ti con cánticos." El pacto es el corazón de Dios escrito
con la sangre de Jesús; y puesto que la naturaleza entera de Dios corre
paralela con el tenor del pacto eterno, pueden estar seguros de que incluso sus
jotas y sus tildes permanecen firmes.
Y luego, por último, ¡oh tú que estás en el
pacto, no debes atreverte a dudar de que Dios te salve, te guarde y te bendiga,
viendo que tú has creído en Jesús, y estás en Jesús, y eres vivificado a nueva
vida! No te atreverás a dudar si te digo algo más: si tu padre, si tu hermano,
si tu amigo más querido hubiere expresado solemnemente un hecho, ¿tolerarías
que alguien te dijera que mintieron? Sé que te indignarías ante una acusación
así; pero supón que tu padre hubiere hecho un juramento de la manera más
solemne, ¿acaso pensarías por un minuto que había perjurado y jurado una
mentira?
Ahora busca en la Palabra de Dios, y
encontrarás que Dios, debido a que sabía que un juramento entre los
hombres es el fin de la controversia, se ha agradado en sellar el pacto con un
juramento. "Para que, por dos cosas inmutables, en las cuales es
imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido
para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros." Dios ha alzado
Su mano al cielo, y ha jurado que Cristo recibirá la recompensa de Su pasión,
que Sus comprados serán llevados bajo Su dominio, que habiendo cargado Él con
el pecado, y habiéndolo quitado, no habrá nunca una segunda acusación contra
Sus redimidos.
Allí está todo. ¿Crees tú en Cristo? Entonces
Dios producirá en ti así el querer como el hacer por Su buena voluntad; Dios
vencerá tu pecado; Dios te santificará; Dios te salvará; Dios te guardará; Dios
te llevará hacia Él al final. Apóyate en ese pacto, y entonces, movido por una
intensa gratitud, sigue adelante para servir a tu Señor con todo tu corazón, y
con toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Siendo salvo, vive para alabarle. No
trabajes para ser salvado, sino debido a que eres salvo, pues el pacto ha
asegurado tu salvación. Liberado del temor servil que un Ismael habría podido
conocer, vive la vida gozosa de un Isaac; y movido por el amor del Padre, gasta
lo tuyo y aun gástate tú mismo por Él. Si la esperanza egoísta de ganar el
cielo por obras ha impulsado a algunos hombres a grandes sacrificios, mucho más
debería impulsarnos al más noble servicio, el piadoso motivo de gratitud hacia
Él, que ha hecho esto por nosotros, y debería hacernos sentir que no es un
sacrificio en absoluto. "Pensando esto: que, si uno murió por todos, luego
todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí,
sino para aquel que murió y resucitó por ellos." "No sois vuestros,
porque habéis sido comprados por precio."
Si ustedes están bajo el pacto de gracia, la
señal de los que están bajo el pacto está en ustedes, y el sagrado carácter de
los que están en el pacto será manifestado en ustedes. Bendigan y magnifiquen a
su Dios del pacto. Tomen la copa del pacto, e invoquen Su nombre. Argumenten
las promesas del pacto, y reciban todo lo que necesitan. Amén
Por
Charles Haddon Spurgeon
Sermón
predicado en el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres y publicado el jueves
3 de agosto de 1911.
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