10 feb 2019
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Sugel Michelen
Elección incondicional. Sugel Michelen
Elección incondicional. Sugel Michelen
Aunque suene paradójico, no
es lo mismo amar a la humanidad que amar seres humanos. Amar a la humanidad en
general es fácil, porque en la vida real no tenemos que lidiar con ella. Lo
difícil es amar a seres humanos específicos: tu esposa, tus hijos, los miembros
de tu iglesia local, tu jefe, tus compañeros de trabajo, tu vecino.
Son esas personas las que nos causan molestias, las que nos ofenden; es con
ellos que tenemos malos entendidos, o a los que debemos servir cuando muchas
veces no tenemos deseos de hacerlo.
Pero amar a la humanidad es fácil porque no requiere que amemos a nadie en
realidad. Por eso alguien ha dicho muy sabiamente que “el amor real es
personal. Amar realmente es hacer cosas concretas por individuos concretos”.(1)
Es por eso que no podemos concebir el amor de Dios de otra manera que no
sea eminentemente personal, porque Dios realmente ama a los que Él ama; no de
palabras solamente, sino de hecho y en verdad. Él ama personas concretas, a
quienes hace bien de formas concretas a pesar de conocerlas a la perfección.
Las personas a las que Dios ama son un libro abierto delante de Él, pero aun
así Él las ama. Y lo que es todavía más impresionante e incomprensible, estas
personas siempre han sido amadas por Dios, desde antes de la fundación del
mundo, como dice Pablo en el pasaje de Efesios que leímos hace un momento.
Es en ese contexto que debemos considerar el tema que nos ocupa en esta
mañana, al continuar la serie de estudios sobre las Doctrinas de la Gracia, y
que hemos titulado la sorprendente doctrina de la elección incondicional de
Dios.
Como espero mostrar en este mensaje, lo que está en juego aquí no es
únicamente la soberanía de Dios en la salvación de los pecadores, sino también
la naturaleza de Su amor para con nosotros.
Pero antes de entrar
directamente nuestro tema, necesito tomar unos minutos para contrastar la
perspectiva de la salvación que entendemos que la Biblia enseña, y que
identificaremos en esta serie como “la perspectiva reformada de la salvación”,
con la perspectiva que muchos tienen en el día de hoy, es decir, la perspectiva
“arminiana”.
1. LA
DOCTRINA DE LA ELECCIÓN SEGÚN EL ARMINIANISMO:
Jacobo Arminio era un pastor y teólogo holandés, que enseñaba que la
elección de Dios se basa en el previo conocimiento que Él tiene de todas las
cosas; como Dios lo sabe todo, Él conoce de antemano quiénes son
los que han de creer y a esos elige.
Eso quiere decir que la elección inicial no es de Dios, sino del hombre.
Pero también implica que Cristo murió en la cruz del calvario para hacer
posible la salvación de cualquiera, pero sin asegurar la salvación de ninguno.
En otras palabras, lo que los arminianos nos dicen es que la obra redentora
de Cristo no tenía la intención de salvar eficazmente a nadie, sino más bien
hacer que la salvación estuviera disponible para todos. Cristo murió por la
humanidad en general, pero no por ningún hombre en particular.
De ese modo, los arminianos pretenden defender el honor de Dios,
“librándolo” de la acusación de ser un Dios elitista, que elige a algunos y
deja fuera a otros.
De manera que si la doctrina arminiana de la elección es correcta, la
conclusión inevitable es que Dios ama a la humanidad en general, pero sin amar
lo suficiente a ninguna persona en particular como para asegurar que esa
persona sea salva. El arminiano prefiere despersonalizar el amor de Dios, para
poder preservar la universalidad del evangelio.
Ahora ¿es realmente necesario que hagamos eso para librar a Dios de la
acusación de ser un Dios injusto y elitista? Nosotros creemos que no. Basados
en la enseñanza de las Escrituras, debemos defender la naturaleza eminentemente
personal del amor de Dios, que lo movió a escoger personas concretas, desde
antes de la fundación del mundo, para hacerlas partícipes de una salvación que
no merecían.
2. LA
DOCTRINA DE LA ELECCIÓN INCONDICIONAL:
Y esto nos lleva de la mano a nuestro tema de hoy: la doctrina de la
elección incondicional de Dios. Es elección, porque es Él quien elige, no
nosotros. Y es incondicional, no solo porque no había nada en nosotros que nos
hiciera dignos de ser elegidos, sino también porque la incondicionalidad es una
parte esencial del amor.
Cuando el amor es condicionado, deja de ser amor para convertirse en un
negocio. “Yo te doy tanto porque voy a recibir tanto a cambio”. O: “Voy a hacer
esto por ti, porque sé que tú también harás esto otro por mí”.
Pero ese no es el tipo de relación que Dios tiene con nosotros (comp. Rom.
5:6-10 – cuando Cristo murió por nosotros, en la mente de Dios Él nos veía como
impíos, pecadores y enemigos). Dios nos amó sin condición alguna.
Eso no quiere decir que nuestro Dios actúe de manera antojadiza o
arbitraria. No. Existe alguna buena razón para que Dios haya escogido a unos y
no a otros, pero esa razón está en Él, no en nosotros. Pablo dice en Ef. 1:4-5
que fuimos elegidos desde antes de la fundación del mundo, predestinados en
amor, “según el puro afecto de Su
voluntad”.
Algo es puro que no está mezclado con nada. De manera que ninguna otra cosa
fue tomada en cuenta para nuestra elección aparte de la voluntad soberana de
Dios. Eso lo vemos también en el conocido pasaje de Rom. 8:28, donde Pablo dice
que todas las cosas obran para el bien de aquellos que “conforme a Su propósito son llamados”.
Hay un propósito en Dios que lo movió a elegirnos, un propósito que es
perfectamente compatible con Su carácter santo, justo y bueno. Pero debemos
insistir en que ese propósito tiene que ver con Él, no con nosotros.
En otras palabras, la razón por la que Dios nos escogió no fue porque Él
vio de antemano que habríamos de creer en Él; nosotros llegamos a creer porque
Dios en Su propósito soberano decidió escogernos para que creyéramos.
Rom. 8:29-30: “Porque a los
que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la
imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y
a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también
justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”.
¿A quiénes predestinó Dios? A los que desde antes conoció; pero no con un
conocimiento meramente intelectual, sino afectivo. Por ejemplo, en Amos 3:2
Dios le dice a Su pueblo: “A
vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra”.
Dios conocía también al resto de las naciones que poblaban el planeta en
esos días, y a cada uno de los habitantes de cada una de esas naciones; pero
solo Israel había sido objeto del amor selectivo de Dios, y no precisamente
porque Dios supiera de antemano que ellos habrían de creer en Él.
Esa es la misma idea que Pedro nos transmite en 1P. 1:2, cuando dice que
fuimos elegidos según la presciencia de Dios (este es uno de los pasajes
favoritos de los arminianos).
Lo que Pedro está diciendo allí no es que Dios sabía de antemano quiénes
habrían de responder positivamente a la gracia del evangelio, porque en ese
mismo texto Pedro aclara que nuestra obediencia es un fruto de la elección y no
su causa.
Fuimos elegidos, dice
Pedro, “según la presciencia de
Dios Padre… para obedecer y ser rociados con la sangre de
Jesucristo”. Esa es la clara enseñanza de las Escrituras en muchos otros
pasajes: la fe es una consecuencia de la elección, no al revés (comp. Lc. 10:21-22;
Hch. 13:48; 18:27; Fil. 1:29; 2:12-13; 1Ts. 1:4-5; Sant. 2:5).
¿Presenta esta doctrina algún problema con la justicia de Dios? En otras
palabras, ¿tiene el hombre derecho a acusar a Dios de ser injusto por causa de
Su elección soberana? Ese es el aspecto que quiero pasar a considerar ahora a
la luz de la enseñanza de Pablo en el capítulo 9 de su carta a los Romanos.
3. DOS
OBJECIONES COMUNES A LA DOCTRINA DE LA ELECCIÓN INCONDICIONAL:
El tema de este capítulo es la relación de Dios con el pueblo de Israel,
después de la venida de Cristo. Si este pueblo fue escogido por Dios
soberanamente, ¿por qué rechazaron a su Mesías y finalmente fueron desechados
como nación?
A lo que Pablo responde que,
a pesar de todos los privilegios que Israel disfrutó como nación en el AT, Dios
nunca prometió salvación para todos y cada uno de los descendientes físicos de
Abraham (comp. Rom. 9:6-9).
De los dos hijos de Abraham, Ismael e Isaac, solo uno fue escogido por Dios
para recibir las bendiciones del pacto. Y lo mismo ocurrió con los dos hijos de
Isaac: Dios escogió a uno y no al otro (comp. vers. 10-13).
Cuando Dios escogió a Jacob y no a Esaú, todavía no habían hecho ni bien ni
mal para resaltar el carácter libre y soberano de la elección divina. ¿Podemos
acusar a Dios de injusticia por haber hecho las cosas de ese modo? Esa es la
pregunta que Pablo pasa a responder a partir del vers. 14.
Ahora, noten que el antagonista que Pablo tiene en mente en Rom. 9 tiene
una posición similar a la de los arminianos; él se resiste a creer que Dios sea
capaz de elegir a una persona, pasando por alto a los demás; eso sería, a sus
ojos, una forma de actuar inconsecuente con la justicia y la bondad de Dios.
Comp. vers. 14-18. En una forma sorprendente Pablo cambia el foco de
atención de la justicia de Dios a Su misericordia.
Si Dios nos tratara con justicia, ninguno de nosotros pudiera ser salvo,
porque todos merecemos ser condenados. Así que al hablar de la elección de
Dios, debemos hacerlo en el marco de la misericordia divina; y la misericordia,
por definición, ni se gana ni se demanda, sino que se obtiene de pura gracia.
Y para probar su punto, Pablo cita las palabras de Dios a Moisés, en Ex.
33:19 (comp. vers. 15). Es importante que recordemos el contexto de esta
declaración en el libro del Éxodo. Los judíos acaban de pecar horriblemente
contra Dios al hacer un becerro de oro para adorarle, mientras Moisés se
encontraba en el monte Sinaí recibiendo las tablas de la ley.
De manera que todos estos israelitas se encontraban en este momento en una
situación desesperada, a menos que Dios tomara la decisión de tener
misericordia de algunos. Si Dios hubiera decidido exterminarlos a todos, habría
actuado con justicia, porque eso era lo que todos ellos merecían; y lo mismo
podemos decir del resto de la raza humana.
Todos merecemos el justo juicio de Dios por causa de nuestros pecados; pero
Dios, en Su infinita bondad y compasión, ha decidido soberanamente extenderle Su
misericordia al que Él quiera extenderle Su misericordia (comp. vers. 15-16 –
no depende del que quiere ni del que corre, porque ninguno quiere ni ninguno
corre hacia Dios naturalmente, como vimos el domingo pasado).
El problema es que algunos visualizan la doctrina de la elección
incondicional como si estuviéramos enseñando que Dios decide salvare
arbitrariamente a algunos, y a todos los demás que están apiñados a la puerta
deseando entrar, Él se los impide.
Pero lo cierto es que cuando Dios decide tener misericordia de algunos, el
resto no puede replicar, porque todos somos igualmente culpables y ninguno
quiere volverse a Dios (comp. Rom. 3:11). Es a la luz de esa realidad que
debemos considerar el ejemplo de Faraón (vers. 17-18).
Algunos dicen que es impensable que Dios elija a algunos y pase por alto a
otros; pero eso es precisamente lo que Pablo está enseñando aquí. Dios decidió
soberanamente no mostrarle Su misericordia a Faraón, sino Su justicia.
Y nadie puede sentar a Dios en el banquillo de los acusados por hacer eso.
Primero, porque Faraón era culpable de su propio pecado y endurecimiento. Pero,
en segundo lugar, porque Dios en Su soberanía puede decidir manifestar Su
gloria teniendo misericordia de algunos que no lo merecen, y manifestar Su
gloria en otros dejándolos en la condenación que sí merecen.
Eso nos lleva de la mano a la segunda objeción del pasaje (comp. vers. 19).
Si Pablo hubiese sido un arminiano, este hubiera sido el momento ideal para
aclarar su posición y responder que la salvación no depende de la voluntad
soberana de Dios, sino de la voluntad del pecador que debe hacer una decisión
por Cristo.
Pero esa no es la respuesta de Pablo (comp. vers. 20-24). Lo que Pablo nos
está diciendo aquí es que el hombre no está en posición de evaluar cuán
apropiado es el proceder de Dios, no solo porque somos Sus criaturas, sino
porque tampoco tenemos derecho.
Fue de la misma masa de una humanidad perdida que Dios hizo vasos para
honra y vasos para deshonra.
Todos son merecedores de Su
ira, pero Dios decidió glorificarse en algunos dejándolos en su justa
condenación y teniendo misericordia sobre otros que también merecen ser
condenados. Y todo eso, no lo olviden, al costo de la vida de Su propio Hijo.
De manera que Cristo no murió en la cruz del calvario para crear un sistema
que hiciera posible la salvación de cualquiera, pero sin asegurar la salvación
de ninguno, sino para salvar, real y efectivamente, a todos aquellos que fueron
elegidos por Dios desde antes de la fundación del mundo.
Dios nos escogió por nombre de pura gracia, sencillamente porque nos amó
con un amor personal e incondicional (comp. 2Tim. 1:8-9; Ap. 13:8; 17:8).
Eso significa que cuando Jesús se hizo Hombre, y vivió una vida de perfecta
obediencia a la voluntad del Padre, para luego morir en una cruz y resucitar al
tercer día, Él hizo todo eso por amor a ti de manera personal. Cada detalle de
la historia redentora lleva tu nombre escrito.
Dios le ordenó a Noé que construyera un arca, y luego levantó a Moisés para
que sacara a Su pueblo de la esclavitud en Egipto, y preservó al pueblo de
Israel hasta la llegada del Mesías por amor a ti, para que tú pudieras ser
adoptado como Su hijo al precio de la vida de Su Hijo.
Y todo eso con el propósito ulterior de glorificarse a Sí mismo teniendo misericordia
de ti. La gloria de Dios y nuestro bien no se contraponen la una a la otra,
porque Dios ha decidido manifestar Su gloria a través de nuestro bienestar
eterno.
Por eso podemos cantar:
Él llevó mí pecado allí,
Pensando en mí,
Murió en la cruz, por amor
Ahora bien, ¿por qué es importante que tengamos un claro entendimiento de
esta doctrina bíblica de la elección incondicional? O para ponerlo de otro,
¿por qué algunos cristianos aman profundamente esta doctrina cuando otros la
aborrecen? Richard Phillips menciona por lo menos cuatro razones y yo voy a
añadir una más.
4. LA
IMPORTANCIA DE ESTA DOCTRINA:
1. La
doctrina bíblica de la elección incondicional promueve la humildad, no el
orgullo:
Yo sé que muchos presuponen lo contrario, que el hecho de pensar que
formamos parte del grupo de los escogidos puede llenar nuestros corazones de
soberbia y orgullo; pero es exactamente a la inversa. La doctrina de la
elección incondicional le atribuye a Dios toda la gloria por la salvación de
los pecadores y asume nuestra total impotencia para salvarnos a nosotros
mismos.
Arthur Pink dice al respecto: “Esta doctrina de la soberanía absoluta de
Dios es (un arma poderosa) contra el orgullo humano, y en esto radica su más
agudo contraste con las ‘doctrinas de los hombres’… La verdad de la soberanía
de Dios, con todo lo que se deriva de ella, quita toda base para la jactancia
humana, y en su lugar promueve el espíritu de humildad. Esta verdad declara que
la salvación es del Señor: del Señor en su origen, en su acción, y en su
consumación… Y todo esto es muy humillante para el corazón del hombre, que
siempre quiere contribuir al precio de su redención, y hacer algo que le
permita jactarse y sentirse satisfecho de sí mismo”.(2)
2. La
doctrina bíblica de la elección incondicional promueve la santidad, no una vida
licenciosa:
Muchos presuponen que si partimos de la premisa de que la salvación no
depende en absoluto de mi esfuerzo, sino de la misericordia de Dios, no voy a
tener ninguna motivación para esforzarme por ser más santo.
Pero, otra vez, es exactamente a la inversa. Cuando el creyente entiende
que Dios lo escogió desde antes de la fundación del mundo “para que fuésemos santos y sin mancha
delante de Él”, como dice Pablo en Ef. 1:4, y que “la voluntad de Dios es nuestra
santificación”, como dice en 1Ts. 4:3, eso será una poderosa motivación
para perseguir esa meta.
No fuimos escogidos por Dios primariamente para ser felices en esta vida,
sino para ser santos. Esa es la gran prioridad de la vida cristiana. Como vimos
en el texto de Rom. 8:29, fue con ese propósito que Dios nos predestinó: para
que fuésemos hechos “conformes a
la imagen de su Hijo”. ¿No debería eso producir en el creyente un
profundo anhelo por crecer en santidad?
3. La
doctrina bíblica de la elección incondicional promueve la seguridad de
salvación, pero no la presunción:
¿Qué puede dar más seguridad a un creyente que el hecho de saber que su
salvación depende enteramente del Dios soberano que, sin condición alguna,
decidió amarnos desde antes de la fundación del mundo y diseñó un costosísimo
plan de salvación para hacer eso posible sin pasar por alto Su justicia? Ese es
el razonamiento de Pablo en Rom. 8:28-37.
4. La
doctrina bíblica de la elección incondicional promueve la gloria de Dios
únicamente, no la del hombre:
Precisamente porque no depende del que quiere ni del que corre, sino de
Dios que tiene misericordia, toda la gloria en la salvación de los pecadores le
pertenece únicamente a Él. Fue la contemplación de ese maravilloso y
extraordinario plan de salvación, lo que llevó a Pablo a decir, en Rom.
11:33-36:
“¡Oh profundidad de las riquezas de
la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e
inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O
quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese
recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea
la gloria por los siglos. Amén”.
5. La
doctrina bíblica de la elección incondicional es un gran consuelo para el
creyente en medio de la aflicción:
Escucha una vez más el razonamiento de Pablo en Rom. 8:28-30: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas
las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que
fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito
entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a
los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos
también glorificó”.
La Biblia no le promete al creyente una existencia sin inconvenientes, no
de este lado de la eternidad.
Pero el creyente puede recordar, en medio de las aflicciones, que Dios lo
escogió desde antes de la fundación para hacerlo semejante a Su Hijo y que las
aflicciones forman parte del cumplimiento de ese propósito.
Nuestro Dios no está jugando con nosotros. Él tiene un plan, conforme al
cual está guiando tu vida, aunque tú no puedas comprender por el momento por
qué te pasa lo que te pasa.
Recuerda que Él te ama con un amor intensamente personal, al punto de haber
enviado a Su propio Hijo a morir por ti en una cruz cuando no lo merecías
(comp. Rom. 8:31-32).
Pero no quisiera concluir sin traer unas breves palabras de aplicación para
todos aquellos que están aquí sin Cristo. Mi amigo, no pienses que todo esto
que hemos dicho hoy acerca de la elección divina elimina toda esperanza para
ti, o que puedes tomar esta doctrina como una excusa para no venir a Cristo en
arrepentimiento y fe.
El llamado de Dios a los
hombres es universal, y no habrá nadie que atienda a ese llamado que sea
desechado. La Biblia no enseña en ningún lugar que para venir a Cristo debemos
averiguar primero si fuimos elegidos. La Palabra de Dios más bien nos invita a
venir, dándonos la seguridad de que si venimos por fe, clamando por
misericordia y perdón, no seremos desechados.
La razón por la que muchos
se perderán y no vendrán a Cristo no es que Dios se los impedirá (Dios no
impide a nadie que venga, porque Él se deleita en perdonar); la razón por la
que no vienen es por su pecado, por la dureza de sus corazones. Y esa es la
razón por la que tú no quieres venir.
Pero he aquí una buena
noticia: Cristo tiene poder para vencer tu obstinación, y ese poder obra a
través de la predicación del evangelio.
Esa es la razón por la que
no nos cansamos de predicar, porque ese Dios que ha escogido a muchos para
salvación, ha escogido también el medio a través del cual serán salvos, y ese
medio no es otro que la predicación del evangelio de Cristo (Rom. 1:16;
10:14-15, 17; 1Cor. 1:18).
Ahora que has escuchado Su
Palabra, ahora quiero persuadirte a que acudas a Él. Ve a Él, pídele que tenga
misericordia de ti, pídele que perdone tus pecados. No te quedes allí tratando
de averiguar si eres uno de los escogidos.
Si has comprendido que eres
pecador, y que necesitas ser salvo, he ahí al Salvador de los pecadores. Él se
hizo Hombre y murió en una cruz para pagar la deuda de todos aquellos que vino
a salvar, y ese pago se aplica a nuestra cuenta por medio de la fe. Descansa
enteramente en Él y solo en Él por la fe y serás salvo.
Pastor Sugel Michelen
Predicación del domingo 4 de agosto de 2013
Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo
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gracias por esta enseñanza
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