12 feb 2019
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Depravación total. Sugel Michelen
Depravación total. Sugel Michelen
GRAVEMENTE ENFERMO O
ESPIRITUALMENTE MUERTO?
La depravación total.
Romanos 3: 9-18
Una de las herramientas más
importantes con que cuentan los médicos son procedimientos adecuados que les
permitan obtener un diagnóstico preciso de la condición física de sus
pacientes. Sin un buen diagnóstico es prácticamente imposible encontrar un buen
tratamiento.
Y lo mismo ocurre en otras
áreas de la vida. Por ejemplo, muchas personas perciben que hay algo que no
anda bien en el ser humano, pero no son capaces de poner el dedo sobre la
llaga, porque no cuentan con los medios necesarios para hacer un diagnóstico
certero de nuestra verdadera condición.
Necesitamos algún
instrumento apropiado que nos permita diagnosticar el estado en que se
encuentra el alma humana, y entonces buscar una solución que sea adecuada para
el problema.
Y eso es precisamente lo que
pretendo hacer en la mañana de hoy al considerar el pasaje de Rom. 3 que leímos
hace un momento. Solo Dios puede hacerle una radiografía al corazón humano; y
lo que tenemos en este pasaje es algo así como el reporte radiológico escrito
por el apóstol Pablo bajo inspiración divina.
Ahora, debo hacer la
aclaración de que, a pesar de que este es un reporte sumamente negativo, mi
propósito no es que salgamos de aquí aplastados y deprimidos, sino más bien
llenos de esperanza y totalmente abrumados por la grandeza del amor de Dios,
que proveyó una solución tan extraordinaria al complejo problema humano.
Este pasaje se encuentra en
una amplia sección de la carta que va desde el capítulo 1 hasta el capítulo 11,
donde Pablo nos explica con lujos de detalles todos los componentes de la obra
salvadora de Cristo, para luego introducir una serie de exhortaciones a partir
del capítulo 12 (leer Rom. 12:1-2).
Es basado en esas
misericordias de Dios reveladas en el evangelio que el apóstol Pablo nos hace
este llamado de consagrar nuestras vidas a Dios y continuar siendo
transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento.
De manera que este pasaje no
era parte de un mensaje evangelistico que el apóstol Pablo predicó a un grupo
de incrédulos en el siglo primero, sino más bien un recordatorio a los
creyentes de la iglesia en Roma del estado en que nos encontrábamos cuando
Cristo nos rescató.
Este reporte radiológico
consta de dos partes. La primera parte contiene dos declaraciones generales
acerca de la condición espiritual de la raza humana (vers. 9-10); mientras que
en los vers. 11-18 encontramos seis manifestaciones específicas de los estragos
que el pecado ha causado en el asiento mismo de nuestra personalidad.
I. DOS DECLARACIONES
GENERALES ACERCA DE LA CONDICIÓN ESPIRITUAL DE LA RAZA HUMANA:
Comp. vers. 9. Noten que
allí no dice simplemente que todos cometemos pecados, como si se tratara de
algo incidental en nuestras vidas. Lo que Pablo dice aquí es que todos, sin
excepción, estamos bajo pecado, es decir, sometidos a una esclavitud.
Pertenecemos a una raza de gente esclavizada al pecado.
Por supuesto, el pecador no
se ve a sí mismo de ese modo porque el pecado opera a través de su propia
voluntad. De manera que él siempre hace lo que quiere hacer y eso le da la
sensación de ser un hombre libre. Pero al ser un esclavo del pecado, lo que él
siempre quiere hacer está regido por algún principio pecaminoso.
Consecuentemente, todos
tenemos un serio problema legal delante de Dios, porque violamos constantemente
Su voluntad (comp. vers. 10). Ese es el veredicto que ya fue emitido en la
suprema corte de Justicia universal. Todos, sin excepción, somos culpables. En
el mundo entero no hay una sola persona que pueda ser considerada justa según
el estándar de Dios.
Permítanme hacerles una
pregunta: ¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley? Cristo responde en
Mt. 22:37 que el primero y más grande mandamiento es: “Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”.
Por lo tanto, la violación
de ese mandamiento es el más grande de nuestros pecados. Y lo cierto es que
todos nosotros nos amamos a nosotros mismos con todo nuestro corazón, con toda
nuestra alma y con toda nuestra mente. Cada cosa que hacemos, cada decisión que
tomamos, es en función de nuestro propio “Yo”. Nos idolatramos a nosotros
mismos.
Y de ese pecado fundamental
surgen como de una fuente un montón de otros pecados. Somos orgullosos y
egoístas porque somos nuestro propio Dios. Constantemente violamos la voluntad
moral de Dios y algún día tendremos que responder por eso (vers. 19).
El pecador no tendrá nada
que alegar en aquel día, porque dice la Escritura en He. 4:13 que “todas las
cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar
cuenta”.
Así que somos esclavos del
pecado y somos injustos. Pero ahora Pablo nos explica, a partir del versículo
11, lo que eso implica en la práctica.
II. SEIS DECLARACIONES
ESPECÍCAS SOBRE LOS ESTRAGOS DEL PECADO EN LA PERSONALIDAD HUMANA:
A. El pecado ha distorsionado
nuestro entendimiento (comp. vers. 11):
El intelecto funciona muy
bien para muchas otras cosas, pero no para conocer a Dios como Él debe ser
conocido y amarle como Él debe ser amado. Como dice Pablo en Ef. 4:17, los
hombres que no conocen a Dios “andan en la vanidad de su mente, teniendo
el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que
en ellos hay, por la dureza de su corazón”.
Un incrédulo puede tener
nociones teológicas correctas acerca de Dios, pero esa información por sí misma
nunca lo moverá eficazmente a amar a ese Dios por lo que Él es y a entregarle
por entero Su vida.
En otras palabras, aún las
nociones que él entiende no las entiende como debe entenderlas, porque él tiene
un prejuicio en contra de Dios. Y lo que es peor todavía, el pecado también ha
afectado sus deseos y su voluntad de tal manera que el pecador ama lo que debe
aborrecer y aborrece lo que debe amar.
B. El pecado ha afectado
también nuestros deseos y nuestra voluntad:
Comp. vers. 11. Sí, todos
nosotros buscamos ansiosamente la felicidad y darle sentido y propósito a
nuestra vida; y por esa misma razón muchas personas deciden alinearse con algún
tipo de creencia religiosa.
Pero en el mundo entero no
hay una sola persona que naturalmente busque al verdadero Dios que se revela a
través de Su Palabra, y sobre todas las cosas, a través del Señor Jesucristo
(comp. Jn. 14:6).
A menos que Dios haga una
obra en nuestros corazones, transformando nuestra personalidad desde su misma
raíz, ninguno de nosotros se inclinaría naturalmente hacia Él. El pecado afectó
nuestros deseos y nuestra voluntad. Amamos lo que nos daña y aborrecemos
aquello que es para nuestro bien.
Si ponemos a una paloma y a
un buitre a escoger libremente entre comer maíz o carroña, la paloma siempre
escogerá el maíz y el buitre siempre escogerá la carroña, porque eso es parte
de su naturaleza. Si queremos que el buitre coma maíz tendríamos que
transformar su naturaleza “buitrezca” y “palomizarlo”. Y eso es precisamente lo
que hace Dios en la regeneración.
Él obra un cambio tan
profundo en el asiento de nuestra personalidad, que por primera vez en nuestras
vidas nuestros deseos y nuestra voluntad comienzan a funcionar adecuadamente
para amar lo que debemos amar y aborrecer lo que debemos aborrecer.
Por supuesto, si nuestro
entendimiento y nuestros deseos han sido afectados por el pecado, eso afectará
también nuestro comportamiento.
C. El pecado ha dañado
nuestro comportamiento:
Comp. vers. 12. “Bueno,
pastor, ahora sí que no estoy de acuerdo con esta radiografía, porque hay un
montón de personas en el mundo que hacen cosas buenas, y muchas de ellas ni siquiera
son cristianas”. Eso es verdad. Por el simple hecho de haber sido creados a la
imagen de Dios, el hombre tiene inclinaciones hacia cosas que son buenas en sí
mismas.
En sentido general los
padres aman a sus hijos, hay esposos que se mantienen fieles a sus esposas; o
incrédulos que son honestos en sus negocios, o que se dedican a causas
humanitarias. Y muchas otras cosas más.
Pero para que una obra sea
consideraba como objetivamente buena ante los ojos de Dios debe ser hecha única
y exclusivamente bajo los estándares divinos y procurando Su gloria, no la
nuestra (comp. Mt. 5:16).
El problema es que nosotros
tomamos con ligereza nuestros pecados, y al mismo tiempo creemos que nuestras
buenas obras son tan buenas que Dios tiene que reconocerlas como obras de
justicia. Pero hay una diferencia abismal entre el concepto que Dios tiene de
justicia y el nuestro.
Cuando nosotros éramos
niños, mi mamá nos trajo de EU un juego de monopolio. Ese verano nos pasábamos
horas vendiendo propiedades, haciendo negocio, ganando y perdiendo dinero.
Ahora, imagínense lo que se
sucedería si de repente una persona perdiera contacto con la realidad y llegara
a creer que esos negocios son reales; así que el tipo se aparece en un banco
para hacer un depósito de un millón de dólares, con los billetes del monopolio.
Ud. puede estar seguro que no buscarán una persona para que maneje su cuenta,
sino que llamarán a un siquiatra.
Pues eso es exactamente lo
que ocurre en el reino espiritual. Nuestras propias obras de justicia son como
dinero de monopolio en lo que respecta a nuestra aceptación en la presencia de
Dios. No es que no sirvan de nada, porque es mejor ser un buen padre que ser un
padre irresponsable; pero eso solo tiene validez en el juego de esta vida.
En el banco celestial la
única moneda que realmente tiene valor es la justicia perfecta de nuestro Señor
Jesucristo. Todo lo demás es un papel inservible. Dice en Is. 64:6 que “todos
nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de
inmundicia” en la presencia de Dios.
Así que no hay justo, ni aún
uno, no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios, no hay quien haga lo
bueno, no hay ni siquiera uno. Pero el reporte radiológico no termina allí
(comp. vers. 13-14).
D. El pecado ha dañado
nuestro hablar:
La Biblia dice que de la
abundancia del corazón habla la boca (Mt. 12:34). Si llenas un vaso de agua
hasta rebosar, lo que va a salir hacia fuera no es jugo de naranja. Y lo que
Pablo nos dice aquí es que nuestras conversaciones revelan muchas cosas
preocupantes de lo que hay en el corazón del hombre.
Alguien parafraseó este
pasaje con las siguientes palabras: “Su lengua está llena de fraude, sus labios
están machados con veneno, su boca está llena de hiel… su lengua es una espada
para atravesar a los hombres, y su garganta un sepulcro donde los entierra”.i
Si hay algo que refleja el
carácter perverso y contradictorio del ser humano son nuestras conversaciones
(comp. Is. 6:5). A la mayoría de las personas les molesta profundamente que les
mientan, y que hablen de ellos a sus espaldas, y que los traicionen; sin
embargo, la mentira es sumamente común entre los seres humanos, lo mismo que el
chisme.
Por delante te muestran una
cara y por detrás te clavan un cuchillo. El profeta Jeremías pinta un cuadro
bastante desagradable en ese sentido:
“Hicieron que su lengua
lanzara mentira como un arco, y no se fortalecieron para la verdad en la
tierra; porque de mal en mal procedieron, y me han desconocido, dice
Jehová. Guárdese cada uno de su compañero, y en ningún hermano tenga
confianza; porque todo hermano engaña con falacia, y todo compañero anda
calumniando. Y cada uno engaña a su compañero, y ninguno habla verdad;
acostumbraron su lengua a hablar mentira, se ocupan de actuar perversamente”
(Jer. 9:3-5).
El mundo es un lugar
peligroso en el cual vivir, porque el ser humano es chismoso y engañador. En el
momento en que menos te lo esperas, te enteras de que alguien en quien
confiabas estaba hablando mal de ti. Y eso nos hiere profundamente.
Pero ¿saben qué? Debemos
comenzar a examinar nuestros propios corazones, porque son muchos los pecados
que se cometen con la lengua: nos promovemos a nosotros mismos, destilamos
amargura y descontento, justificamos lo injustificable. En definitiva, lo que nuestras
conversaciones reflejan del carácter humano es bastante deprimente.
Por supuesto, esto revela
otro aspecto más profundo, y es que el pecado ha dañado nuestras relaciones
inter personales.
E. El pecado ha dañado
nuestras relaciones inter personales:
Comp. vers. 15-17. “Bueno,
pastor, por lo menos en este aspecto pasé la prueba. Yo no soy esa persona que
Pablo está describiendo aquí”.
¿Es eso lo que piensas
acerca de ti mismo? ¿Crees que porque nunca has cometido un homicidio literal
estás libre de la violencia que Pablo describe en este pasaje? Eso mismo creían
los judíos en el tiempo del Señor Jesucristo.
Escuchen lo que les dice el
Señor en Mt. 5:21-22: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y
cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera
que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga:
Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga:
Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mt. 5:21-22).
En otras palabras, a los
ojos de Dios un corazón airado, que usa expresiones hirientes y denigrantes
para descargar su ira, es culpable de homicidio. Como bien ha dicho alguien:
“Si bien es cierto que el acto (homicida) es más serio que el deseo, el deseo es
de la misma naturaleza que la acción”.ii
Y finalmente Pablo concluye
este diagnóstico con la declaración más abarcadora de todas (comp. vers. 18).
F. Sobre todas las cosas, el
pecado ha dañado nuestra relación con Dios:
Es terrible que el pecado
haya producido tantos estragos en las relaciones humanas, pero lo más terrible
del pecado es la forma como ha afectado nuestra relación con Dios.
La Biblia dice en Pr. 1:7
que el temor del Señor es el principio de la sabiduría. Toda nuestra vida está
al garete hasta que aprendemos quién es Dios y comenzamos a vivir en
consecuencia. Ese temor puede ser descrito como la reverencia que debemos
experimentar en la presencia de Dios, pero también como el terror que deberían
sentir los pecadores al rebelarse contra Él.
De manera que el gran
problema del hombre es que ha decidido vivir su vida de espaldas a Dios, como
si lo que Él pensara de las cosas no tuviera la menor importancia. Si
tuviéramos que resumir en una sola frase la causa de todos los desastres
ocurridos a través de la historia humana, esta sería, sin duda, una de las más
precisas: no tienen temor de Dios delante de sus ojos.
El hombre es enemigo de
Dios, y esa enemistad se manifiesta en todas las esferas de nuestra vida. Es a
eso que los teólogos han denominado como “depravación total”.
Lo que esta expresión
significa no es que todos los hombres sean todo lo malo que pueden llegar a
ser, o que todos los seres humanos sean completamente incapaces de hacer
ninguna cosa buena.
El hombre está totalmente
depravado en el sentido de que todas sus facultades han sido profundamente
afectadas por el pecado: su intelecto, su voluntad, sus emociones. Ese es el
diagnóstico que Dios nos da de la condición humana.
Pero es aquí precisamente
donde el evangelio brilla en todo su esplendor, porque fue por causa de ese
hombre, dañado por el pecado, que Dios diseñó un plan de salvación centrado en
la persona y la obra de nuestro Señor Jesucristo.
Esa era la condición en que
nos encontrábamos cuando Dios decidió enviar a Su Hijo a morir por nosotros en
una cruz.
Es por eso que esta doctrina
es tan importante, porque nadie puede llegar a aquilatar el amor de Dios en
toda su belleza, ni entender el evangelio a plenitud, ni deleitarse y gozarse
en su salvación como debiera, hasta que llegue a entender cuál fue la condición
de la que fue rescatado (comp. Ef. 2:1-7).
Recientemente concluimos una
serie de mensajes sobre la adoración congregacional y vimos el papel tan
importante que juega el evangelio en todo esto. ¿Tú quieres darle a Dios la
adoración que Él se merece? ¿Realmente quieres venir a la iglesia con un
corazón preparado para alabarlo como sólo Él debe ser alabado?
Medita en el evangelio;
medita en lo que Dios hizo por ti a través de la cruz de Cristo para poder
perdonar todos tus pecados sin pasar por alto Su justicia, reconciliarte con Él
y adoptarte como Su hijo.
Eras un enemigo de Dios,
estabas muerto en tus delitos y pecados, pero Él decidió rescatarte, porque por
una razón que está en Él y que nosotros desconocemos, decidió escogerte para
salvación desde antes de la fundación del mundo, como veremos el domingo que
viene, si el Señor lo permite.
Sin una comprensión adecuada
de esta doctrina no podremos crecer en humildad, ni disfrutar de una vida
cristiana fructífera y abundante: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que
habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la
santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el
espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Is.
57:15).
Cuando sientas que tu
corazón se llena de orgullo y de auto justicia, y comiences a sentirte superior
a otros, o se te esté haciendo difícil perdonar a los demás y ser paciente,
vuelve a considerar la doctrina de la depravación total y recuerda lo que eras
sin la gracia de Dios.
Y si tú estás aquí sin
Cristo, si nunca has venido a Él reconociendo que esta radiografía que hemos
considerado hoy es un cuadro preciso de tu propia condición delante de Dios, yo
quiero poner delante de ti la invitación del evangelio.
Mi amigo, es obvio que
ningún ser humano tiene la capacidad de salvarse a sí mismo. De hecho, ni
siquiera tienes la capacidad de inclinar por ti mismo tu corazón hacia Dios, a
menos que Él haga una obra en ti.
Pero ¿sabes cuál es el medio
que Él usa para obrar en el corazón humano? La proclamación de las verdades que
has estado escuchando hoy aquí. Ningún ser humano procurará ser salvado hasta
que descubra su propia impotencia para salvarse.
Esa es la gran diferencia
entre el cristianismo y todas las demás religiones del mundo. Todas las
religiones te dicen lo que debes hacer para alcanzar el favor de Dios, mientras
que el cristianismo te anuncia lo que ya Dios hizo en Cristo para mostrarles Su
favor a personas que no merecían ser salvadas.
Mi amigo, esa es la oferta
del evangelio, que hay perdón en Cristo para todo aquel que se arrepiente de su
pecado y descansa únicamente en Él y en Su justicia para ser salvo. Sí, tenemos
un gravísimo problema, pero Dios envió para resolverlo a un grandísimo
Salvador.
Ven a Cristo hoy y pídele a
Él que te salve, pídele a Él que transforme tu corazón; pídele incluso que te
haga percibir tu impotencia y lo horrendo que es tu pecado. Porque dice la
Escritura que Dios no desprecia al corazón contrito y humillado, y que ningún
ser humano que venga a Cristo pidiendo misericordia será desechado.
Pastor Sugel Michelen
Serie las doctrinas de la
gracia.
Predicación del día domingo 28 de julio del 2013.
Iglesia
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