24 nov 2018
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Los Cánones de Dort. (ortografía corregida)
Los Cánones de Dort. (ortografía corregida)
Antiguamente Titulado: La
Decisión del Sínodo de Dort sobre los Cinco Principales Puntos de Doctrina en
Disputa en los Países Bajos
La Decisión del Sínodo de
Dort en los Cinco Principales Puntos de Doctrina en Disputa en los Países Bajos
es popularmente conocido como Los Cánones de Dort. Consiste en declaraciones de
doctrina adoptada por el gran Sínodo de Dort el cual se reunió en la ciudad de
Dordrecht en 1618-1619. Aunque este fue un sínodo nacional de las Iglesias
reformadas de los Países Bajos, tenía un carácter internacional, ya que estaba
compuesto no solamente de delegados Holandeses sino además de veintiséis
delegados de otros ocho países.
El Sínodo de Dort fue
convocado con el fin de solucionar una seria controversia en las iglesias holandesas,
iniciadas por el surgimiento del Arminianismo. Jacobo Arminio, un teólogo
profesor en la Universidad Leiden, cuestionó la enseñanza de Calvino y sus
seguidores en un número de puntos importantes. Después de la muerte de Arminio,
sus seguidores presentaron sus posiciones en cinco de estos puntos en la
"Protesta de 1610". En este documento o en escritos tardíos más
explícitos, los arminianos enseñaron que la elección estaba basada en fe
prevista, que la expiación fue universal, que la depravación es parcial, que la
gracia es resistible, y la posibilidad de una caída de la gracia. Los Cánones del
Sínodo de Dort rechazaron estas posiciones y proclamaron la doctrina Reformada
en los siguientes puntos: la elección incondicional, la expiación limitada, la
depravación total, la gracia irresistible, y la perseverancia de los santos.
Los Cánones tienen un
carácter especial en su propósito original, como decisión judicial en los
puntos doctrinales en disputa durante la controversia arminiana. El prefacio
original les llamaba un "juicio, en
el cual ambas, la verdadera posición, de acuerdo con la Palabra de Dios,
referente los ya mencionados cinco puntos de doctrinas es explicada y la
posición falsa, en desacuerdo con la Palabra de Dios, es rechazada".
Los Cánones además tienen un carácter limitado en que estos no cubren la
totalidad de la doctrina, sino que se enfoca en los cinco puntos de doctrina en disputa.
Cada uno de los puntos principales consiste en una parte positiva y una parte
negativa, la primera siendo la exposición de la doctrina reformada sobre el
tema y la segunda una repudiación (reprobación o rechazo) de los errores
correspondientes. Aunque, en forma, estos son realmente cuatro puntos, hablamos
propiamente de cinco puntos, porque los Cánones fueron estructurados para
corresponder a los cinco artículos de la protesta de 1610. Los puntos
principales tres y cuatro fueron combinados en uno, siempre siendo designados
como puntos principales III/IV.
CAPITULO
PRIMERO:
DE
LA DOCTRINA DE LA DIVINA ELECCIÓN Y REPROBACIÓN
I.- Puesto que todos los
hombres han pecado en Adán y se han hecho culpables de maldición y muerte
eterna, Dios, no habría hecho injusticia a nadie si hubiese querido dejar a
todo el género humano en el pecado y en la maldición, y condenarlo a causa del
pecado, según estas expresiones del Apóstol: “...Para que toda boca se cierre y
todo el mundo quede bajo el juicio de Dios... por cuanto todos pecaron, y están
destituidos de la Gloria de Dios” (Rom. 3:19,23). Y: “Porque
la paga del pecado es la muerte...” (Rom. 6:23).
II.- “Pero, en esto se mostró el amor
de Dios para con nosotros, en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo...
para que todo aquel que en El cree, no se pierda, más tenga vida eterna”
(1 Jn. 4,9; Jn. 3,16).
III.- A fin de que los
hombres sean traídos a la fe, Dios, en su misericordia, envía mensajeros de
esta buena nueva a quienes le place y cuando Él quiere; y por el ministerio de
aquellos son llamados los hombres a conversión y a la fe en Cristo crucificado.
“¿Cómo,
pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de
quién no han oído? ¿Y Cómo predicarán si no fueren enviados?” (Rom. 10:14,15).
IV.- La ira de Dios está
sobre aquellos que no creen este Evangelio. Pero los que lo aceptan, y abrazan
a Jesús el Salvador, con fe viva y verdadera, son librados por Él de la ira de
Dios y de la perdición, y dotados de la vida eterna. Juan. 3:36; Mr. 16:16).
V.- La causa o culpa de esa
incredulidad, así como la de todos los demás pecados, no está de ninguna manera
en Dios, sino en el hombre. Pero la fe en Jesucristo y la salvación por medio
de Él son un don gratuito de Dios; como está escrito: “Porque por gracia sois salvos por
medio de la fe; y esto no de nosotros, pues es don de Dios” (Ef. 2:8).
Y así mismo: “Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis
en El...” (Fil. 1:29).
VI.- Que Dios, en el tiempo,
a algunos conceda el don de la fe y a otros no, procede de su eterno decreto.
Conocidas son a Dios desde e! siglo todas sus obras (Hch. 15:18), y: hace todas
las cosas según el designio de Su voluntad (Ef. 1: I 1). Con arreglo a tal
decreto ablanda, por pura gracia, el corazón de los predestinados, por
obstinados que sean, y los inclina a creer; mientras que a aquellos que, según
Su justo juicio, no son elegidos, los abandona a su maldad y obstinación. Y es
aquí, donde, estando los hombres en similar condición de perdición, se nos
revela esa profunda misericordiosa e igualmente justa distinción de personas, o
decreto de elección y reprobación revelado en la Palabra de Dios. La cual, si
bien los hombres perversos, impuros e inconstantes tuercen para su perdición,
también da un increíble consuelo a las almas santas v temerosas de Dios.
VII.- Esta elección es un
propósito inmutable de Dios por el cual El, antes de la fundación del mundo, de
entre todo el género humano caído por su propia culpa, de su primitivo estado
de rectitud, en el pecado y la perdición, predestinó en Cristo para salvación,
por pura gracia y según el beneplácito de Su voluntad, a cierto número de
personas, no siendo mejores o más dignas que las demás, sino hallándose en
igual miseria que las otras, y puso a Cristo, también desde la eternidad, por
Mediador y Cabeza de todos los predestinados, y por fundamento de la salvación.
Y, a fin de que fueran hechos salvos por Cristo, Dios decidió también dárselos
a él, llamarlos y atraerlos poderosamente a Su comunión por medio de Su Palabra
y Espíritu Santo, o lo que es lo mismo, dotarles de la verdadera fe en Cristo,
justificarlos, santificarlos y, finalmente, guardándolos poderosamente en la
comunión de Su Hijo, glorificarlos en prueba de Su misericordia y para alabanza
de las riquezas de Su gracia soberana. Conforme está escrito: “según
nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuéremos santos y
sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados
hijos suyos por medio de Jesucristo, según el Puro afecto de Su voluntad, para
alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”
(Ef. 1: 4-6); y en otro lugar: “Y a los que predestinó, a éstos también
llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó,, y a los que justificó, a
éstos también glorificó”. (Rom. 8:10).
VIII.- La antedicha elección
de todos aquellos que se salvan no es múltiple, sino una sola y la misma, tanto
en el Antiguo, como en el Nuevo Testamento. Ya que la Escritura nos presenta un
único beneplácito, propósito y consejo de la voluntad de Dios, por los cuales
Él nos escogió desde la eternidad tanto para la gracia, como para la gloria,
así para la salvación, como para el camino de la salvación, las cuales preparó
de antemano para que anduviésemos en ellas (Ef. 1:4,5 y 2:10).
IX.- Esta misma elección fue
hecha, no en virtud de prever la fe y la obediencia a la fe, la santidad o
alguna otra buena cualidad o aptitud, como causa o condición, previamente
requeridas en el hombre que habría de ser elegido, sino para la fe y la obediencia
a la fe, para la santidad, etc. Por consiguiente, la elección es la fuente de
todo bien salvador de la que proceden la fe, la santidad y otros dones
salvíficos y, finalmente, la vida eterna misma, conforme al testimonio del
Apóstol: “... Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo (no,
porque éramos, sino), para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Ef.
1:4).
X.- La causa de esta
misericordiosa elección es únicamente la complacencia de Dios, la cual no
consiste en que Él escogió como condición de la salvación, de entre todas las
posibles condiciones, algunas cualidades u obras de los hombres, sino en que Él
se tomó como propiedad, de entre la común muchedumbre de los hombres, a algunas
personas determinadas. Como está escrito: (pues no habían aún nacido, ni habían
hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la electrón
permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo (esto es, a
Rebeca): amé más a Jacob, a Esaú aborrecí (Rom. 9:11-13); y creyeron todos los
que estaban ordenados para !a vida eterna (Hch. 13:48).
XI. - Y como Dios mismo es
sumamente sabio, inmutable, omnisciente y todopoderoso, así la elección, hecha
por Él, no puede ser anulada, ni cambiada, ni revocada, ni destruida, ni los
elegidos pueden ser reprobados, ni disminuido su número.
XII.- Los elegidos son
asegurados de esta su elección eterna e inmutable, a su debido tiempo, si bien
en medida desigual y en distintas etapas; no cuando, por curiosidad, escudriñan
los misterios y las profundidades de Dios, sino cuando con gozo espiritual y
santa delicia, advierten en sí mismos los frutos infalibles de la elección,
indicados en la Palabra de Dios (cuando se hallan: la verdadera fe en Cristo,
temor filial de Dios, tristeza según el criterio de Dios sobre el pecado, y
hambre y sed de justicia, etc.) (2 Cor. 13:5).
XIII.- Del sentimiento
interno y de la certidumbre de esta elección toman diariamente los hijos de
Dios mayor motivo para humillarse ante Él, adorar la profundidad de Su
misericordia, purificarse a sí mismos, y, por su parte, amarle ardientemente a
Él, que de modo tan eminente les amó primero a ellos. Así hay que descartar
que, por esta doctrina de la elección y por la meditación de la misma, se
relajen en la observancia de los mandamientos de Dios, o se hagan carnalmente
descuidados. Lo cual, por el justo juicio de Dios, suele suceder con aquellos
que, jactándose audaz y ligeramente de la gracia de la elección, o charloteando
vana y petulantemente de ella, no desean andar en los caminos de los elegidos.
XIV.- Además, así como esta
doctrina de la elección divina, según el beneplácito de Dios, fue predicada
tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento por los profetas, por Cristo
mismo y por los apóstoles, y después expuesta y legada en las Sagradas
Escrituras, así hoy en día y a su debido tiempo se debe exponer en la Iglesia
de Dios (a la cual le ha sido especialmente otorgada), con espíritu de
discernimiento y con piadosa reverencia, santamente, sin investigación curiosa
de los caminos del Altísimo, para honor del Santo Nombre de Dios y para
consuelo vivificante de Su pueblo (Hch. 20:27; Rom. 12:3; 11.33.34; Heb.
6:17,18).
XV.- La Sagrada Escritura
nos muestra y ensalza esta gracia divina e inmerecida de nuestra elección
mayormente por el hecho de que, además, testifica que no todos los hombres son
elegidos, sino que algunos no lo son o son pasados por alto en la elección
eterna de Dios, y estos son aquellos a los que Dios, conforme a Su libérrima,
irreprensible e inmutable complacencia, ha resuelto dejarlos en la común
miseria en la que por su propia culpa se precipitaron, y no dotarlos de la fe
salvadora y la gracia de la conversión y, finalmente, estando abandonados a sus
propios caminos y bajo el justo juicio de Dios, condenarlos y castigarlos
eternamente, no sólo por su incredulidad, sino también por todos los demás
pecados, para dar fe de Su justicia divina. Y este es el decreto de
reprobación, que en ningún sentido hace a Dios autor del pecado (lo cual es blasfemia,
aún sólo pensarlo), sino que lo coloca a Él como su Juez y Vengador terrible,
intachable y justo.
XVI.- Quienes aún no sienten
poderosamente en sí mismos la fe viva en Cristo, o la confianza cierta del
corazón, la paz de la conciencia, la observancia de la obediencia filial, la
gloria de Dios por Cristo, y no obstante ponen los medios por los que Dios ha
prometido obrar en nosotros estas cosas, éstos no deben desanimarse cuando oyen
mencionar la reprobación, ni contarse entre los reprobados, sino proseguir
diligentemente en la observancia de los medios, añorar ardientemente días de
gracia más abundante y esperar ésta con reverencia y humildad. Mucho menos han
de asustarse de esta doctrina de la reprobación aquellos que seriamente desean
convertirse a Dios, agradarle a Él únicamente y ser librados del cuerpo de
muerte, a pesar de que no pueden progresar en el camino de la fe y de la
salvación tanto como ellos realmente querrían; ya que el Dios misericordioso ha
prometido que no apagará el pabilo humeante, ni destruirá la caña cascada. Pero
esta doctrina es, y con razón, terrible para aquellos que, no haciendo caso de
Dios y Cristo, el Salvador, se han entregado por completo a los cuidados del
mundo y a las concupiscencias de la carne, hasta tanto no se conviertan de
veras a Dios.
XVII.- Puesto que debemos
juzgar la voluntad de Dios por medio de Su Palabra, la cual atestigua que los
hijos de los creyentes son santos, no por naturaleza, sino en virtud del pacto
de gracia, en el que están comprendidos con sus padres, por esta razón los
padres piadosos no deben dudar de la elección y salvación de los hijos a
quienes Dios quita de esta vida en su niñez (Gn. 17:7; Hch. 2:39; 1 Cor. 7:14).
XVIII.- Contra aquellos que
murmuran de esta gracia de la elección inmerecida y de la severidad de la
reprobación justa, ponemos esta sentencia del Apóstol: Oh, hombre, ¿quién eres tú para
que alterquen con Dios? (Rom. 9:20), y ésta de nuestro Salvador: ¿No
me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? (Mt. 20:15). Nosotros, por
el contrario, adorando con piadosa reverencia estos misterios, exclamamos con
el apóstol: ¡Oh profundidad de lar riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!
¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sur caminos! Porque ¿quién
entendió la mente del Señor?¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él
primero, para que le fuere recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son
todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén. (Rom. 11:
33-36).
CONDENA
DE LOS ERRORES POR LOS QUE LAS IGLESIAS DE LOS PAISES BAJOS FUERON PERTURBADAS
DURANTE ALGUN TIEMPO
Una vez declarada la
doctrina ortodoxa de la elección y reprobación, el Sínodo condena los errores
de aquellos:
I.- Que enseñan: «que la
voluntad de Dios de salvar a aquellos que habrían de creer y perseverar en la
fe y en la obediencia a la fe, es el decreto entero y total de la elección para
salvación, y que de este decreto ninguna otra cosa ha sido revelada en la
Palabra de Dios».
— Pues éstos engañan a los
sencillos, y contradicen evidentemente a las Sagradas Escrituras que testifican
que Dios, no sólo quiere salvar a aquellos que creerán, sino que también ha
elegido Él, desde la eternidad, a algunas personas determinadas, a las que Él,
en el tiempo, dotaría de la fe en Cristo y de la perseverancia, pasando a otros
por alto, como está escrito: ...He manifestado tu nombre a los hombres
que del mundo me diste Jn. 17:6); y: ...y creyeron todos los que estaban
ordenador para vida eterna (Hch. 13:48); y: ... según nos escogió en él antes
de la fundación del mundo, para que fuésemos, santos y sin mancha delante de Él
(Ef. 1:4).
II.- Que enseñan: que la
elección de Dios para la vida eterna es múltiple y varía: una, general e
indeterminada; otra, particular y determinada; y que esta última es, o bien,
imperfecta, revocable, no decisiva y condicional; o bien, perfecta,
irrevocable, decisiva y absoluta. Asimismo: que hay una elección para fe y otra
para salvación, de manera que la elección para fe justificante pueda darse sin
la elección para salvación.
- Pues esto es una
especulación de la mente humana, inventada sin y fuera de las Sagradas
Escrituras, por la cual se pervierte la enseñanza de la elección, y se destruye
esta cadena de oro de nuestra Salvación: Y a los que predestinó, a éstos también
llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a
éstos también glorificó (Rom. 8:30).
III.- Que enseñan que el
beneplácito y el propósito de Dios, de los que la Escritura habla en la
doctrina de la elección, no consisten en que Dios ha elegido a algunas
especiales personas sobre otras, sino en que Dios, de entre todas las posibles
condiciones, entre las que también se hallan las obras de la ley, o de entre el
orden total de codas las cosas, ha escogido como condición de salvación el acto
de fe, no meritorio por su naturaleza, y su obediencia imperfecta, a los
cuales, por gracia, habría querido tener por una obediencia perfecta, y
considerar como dignos de la recompensa de la vida eterna.
— Pues con este error infame
se hacen inválidos el beneplácito de Dios y el mérito de Cristo, y por medio de
sofismas inútiles se desvía a los hombres de la verdad de la justificación
gratuita y de la sencillez de las Sagradas Escrituras, y se acusa de falsedad a
esta sentencia del Apóstol: ...de Dios, (v. 8), quien
nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obrar, sino
según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de
los tiempos de los siglos (2 Tim. 1:9).
IV.- Que enseñan: que en la
elección para fe se requiere esta condición previa: que el hombre haga un recto
uso de la luz de la naturaleza, que sea piadoso, sencillo, humilde e idóneo
para la vida eterna, como si la elección dependiese en alguna manera de estas
cosas.
- Pues esto concuerda con la
opinión de Pelagio, y está en pugna con la enseñanza del Apóstol cuando escribe:
Todos
nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la
voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de
ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por Su
gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio
vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y
juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares
celestiales con Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medró de la fe;
y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se
gloríe. (Ef. 2:3-9).
V.- Que enseñan: que la
elección imperfecta y no decisiva de determinadas personas para salvación tuvo
lugar en virtud de previstas la fe, la conversión, la santificación y la
piedad, las cuales, o bien tuvieron un comienzo, o bien se desarrollaron
incluso durante un cierto tiempo; pero que la elección perfecta y decisiva tuvo
lugar en virtud de prevista la perseverancia hasta el fin de la fe, en la
conversión, era la santidad y en la piedad; y que esto es la gracia y la
dignidad evangélicas, motivo por lo cual, aquel que es elegido es más digno que
aquel que no lo es; y que, por consiguiente, la fe, la obediencia a la fe, la
santidad, la piedad y la perseverancia no son frutos de la elección inmutable
para la gloria, sino que son las condiciones que, requeridas de antemano y
siendo cumplidas, son previstas para aquellos que serían plenamente elegidos, y
las usas sin las que no acontece la elección inmutable para gloria.
- Lo cual está en pugna con
toda la Escritura que inculca constantemente en nuestro corazón y nos hace oír
estas expresiones y otras semejantes: (pues no habían aún nacido, ni habían hecho
aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección
permaneciese, no por las obras sino por el que llama) (Rom. 9:11) ...y
creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna (Hch. 13:48) ...según
nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y
sin mancha delante de Él. (Ef. 1:4) No me elegisteis vosotros a mí,
sino que yo os elegí a vosotros Jn. 15:16). Y si por gracia, ya no es por
obras. (Rom. 11:6) En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en
propiciación por nuestros pecados (1 Jn. 4:10).
VI.- Que enseñan: «que no
toda elección para salvación es inmutable; si no que algunos elegidos, a pesar
de que existe un único decreto de Dios, se pueden perder y se pierden
eternamente.
- Con tan grave error hacen
mudable (mutable) a Dios, y echan por tierra el consuelo de los
piadosos, por el cual se apropian de la seguridad de su elección, y contradicen
a la Sagrada Escritura, que enseña: que engañarán, si fuera posible, aun a los
elegidos (Mt. 24:24); que de toda lo que me diere, no pierda yo
nada Jn. 6: 39); y a los que predestinó, a éstos también
llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a
éstos también glorificó. (Rom. 8:30).
VII - Que enseñan: que en
esta vida no hay fruto alguno, ni ningún sentimiento de la elección inmutable;
ni tampoco seguridad, sino la que depende de una condición mudable e incierta.
- Pues además de que es
absurdo suponer una seguridad incierta, asimismo esto está también en pugna con
la comprobación de los santos, quienes, en virtud del sentimiento interno de su
elección, se gozan con el Apóstol, y glorifican este beneficio de Dios (Efesios
1): quienes, según la amonestación de Cristo, se alegran con los discípulos de
que sus nombres estén escritos en el cielo (Lc. 10:20); quienes también ponen
el sentimiento interno de su elección contra las saetas ardientes de los
ataques del diablo, cuando preguntan: ¿Quién acusará a !os escogidos de Dios?
(Rom. 8:33).
VIII.- Que enseñan: «que
Dios, meramente en virtud de Su recta voluntad, a nadie ha decidido dejarlo en
la caída de Adán y en la común condición de pecado y condenación, o pasarlo de
largo en la comunicación de la gracia que es necesaria para la fe y la conversión.
- Pues lo cierto es esto: De
manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer,
endurece (Rom. 9:18). Y esto también: Porque a vosotros os es dado
saber los misterios del reino de los cielos; más a ellos no les es dado
(Mt. 13:11). Asimismo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las
revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó (M t. 11:25,
26).
IX.- Que enseñan: que la
causa por la que Dios envía el Evangelio a un pueblo más que a otro, no es mera
y únicamente el beneplácito de Dios, sino porque un pueblo es mejor y más digno
que el otro al cual no le es comunicado.
- Pues Moisés niega esto, cuando
habla al pueblo israelita en estos términos: He aquí, de Jehová tu Dios son
los cielos, y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las cosas que hay en
ella. Solamente de tus padres se agradó Jehová para amarlos, y escogió su
descendencia después de ellos, a vosotros, de entre todos los pueblos, corno en
este día (Dt. 10:14,15): y Cristo, cuando dice: ¡Ay de ti, Corazón! ¡Ay de ti,
Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han
sido hechos en vosotros, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en
ceniza (Mt. 11:21).
CAPITULO
SEGUNDO:
DE
LA DOCTRINA DE LA MUERTE DE CRISTO Y DE LA REDENCION DE LOS HOMBRES POR ESTE
I.- Dios es no sólo
misericordioso en grado sumo, sino también justo en grado sumo. Y su justicia
(como Él se ha revelado en Su Palabra) exige que nuestros pecados, cometidos
contra Su majestad infinita, no sólo sean castigados con castigos temporales,
sino también castigos eternos, tanto en el alma como en el cuerpo; castigos que
nosotros no podemos eludir, a no ser que se satisfaga plenamente la justicia de
Dios.
II.- Mas, puesto que
nosotros mismos no podemos satisfacer y librarnos de la ira de Dios, por esta
razón, movido Él de misericordia infinita, nos ha dado a Su Hijo unigénito por
mediador, el cual, a fin de satisfacer por nosotros, fue hecho pecado y maldición
en la cruz por nosotros o en lugar nuestro.
III.- Esta muerte del Hijo
de Dios es la ofrenda y la satisfacción única y perfecta por los pecados, y de
una virtud y dignidad infinitas, y sobradamente suficiente como expiación de
los pecados del mundo entero.
IV.- Y por eso es esta
muerte de tan gran virtud y dignidad, porque la persona que la padeció no sólo
es un hombre verdadero y perfectamente santo, sino también el Hijo de Dios, de
una misma, eterna e infinita esencia con el Padre y el Espíritu Santo, tal como
nuestro Salvador tenía que ser. Además de esto, porque su muerte fue acompañada
con el sentimiento interno de la ira de Dios y de la maldición que habíamos
merecido por nuestros pecados.
V.- Existe además la promesa
del Evangelio de que todo aquel que crea en el Cristo crucificado no se pierda,
sino que tenga vida eterna; promesa que, sin distinción, debe ser anunciada y
proclamada con mandato de conversión y de fe a todos los pueblos y personas a
los que Dios, según Su beneplácito, envía Su Evangelio.
VI.- Sin embargo, el hecho
de que muchos, siendo llamados por el Evangelio, no se conviertan ni crean en
Cristo, mas perezcan en incredulidad, no ocurre por defecto o insuficiencia de
la ofrenda de Cristo en la cruz, sino por propia culpa de ellos.
VII.- Mas todos cuantos
verdaderamente creen, y por la muerte de Cristo son redimidos y salvados de los
pecados y de la perdición, gozan de aquellos beneficios sólo por la gracia de
Dios que les es dada eternamente en Cristo, y de la que a nadie es deudor.
VIII.- Porque este fue el
consejo absolutamente libre, la voluntad misericordiosa y el propósito de Dios
Padre: que la virtud vivificadora y salvadora de la preciosa muerte de Su Hijo
se extendiese a todos los predestinados para, únicamente a ellos, dotarlos de
la fe justificante, y por esto mismo llevarlos infaliblemente a la salvación;
es decir: Dios quiso que Cristo, por la sangre de Su cruz (con la que Él
corroboró el Nuevo Pacto), salvase eficazmente, de entre todos los pueblos, tribus,
linajes y lenguas, a todos aquellos, y únicamente a aquellos, que desde la
eternidad fueron escogidos para salvación, y que le fueron dados por el Padre;
los dotase de la fe, como asimismo de los otros dones salvadores del Espíritu
Santo, que Él les adquirió por Su muerte; los limpiase por medio de Su sangre
de todos sus pecados, tanto los originales o connaturales como los reales ya de
antes ya de después de la fe; los guardase fielmente hasta el fin y, por
último, los presentase gloriosos ante sí sin mancha ni arruga.
IX.- Este consejo,
proveniente del eterno amor de Dios hacia los predestinados, se cumplió
eficazmente desde el principio del mundo hasta este tiempo presente
(oponiéndose en vano a ello las puertas del infierno), y se cumplirá también en
el futuro, de manera que los predestinados, a su debido tiempo serán
congregados en uno, y que siempre existirá una Iglesia de los creyentes,
fundada en la sangre de Cristo, la cual le amará inquebrantablemente a Él, su
Salvador, quien, esposó por su esposa, dio Su vida por ella en la cruz, y le
servirá constantemente, y le glorificará ahora y por toda la eternidad.
REPROBACION
DE LOS ERRORES
Habiendo declarado la
doctrina ortodoxa, el Sínodo rechaza los errores de aquellos:
I.- Que enseñan: que Dios
Padre ordenó a Su Hijo a la muerte de cruz sin consejo cierto y determinado de
salvar ciertamente a alguien; de manera que la necesidad, utilidad y dignidad
de la impetración de la muerte de Cristo bien pudieran haber existido y permanecido
perfectas en todas sus partes, y cumplidas en su totalidad, aun en el caso de
que la redención lograda jamás hubiese sido adjudicada a hombre alguno.
- Pues esta doctrina sirve
de menosprecio de la sabiduría del Padre y de los méritos de Jesucristo, y está
en contra de la Escritura. Pues nuestro Salvador dice así: ...pongo mi vida por las
ovejas... y yo las conozco (Jn. 10:15-27); y el profeta Isaías dice del
Salvador: Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje,
vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada
(Is. 53:10); y por último, está en pugna con el artículo de la fe por el que
creemos: una Iglesia cristiana católica.
II.- Que enseñan: que el
objeto de la muerte de Cristo no fue que Él estableciese de hecho el nuevo
Pacto de gracia en Su muerte, sino únicamente que Él adquiriese para el Padre
un mero derecho de poder establecer de nuevo un pacto tal, con los hombres como
a Él le pluguiese (placiese), ya fuera de gracia o de obras.
- Pues tal cosa contradice a
la Escritura, que enseña que Jesús es hecho fiador de un mejor pacto, esto es,
del Nuevo Pacto (Heb. 7:22), y un testamento con la muerte se confirma (Heb.
9:15,17).
III.-- Que enseñan: «que
Cristo por Su satisfacción no ha merecido para nadie, de un modo cierto, la
salvación misma y la fe por la cual esta satisfacción es eficazmente apropiada;
si no que ha adquirido únicamente para el Padre el poder o la voluntad perfecta
para tratar de nuevo con los hombres, y dictar las nuevas condiciones que Él
quisiese, cuyo cumplimiento quedaría pendiente de la libre voluntad del hombre;
y que por consiguiente podía haber sucedido que ninguno, o que todos los
hombres las cumpliesen».
- Pues éstos opinan
demasiado despectivamente de la muerte de Cristo, no reconocen en absoluto el
principal fruto o beneficio logrado por éste, y vuelven a traer del infierno el
error pelagiano.
IV.- Que enseñan: «que el
nuevo Pacto de gracia, que Dios Padre hizo con los hombres por mediación de la
muerte de Cristo, no consiste en que nosotros somos justificados ante Dios y
hechos salvos por medio de la fe, en cuanto que acepta los méritos de Cristo;
si no en que Dios, habiendo abolido la exigencia de la obediencia perfecta a la
Ley, cuenta ahora la fe misma y la obediencia a la fe, si bien imperfectas, por
perfecta obediencia a la Ley, y las considera, por gracia, dignas de la
recompensa de la vida eterna.
- Pues éstos contradicen a
las Sagradas Escrituras: siendo justificados gratuitamente por su Gracia,
mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como
propiciación por medio de la fe en su sangre (Rom. 3:24,25); y presentan, con
el impío Socino (Fausto Socino, antitrinitario italiano),
una nueva y extraña justificación del hombre ante Dios, contraria a la
concordia unánime de toda la Iglesia.
V.- Que enseñan: «que todos
los hombres son aceptados en el estado de reconciliación y en la gracia del
Pacto, de manera que nadie es culpable de condenación o será maldecido a causa
del pecado original, sino que todos los hombres están libres de la culpa de
este pecado».
- Pues este sentir es
contrario a la Escritura, que dice: ... y éramos por naturaleza hijos de la ira,
lo mismo que los demás (Ef. 2:3).
VI.- Que emplean la
diferencia entre adquisición y apropiación, al objeto de poder implantar en los
imprudentes e inexpertos este sentir: «que Dios, en cuanto a Él toca, ha
querido comunicar por igual a todos los hombres aquellos beneficios que se
obtienen por la muerte de Cristo; pero el hecho de que algunos obtengan el
perdón de los pecados y la vida eterna, y otros no, depende de su libre
voluntad, la cual se une a la gracia que se ofrece sin distinción, y que no
depende de ese don especial de la misericordia que obra eficazmente en ellos, a
fin de que se apropien para sí mismos, a diferencia de como otros hacen,
aquella gracia».
- Pues éstos, fingiendo
exponer esta distinción desde un punto de vista recto, tratan de inspirar al
pueblo el veneno pernicioso de los errores pelagianos.
VII.- Que enseñan: «Que
Cristo no ha podido ni ha debido morir, ni tampoco ha muerto, por aquellos a
quienes Dios ama en grado sumo, y a quienes eligió para vida eterna, puesto que
los tales no necesitan de la muerte de Cristo».
- Pues contradicen al
Apóstol, que dice: ...del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí
(Gál. 2:20). Como también: Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios
es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió
(Rom. 8:33,34), a saber: por ellos; también contradicen al Salvador, quien
dice: ...y pongo mi vida por las ovejas Jn. 10:15), y: Este
es mi mandamiento, que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene
mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. (Jn,
15:12,13).
CAPITULOS TERCERO Y CUARTO:
DE LA DEPRAVACION DEL
HOMBRE, DE SU CONVERSION A DIOS Y DE LA MANERA DE REALIZARSE ESTA ULTIMA
I.- Desde el principio, el
hombre fue creado a imagen de Dios, adornado en su entendimiento con conocimiento
verdadero y bienaventurado de su Creador, y de otras cualidades espirituales;
en su voluntad y en su corazón, con la justicia; en todas sus afecciones, con
la pureza; y fue, a causa de tales dones, totalmente santo. Pero apartándose de
Dios por insinuación del demonio y de su voluntad libre, se privó a sí mismo de
estos excelentes dones, y a cambio ha atraído sobre sí, en lugar de aquellos
dones, ceguera, oscuridad horrible, vanidad y perversión de juicio en su
entendimiento; maldad, rebeldía y dureza en su voluntad y en su corazón; así
como también impureza en todos sus afectos.
II.- Tal como fue el hombre
después de la caída, tales hijos también procreó, es decir: corruptos, estando
él corrompido; de tal manera que la corrupción, según el justo juicio de Dios,
pasó de Adán a todos sus descendientes (exceptuando únicamente Cristo), no por
imitación, como antiguamente defendieron los pelagianos, sino por procreación
de la naturaleza corrompida.
IIL- Por consiguiente, todos
los hombres son concebidos en pecado y, al nacer como hijos de ira, incapaces
de algún bien saludable o salvífico, e inclinados al mal, muertos en pecados y
esclavos del pecado; y no quieren ni pueden volver a Dios, ni corregir su
naturaleza corrompida, ni por ellos mismos mejorar la misma, sin la gracia del
Espíritu Santo, que es quien regenera.
IV.- Bien es verdad que
después de la caída quedó aún en el hombre alguna luz de la naturaleza,
mediante la cual conserva algún conocimiento de Dios, de las cosas naturales,
de la distinción entre lo que es lícito e ilícito, y también muestra alguna
práctica hacia la virtud y la disciplina externa. Pero está por ver que el
hombre, por esta luz de la naturaleza, podría llegar al conocimiento salvífico
de Dios, y convertirse a Él cuando, ni aún en asuntos naturales y cívicos,
tampoco usa rectamente esta luz; antes bien, sea como fuere, la empaña
totalmente de diversas maneras, y la subyuga en injusticia; y puesto que él
hace esto, por tanto se priva de toda disculpa ante Dios.
V.- Como acontece con la luz
de la naturaleza, así sucede también, en este orden de cosas, con la Ley de los
Diez Mandamientos, dada por Dios en particular a los judíos a través de Moisés.
Pues siendo así que ésta descubre la magnitud del pecado y convence más y más
al hombre de su culpa, no indica, sin embargo, el remedio de reparación de esa
culpa, ni aporta fuerza alguna para poder salir de esta miseria; y porque, así
como la Ley, habiéndose hecho impotente por la carne, deja al trasgresor
permanecer bajo la maldición, así el hombre no puede adquirir. por medio de la
misma, la gracia que justifica.
VI.- Lo que, en este caso,
ni la luz de la naturaleza ni la Ley pueden hacer, lo hace Dios por el poder
del Espíritu Santo y por la Palabra o el ministerio de la reconciliación, que
es el Evangelio del Mesías, por cuyo medio plugó (plació) a Dios salvar
a los hombres creyentes tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
VII.- Este misterio de Su
voluntad se lo descubrió Dios a pocos en el Antiguo Testamento; pero en el
Nuevo Testamento (una vez derribada la diferencia de los pueblos), se lo reveló
a más hombres. La causa de estas diferentes designaciones, no se debe basar en
la dignidad de un pueblo sobre otro, o en el mejor uso de la luz de la
naturaleza, sino en la libre complacencia y en el gratuito amor de Dios; razón
por la que aquellos en quienes, sin y aun en contra de todo merecimiento, se
hace gracia tan grande, deben también reconocerla con un corazón humilde y
agradecido, y con el Apóstol adorar la severidad y la justicia de los juicios
de Dios en aquellos en quienes no se realiza esta gracia, y de ninguna manera
investigarlos curiosamente.
VIII.- Pero cuantos son
llamados por el Evangelio, son llamados con toda seriedad. Pues Dios muestra
formal y verdaderamente en Su Palabra lo que le es agradable a Él, a saber: que
los llamados acudan a Él. Promete también de veras a todos los que vayan a Él y
crean, la paz del alma y la vida eterna.
IX.- La culpa de que muchos,
siendo llamados por el ministerio del Evangelio, no se alleguen ni se
conviertan, no está en el Evangelio, ni en Cristo, al cual se ofrece por el
Evangelio, ni en Dios, que llama por el Evangelio e incluso comunica diferentes
dones a los que llama; si no en aquellos que son llamados; algunos de los
cuales, siendo descuidados, no aceptan la palabra de vida; otros sí la aceptan,
pero no en lo íntimo de su corazón, y de ahí que, después de algún entusiasmo
pasajero, retrocedan de nuevo de su fe temporal; otros ahogan la simiente de la
Palabra con los espinos de los cuidados y de los deleites del siglo, y no dan
ningún fruto; lo cual enseña nuestro Salvador en la parábola del sembrador
(Mateo 13).
X.- Pero que otros, siendo
llamados por el ministerio del Evangelio, acudan y se conviertan, no se tiene
que atribuir al hombre como si él, por su voluntad libre, se distinguiese a sí
mismo de los otros que son provistos de gracia igualmente grande y suficiente
(lo cual sienta la vanidosa herejía de Pelagio); si no que se debe atribuir a
Dios, quien, al igual que predestinó a los suyos desde la eternidad en Cristo,
así también llama a estos mismos en el tiempo, los dota de la fe y de la
conversión y, salvándolos del poder de las tinieblas, los traslada al reino de
Su Hijo, a fin de que anuncien las virtudes de aquel que los llamó de las
tinieblas a su luz admirable, y esto a fin de que no se gloríen en sí mismos,
sino en el Señor, como los escritos apostólicos declaran de un modo general.
XI.- Además, cuando Dios
lleva a cabo este Su beneplácito en los predestinados y obra en ellos la
conversión verdadera, lo lleva a cabo de tal manera que no sólo hace que se les
predique exteriormente el Evangelio, y que se les alumbre poderosamente su
inteligencia por el Espíritu Santo a fin de que lleguen a comprender y
distinguir rectamente las cosas que son del Espíritu de Dios; sino que Él
penetra también hasta las partes más íntimas del hombre con la acción poderosa
de este mismo Espíritu regenerador; El abre el corazón que está cerrado; Él
quebranta lo que es duro; Él circuncida lo que es incircunciso; Él infunde en
la voluntad propiedades nuevas, y hace que esa voluntad, que estaba muerta,
reviva; que era mala, se haga buena; que no quería, ahora quiera realmente; que
era rebelde, se haga obediente; Él mueve y fortalece de tal manera esa voluntad
para que pueda, cual árbol bueno, llevar frutos de buenas obras.
XII.- Y este es aquel nuevo
nacimiento, aquella renovación, nueva creación, resurrección de muertos y
vivificación, de que tan excelentemente se habla en las Sagradas Escrituras, y
que Dios obra en nosotros sin nosotros. Este nuevo nacimiento no es obrado en
nosotros por medio de la predicación externa solamente, ni por indicación, o
por alguna forma tal de acción por la que, una vez Dios hubiese terminado Su
obra, entonces estaría en el poder del hombre el nacer de nuevo o no, el
convertirse o no. Si no que es una operación totalmente sobrenatural,
poderosísima y, al mismo tiempo, suavísima, milagrosa, oculta e inexpresable,
la cual, según el testimonio de la Escritura (inspirada por el autor de esta
operación), no es menor ni inferior en su poder que la creación o la
resurrección de los muertos; de modo que todos aquellos en cuyo corazón obra
Dios de esta milagrosa manera, renacen cierta, infalible y eficazmente, y de
hecho creen. Así. La voluntad, siendo entonces renovada, no sólo es movida y
conducida por Dios, sino que, siendo movida por Dios, obra también ella misma.
Por lo cual con razón se dice que el hombre cree y se convierte por medio de la
gracia que ha recibido.
XIII.- Los creyentes no
pueden comprender de una manera perfecta en esta vida el modo cómo se realiza
esta acción; mientras tanto, se dan por contentos con saber y sentir que por
medio de esta gracia de Dios creen con el corazón y aman a su Salvador.
XIV.- Así pues, la fe es un
don de Dios; no porque sea ofrecida por Dios a la voluntad libre del hombre,
sino porque le es efectivamente participada, inspirada e infundida al hombre;
tampoco lo es porque Dios hubiera dado sólo el poder creer, y después esperase
de la voluntad libre, el consentimiento del hombre o el creer de un modo
efectivo; si no porque ÉI, que obra en tal circunstancia el querer y el hacer,
es más, que obra todo en todos, realiza en el hombre ambas cosas: la voluntad
de creer y la fe misma.
XV.- Dios no debe a nadie
esta gracia; porque ¿qué debería Él a quien nada le puede dar a Él primero, para
que le fuera recompensado? En efecto, ¿qué debería Dios a aquel que de sí mismo
no tiene otra cosa sino pecado y mentira? Así pues, quien recibe esta gracia
sólo debe a Dios por ello eterna gratitud, y realmente se la agradece; quien no
la recibe, tampoco aprecia en lo más mínimo estas cosas espirituales, y se
complace a sí mismo en lo suyo; o bien, siendo negligente, se gloría vanamente
de tener lo que no tiene. Además, a ejemplo de los Apóstoles, se debe juzgar y
hablar lo mejor de quienes externamente confiesan su fe y enmiendan su vida,
porque lo íntimo del corazón nos es desconocido. Y por lo que respecta a otros
que aún no han sido llamados, se debe orar a Dios por ellos, pues Él es quien
llama las cosas que no son como si fueran, y en ninguna manera debemos
envanecernos ante éstos, como si nosotros nos hubiésemos escogido a nosotros
mismos.
XVI.- Empero como el hombre
no dejó, por la caída, de ser hombre dotado de entendimiento y voluntad, y como
el pecado, penetrando en todo el género humano, no quitó la naturaleza del
hombre, sino que la corrompió y la mató espiritualmente; así esta gracia divina
del nuevo nacimiento tampoco obra en los hombres como en una cosa insensible y
muerta, ni destruye la voluntad y sus propiedades, ni las obliga en contra de
su gusto, sino que las vivifica espiritualmente, las sana, las vuelve mejores y
las doblega con amor y a la vez con fuerza, de tal manera que donde antes
imperaba la rebeldía y la oposición de la carne allí comienza a prevalecer una
obediencia de espíritu voluntaria y sincera en la que descansa el verdadero y
espiritual restablecimiento y libertad de nuestra voluntad. Y a no ser que ese
prodigioso Artífice de todo bien procediese en esta forma con nosotros, el
hombre no tendría en absoluto esperanza alguna de poder levantarse de su caída
por su libre voluntad, por la que él mismo, cuando estaba aún en pie, se
precipitó en la perdición.
XVII.- Pero así como esa
acción todopoderosa de Dios por la que Él origina y mantiene esta nuestra vida
natural, tampoco excluye sino que requiere el uso de medios por los que Dios,
según Su sabiduría infinita y Su bondad, quiso ejercer Su poder, así ocurre
también que la mencionada acción sobrenatural de Dios por la que Él nos
regenera, en modo alguno excluye ni rechaza el uso del Evangelio al que Dios,
en Su sabiduría, ordenó para simiente del nuevo nacimiento y para alimento del
alma. Por esto, pues, así como los Apóstoles y los Pastores que les sucedieron
instruyeron saludablemente al pueblo en esta gracia de Dios (para honor del
Señor, y para humillación de toda soberbia del hombre), y no descuidaron
entretanto el mantenerlos en el ejercicio de la Palabra, de los sacramentos y
de la disciplina eclesial por medio de santas amonestaciones del Evangelio; del
mismo modo debe también ahora estar lejos de ocurrir que quienes enseñan a
otros en la congregación, o quienes son enseñados, se atrevan a tentar a Dios
haciendo distingos en aquellas cosas que Él, según Su beneplácito, ha querido
que permaneciesen conjuntamente unidas. Porque por las amonestaciones se pone
en conocimiento de la gracia; y cuanto más solícitamente desempeñamos nuestro
cargo, tanto más gloriosamente se muestra también el beneficio de Dios, que
obra en nosotros, y Su obra prosigue entonces de la mejor manera. Sólo a este
Dios corresponde, tanto en razón de los medios como por los frutos y la virtud
salvadora de los mismos, toda gloria en la eternidad. Amén.
REPROBACION
DE LOS ERRORES
Habiendo declarado la
doctrina ortodoxa, el Sínodo rechaza los errores de aquellos:
I.- Que enseñan: «que
propiamente no se puede decir que el pecado original en sí mismo sea suficiente
para condenar a todo el género humano, o para merecer castigos temporales y
eternos».
- Pues éstos contradicen al
Apóstol, que dice: ...como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la
muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron
(Rom. 5:12); y: ...el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación
(Rom. 5:16); y: la paga del pecado es la muerte (Rom. 6:23).
II.; Que enseñan: que los
dones espirituales, o las buenas cualidades y virtudes, como son: bondad,
santidad y justicia, no pudieron estar en la libre voluntad del hombre cuando
en un principio fue creado, y que, por consiguiente, no han podido ser
separadas en su caída.
- Pues tal cosa se opone a
la descripción de la imagen de Dios que el Apóstol propone (Ef. 4:24), donde
confiesa que consiste en justicia y santidad, las cuales se hallan
indudablemente en la voluntad.
III.; Que enseñan: que, en
la muerte espiritual, los dones espirituales no se separan de la voluntad del
hombre, ya que la voluntad por sí misma nunca estuvo corrompida, sino sólo
impedida por la oscuridad del entendimiento y el desorden de las inclinaciones;
y que, quitados estos obstáculos, entonces la voluntad podría poner en acción
su libre e innata fuerza, esto es: podría de sí misma querer y elegir, o no
querer y no elegir, toda suerte de bienes que se le presentasen.
- Esto es una innovación y
un error, que tiende a enaltecer las fuerzas de la libre voluntad, en contra
del juicio del profeta: Engañoso es el corazón más que todas las
cosas, y perverso (Jer. 17:9), y del Apóstol: Entre los cuales (hijos
de desobediencia) también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra
carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos (Ef.
2:3).
IV.- Que enseñan que el
hombre no renacido no está ni propia ni enteramente muerto en el pecado, o
falto de todas las fuerzas para el bien espiritual; sino que aún puede tener
hambre y sed de justicia y de vida, y ofrecer el sacrificio de un espíritu humilde
y quebrantado, que sea agradable a Dios.
- Pues estas cosas están en
contra de los testimonios claros de la Sagrada Escritura: cuando estabais muertos en
vuestros delitos y pecados (Ef. 2:1,5) y: todo designio de los pensamientos
del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. . . ; Porque
el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud (Gn. 6:5 y
8:21). Además, tener hambre y sed de salvación de la miseria, tener hambre y
sed de la vida, y ofrecer a Dios el sacrificio de un espíritu quebrantado, es
propio de los renacidos y de los que son llamados bienaventurados (Sal. 51:19 y
Mt. 5:6).
V.- Que enseñan: «que el
hombre natural y corrompido, hasta tal punto puede usar bien de la gracia común
(cosa que para ellos es la luz de la naturaleza), o los dones que después de la
caída aún le fueron dejados, que por ese buen uso podría conseguir, poco a poco
y gradualmente, una gracia mayor, es decir: la gracia evangélica o salvadora y
la bienaventuranza misma. Y que Dios, en este orden de cosas, se muestra
dispuesto por Su parte a revelar al Cristo a todos los hombres, ya que El
suministra a todos, de un modo suficiente y eficaz, los medios que se necesitan
para la conversión».
- Pues, a la par de la
experiencia de todos los tiempos, también la Escritura demuestra que tal cosa
es falsa: Ha manifestado Sus palabras a Jacob, Sus estatutos y Sus Juicios a
Israel. No ha hecho así con ninguna otra entre las naciones; y en cuanto a Sus
juicios, no los conocieron (Sal. 147:19.20). En las edades pasadas, Él ha
dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos (Hch. 14:16); y: Les
fue prohibido (a saber: a Pablo y a los suyos) por el Espíritu Santo hablar la
palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el
Espíritu no se lo permitió (Hch. 16:6,7).
VI.- Que enseñan: que en la
verdadera conversión del hombre ninguna nueva cualidad, fuerza o don puede ser
infundido por Dios en la voluntad; y que, consecuentemente, la fe por la que en
principio nos convertimos y en razón de la cual somos llamados creyentes, no es
una cualidad o don infundido por Dios, sino sólo un acto del hombre, y que no
puede ser llamado un don, sino sólo refiriéndose al poder para llegar a la fe
misma.
- Pues con esto contradicen
a la Sagrada Escritura que testifica que Dios derrama en nuestro corazón nuevas
cualidades de fe, de obediencia y de experiencia de Su amor: Daré
mi Ley en su mente, y la escribiré en su corazón (Jer. 31:33); y: Yo
derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu
derramaré sobre tu generación (Is.44:3); y: El amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado (Rom.
5:5). Este error combate también la costumbre constante de la Iglesia de Dios
que, con el profeta, ora así: Conviérteme, y seré convertido (Jer.
31:18).
VII.- Que enseñan: que la
gracia, por la que somos convertidos a Dios, no es otra cosa que una suave
moción o consejo; o bien (como otros lo explican), que la forma más noble de
actuación en la conversión del hombre, y la que mejor concuerda con la
naturaleza del mismo, es la que se hace aconsejando, y que no cabe el por qué
sólo esta gracia estimulante no sería suficiente para hacer espiritual al
hombre natural; es más, que Dios de ninguna manera produce el consentimiento de
la voluntad sino por esta forma de moción o consejo, y que el poder de la
acción divina, por el que ella supera la acción de Satanás, consiste en que
Dios promete bienes eternos, en tanto que Satanás sólo temporales.
- Pues esto es totalmente
pelagiano y está en oposición a toda la Sagrada Escritura, que reconoce, además
de ésta, otra manera de obrar del Espíritu Santo en la conversión del hombre
mucho más poderosa y más divina. Como se nos dice en Ezequiel: Os
daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y gustaré de
vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón e carne (Ez.
36:26).
VIII.- Que enseñan: que Dios
no usa en la regeneración o nuevo nacimiento del hombre tales poderes de Su
omnipotencia que dobleguen eficaz y poderosamente la voluntad de aquél a la fe
y a la conversión; si no que, aun cumplidas todas las operaciones de la gracia
que Dios usa para convertirle, el hombre sin embargo, de tal manera puede
resistir a Dios y al Espíritu Santo, y de hecho también resiste con frecuencia
cuando Él se propone su regeneración y le quiere hacer renacer, que impide el
renacimiento de sí mismo; y que sobre este asunto queda en su propio poder el
ser renacido o no.
- Pues esto no es otra cosa
sino quitar todo el poder de la gracia de Dios en nuestra conversión, y
subordinar la acción de Dios Todopoderoso a la voluntad del hombre, y esto
contra los Apóstoles, que enseñan: que creemos, según la operación del poder de
Su fuerza (Ef. 1:19); y: que nuestro Dios os tenga por dignos de Su
llamamiento, y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con Su poder
(2 Tes. 1:11); y: como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han
sido dadas por Su divino poder (2 Pe. 1:3).
IX.- Que enseñan: que la
gracia y la voluntad libre son las causas parciales que obran conjuntamente el
comienzo de la conversión, y que la gracia, en relación con la acción, no
precede a la acción de la voluntad; es decir, que Dios no ayuda eficazmente a
la voluntad del hombre pata la conversión, sino cuando la voluntad del hombre
se mueve a sí misma y se determina a ello.
- Pues la Iglesia antigua
condenó esta doctrina, ya hace siglos, en los pelagianos, con aquellas palabras
del Apóstol: Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios, que
tiene misericordia (Rom. 9:16). Asimismo: ¿Quién te distingue? ¿O qué
tienes que no hayas recibido? (1 Cor. 4:7); y: Dios es el que en vosotros
produce así el querer como el hacer, por Su buena voluntad. (Fil.
2:13).
CAPITULO QUINTO:
DE LA PERSVERANCIA DE LOS
SANTOS
I.- A los que Dios llama,
conforme a Su propósito, a la comunión de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y
regenera por el Espíritu Santo, a éstos les salva ciertamente del dominio y de
la esclavitud del pecado, pero no les libra en esta vida totalmente de la carne
y del cuerpo del pecado.
II.- De esto hablan los
cotidianos pecados de la flaqueza, y el que las mejores obras de los santos
también adolezcan de defectos. Lo cual les da motivo constante de humillarse
ante Dios, de buscar su refugio en el Cristo crucificado, de matar
progresivamente la carne por Espíritu de oración y los santos ejercicios de
piedad, y de desear la meta de la perfección, hasta que, librados de este
cuerpo de muerte, reinen con el Cordero de Dios en los cielos.
III.- A causa de estos
restos de pecado que moran en el hombre, y también con motivo de las
tentaciones del mundo y de Satanás, los convertidos no podrían perseverar
firmemente en esa gracia, si fuesen abandonados a sus propias fuerzas. Pero
fiel es Dios que misericordiosamente los confirma en la gracia que, una vez,
les fue dada, y los guarda poderosamente hasta el fin.
IV.- Y si bien ese poder de
Dios por el que colma y guarda en la gracia a los creyentes verdaderos, es
mayor que el que les podría hacer reos de la carne, sin embargo, los
convertidos no siempre son de tal manera conducidos y movidos por Dios que
ellos, en ciertos actos especiales, no puedan apartarse por su propia culpa de
la dirección de la gracia, y ser reducidos por las concupiscencias de la carne y
seguirlas. Por esta razón, deben velar y orar constantemente que no sean
metidos en tentación. Y si no lo hacen así, no sólo pueden ser llevados por la
carne, el mundo y Satanás a cometer pecados graves y horribles, sino que
ciertamente, por permisión justa de Dios, son también llevados a veces hasta
esos mismos pecados; como lo prueban las lamentables caídas de David, Pedro y
otros santos, que nos son descritas en las Sagradas Escrituras.
V.- Con tan groseros pecados
irritan grandemente a Dios, se hacen reos de muerte, entristecen al Espíritu
Santo, destruyen temporalmente el ejercicio de la fe, hieren de manera grave su
conciencia, y pierden a veces por un tiempo el sentimiento de la gracia; hasta
que el rostro paternal de Dios se les muestra de nuevo, cuando retornan de sus
caminos a través del sincero arrepentimiento.
VI.- Pues Dios, que es rico
en misericordia, obrando de conformidad con el propósito de la elección, no
aparta totalmente el Espíritu Santo de los suyos, incluso en las caídas más
lamentables, ni los deja recaer hasta el punto de que pierdan la gracia de la
aceptación y el estado de justificación, o que pequen para muerte o contra el
Espíritu Santo y se precipiten a sí mismos en la condenación eterna al ser
totalmente abandonados por Él.
VII.- Pues, en primer lugar,
en una caída tal, aún conserva Dios en ellos, esta, Su simiente incorruptible,
de la que son renacidos, a fin de que no perezca ni sea echada fuera. En
segundo lugar, los renueva cierta y poderosamente por medio de Su Palabra y
Espíritu convirtiéndolos, a fin de que se contristen, de corazón y según Dios
quiere, por los pecados cometidos; deseen y obtengan, con un corazón
quebrantado, por medio de la fe, perdón en la sangre del Mediador; sientan de
nuevo la gracia de Dios de reconciliarse entonces con ellos; adoren Su
misericordia y fidelidad; y en adelante se ocupen más diligentemente en su
salvación con temor y temblor.
VIII.- Por consiguiente,
consiguen todo esto no por sus méritos o fuerzas, sino por la misericordia
gratuita de Dios, de tal manera que ni caen del todo de la fe y de la gracia,
ni permanecen hasta el fin en la caída o se pierden. Lo cual, por lo que de
ellos depende, no sólo podría ocurrir fácilmente, sino que realmente ocurriría.
Pero por lo que respecta a Dios, no puede suceder de ninguna manera, por cuanto
ni Su consejo puede ser alterado, ni rota Su promesa, ni revocada la vocación
conforme a Su propósito, ni invalidado el mérito de Cristo, así como la
intercesión y la protección del mismo, ni eliminada o destruida la confirmación
del Espíritu Santo.
IX.- De esta protección de
los elegidos para la salvación, y de la perseverancia de los verdaderos
creyentes en la fe, pueden estar seguros los creyentes mismos, y lo estarán
también según la medida de la fe por la que firmemente creen que son y
permanecerán siempre miembros vivos y verdaderos de la Iglesia, y que poseen el
perdón de los pecados y la vida eterna.
X.- En consecuencia, esta seguridad
no proviene de alguna revelación especial ocurrida sin o fuera de la Palabra,
sino de la fe en las promesas de Dios, que Él, para consuelo nuestro, reveló
abundantemente en Su Palabra; del testimonio del Espíritu Santo, el cual da
testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios (Rom. 8:16); y,
finalmente, del ejercicio santo y sincero tanto de una buena conciencia como de
las buenas obras. Y si los elegidos de Dios no tuvieran en este mundo, tanto
este firme consuelo de que guardarán la victoria, como esta prenda cierta de la
gloria eterna, entonces serían los más miserables de todos los hombres.
XL.- Entretanto, la Sagrada
Escritura testifica que los creyentes, en esta vida, luchan contra diversas
vacilaciones de la carne y que, puestos en grave tentación, no siempre
experimentan esta confianza absoluta de la fe y esta certeza de la
perseverancia. Pero Dios, el Padre de toda consolación, no les dejará ser
tentados más de lo que puedan resistir, sino que dará también juntamente con la
tentación la salida (1 Cor. 10:13), y de nuevo despertará en ellos, por el
Espíritu Santo, la seguridad de la perseverancia.
XII.- Pero tan fuera de
lugar está que esta seguridad de la perseverancia pueda hacer vanos y
descuidados a los creyentes verdaderos, que es ésta, por el contrario, una base
de humildad, de temor filial, de piedad verdadera, de paciencia en toda lucha,
de oraciones fervientes, de firmeza en la cruz y en la confesión de la verdad,
así como de firme alegría en Dios; y que la meditación de ese beneficio es para
ellos un acicate para la realización seria y constante de gratitud y buenas
obras, como se desprende de los testimonios de la Sagrada Escritura y de los
ejemplos de los santos.
XIII.- Asimismo, cuando la
confianza en la perseverancia revive en aquellos que son reincorporados de la
caída, eso no produce en ellos altanería alguna o descuido de la piedad, sino
un cuidado mayor en observar diligentemente los caminos del Señor que fueron
preparados de antemano, a fin de que, caminando en ellos, pudiesen guardar la
seguridad de su perseverancia y para que el semblante de un Dios expiado (cuya
contemplación es para los piadosos más dulce que la vida, y cuyo ocultamiento
les es más amargo que la muerte) no se aparte nuevamente de ellos a causa del
abuso de Su misericordia paternal, y caigan así en más graves tormentos de
ánimo.
XIV.- Como agradó a Dios
comenzar en nosotros esta obra suya de la gracia por la predicación del
Evangelio, así la guarda, prosigue y consuma Él por el oír, leer y reflexionar
de aquél, así como por amonestaciones, amenazas, promesas y el uso de los
sacramentos.
XV.- Esta doctrina de la
perseverancia de los verdaderos creyentes y santos, así como de la seguridad de
esta perseverancia que Dios, para honor de Su Nombre y para consuelo de las
almas piadosas, reveló superabundantemente en Su Palabra e imprime en los corazones
de los creyentes, no es comprendida por la carne, es odiada por Satanás,
escarnecida por el mundo, abusada por los inexpertos e hipócritas, y combatida
por los herejes; pero la Esposa de Cristo siempre la amó con ternura y la
defendió con firmeza cual un tesoro de valor inapreciable. Y que también lo
haga en el futuro, será algo de lo que se preocupará Dios, contra quien no vale
consejo alguno, ni violencia alguna puede nada. A este único Dios, Padre, Hijo
y Espíritu Santo, sea el honor y la gloria eternamente. Amén.
REPROBACION
DE LOS ERRORES
Habiendo declarado la
doctrina ortodoxa, el Sínodo rechaza los errores de aquellos:
L- Que enseñan: que la
perseverancia de los verdaderos creyentes no es fruto de la elección, o un don
de Dios adquirido por la muerte de Cristo; si no una condición del Nuevo Pacto,
que el hombre, para su (como dicen ellos) elección decisiva y justificación,
debe cumplir por su libre voluntad..
- Pues la Sagrada Escritura
atestigua que la perseverancia se sigue de la elección, y es dada a los
elegidos en virtud de la muerte, resurrección e intercesión de Cristo: Los
escogidos sí !o han alcanzado, y los demás fueron endurecidos (Rom.
11:7). Y asimismo: El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a
los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará?
Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que también
intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? (Rom.
8:32-35).
II.- Que enseñan: que Dios
ciertamente provee al hombre creyente de fuerzas suficientes para perseverar, y
está dispuesto a conservarlas en él si éste cumple con su deber; pero aunque
sea así que todas las cosas que son necesarias para perseverar en la fe y las
que Dios quiere usar para guardar la fe, hayan sido dispuestas, aun entonces
dependerá siempre del querer de la voluntad el que ésta persevere o no.
- Pues este sentir adolece
de un pelagianismo manifiesto; y mientras éste pretende hacer libres a los
hombres, los torna de este modo en ladrones del honor de Dios; además, está en
contra de la constante unanimidad de la enseñanza evangélica, la cual quita al
hombre todo motivo de glorificación propia y atribuye la alabanza de este
beneficio únicamente a la gracia de Dios; y por último va contra el Apóstol,
que declara: Dios... os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el
día de nuestro Señor Jesucristo (1 Cor. 1:8).
III.- Que enseñan: «que los
verdaderos creyentes y renacidos no sólo pueden perder total y definitivamente
la fe justificante, la gracia y la salvación, sino que de hecho caen con
frecuencia de las mismas y se pierden eternamente».
- Pues esta opinión
desvirtúa la gracia, la justificación, el nuevo nacimiento y la protección
permanente de Cristo, en oposición con las palabras expresas del apóstol Pablo:
que
siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya
justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira (Rom.
5:8,9); y en contra del Apóstol Juan: Todo aquel que es nacido de Dios, no
practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede
pecar, porque es nacido de Dios (1 Jn. 3:9); y también en contra de las
palabras de Jesucristo: Y yo les doy vida eterna; y no perecerán
jamás, ni nadie lar arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor
que todos, y nadie lar puede arrebatar de la mano de mi Padre (Jn.
10:28,29).
IV.- Que enseñan: «que los
verdaderos creyentes y renacidos pueden cometer el pecado de muerte, o sea, el
pecado contra el Espíritu Santo.
- Porque el apóstol Juan
mismo, una vez que habló en el capítulo cinco de su primera carta, versículos
16 y 17, de aquellos que pecan de muerte, prohibiendo orar por ellos, agrega
enseguida, en el versículo 18: Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios
no practica el pecado (entiéndase: tal género de pecado), pues
Aquél que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca (1
Jn. 5:18).
V.- Que enseñan: «que en
esta vida no se puede tener seguridad de la perseverancia futura, sin una
revelación especial».
- Pues por esta doctrina se
quita en esta vida el firme consuelo de los verdaderos creyentes, y se vuelve a
introducir en la Iglesia la duda en que viven los partidarios del papado; en
tanto la Sagrada Escritura deduce a cada paso esta seguridad, no de una
revelación especial ni extraordinaria, sino de las características propias de
los hijos de Dios, y de las promesas firmísimas de Dios. Así, especialmente, el
apóstol Pablo: Ninguna otra coca creada nos podrá reparar de! amor de Dios, que es en
Cristo Jesús Señor nuestro (Rom. 8:39); y Juan: el que guarda sus mandamientos,
permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en
nosotros, por el Espíritu que nos ha dado (1 Jn. 3:24).
VI.- Que enseñan: «que la
doctrina de la seguridad o certeza de la perseverancia y de la salvación es por
su propia índole y naturaleza una comodidad para la carne, y perjudicial para la
piedad, para las buenas costumbres, para la oración y para otros ejercicios
santos; pero que por el contrario, es de elogiar el dudar de ellas.
- Pues éstos demuestran que
no conocen el poder de la gracia divina y la acción del Espíritu Santo y
contradicen al apóstol Juan, que en su primera epístola enseña expresamente lo
contrario: Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que
hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a
él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquél que tiene esta esperanza en
él, se purifica a sí mismo, así como él es (1 Jn. 3:2,3). Además, éstos
son refutados por los ejemplos de los santos, tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento, quienes, aunque estuvieron seguros de su perseverancia y salvación,
perseveraron sin embargo en las oraciones y otros ejercicios de piedad.
VII.- Que enseñan: «que la
fe de aquellos que solamente creen por algún tiempo no difiere de la fe
justificante y salvífica, sino sólo en la duración».
- Pues Cristo mismo, en
Mateo 13:20, y en Lucas 8:13 y siguientes, además de esto establece claramente
una triple diferencia entre aquellos que sólo creen por un cierto tiempo, y los
creyentes verdaderos, cuando dice que aquellos reciben la simiente en tierra
pedregosa, mas éstos en tierra buena, o sea, en buen corazón; que aquellos no
tienen raíces, pero éstos poseen raíces firmes; que aquellos no llevan fruto,
pero éstos los producen constantemente en cantidad diversa.
VIII.- Que enseñan: que no
es un absurdo que el hombre, habiendo perdido su primera regeneración, sea de
nuevo, y aun muchas veces, regenerado».
- Pues éstos, con tal
doctrina, niegan la incorruptibilidad de la simiente de Dios por la que somos
renacidos, y se oponen al testimonio del apóstol Pedro, que dice: siendo
renacidos, no de cimiente corruptible, sino de incorruptible (1 Pe.
1:23).
IX.- Que enseñan: que Cristo
en ninguna parte rogó que los creyentes perseverasen infaliblemente en la fe.
- Pues contradicen a Cristo
mismo, que dice: Yo he rogado por ti (Pedro), que tu fe no falte
(Lc.22:32), y al evangelista Juan, que da testimonio de que Cristo no sólo por
los apóstoles, sino también por todos aquellos que habrían de creer por su
palabra, oró así: Padre Santo, guárdalos en tu nombre; y: no ruego que los quites del
mundo, sino que los libres del mal (Jn. 17:11,15).
CONCLUSION
Esta es la explicación
escueta, sencilla y genuina de la doctrina ortodoxa de los CINCO ARTÍCULOS
sobre los que surgieron diferencias en los Países Bajos, y, a la vez, la
reprobación de los errores que conturbaron a las iglesias holandesas durante
cierto tiempo. El Sínodo juzga que tal explicación y reprobación han sido
tomadas de la Palabra de Dios, y que concuerdan con la confesión de las
Iglesias Reformadas. De lo que claramente se deduce que aquellos a quienes
menos correspondían tales cosas, han obrado en contra de toda verdad, equidad y
amor, y han querido hacer creer al pueblo que la doctrina de las Iglesias
Reformadas respecto a la predestinación y a los capítulos referentes a ella
desvían, por su propia naturaleza y peso, el corazón de los hombres de toda
piedad y religión; que es una comodidad pala la carne y el diablo, y una
fortaleza de Satanás, desde donde trama emboscada a todos los hombres, hiere a
la mayoría de ellos y a muchos les sigue disparando mortalmente los dardos de
la desesperación o de la negligencia. Que hace a Dios autor del pecado y de la
injusticia, tirano e hipócrita, y que tal doctrina no es otra cosa sino un
extremismo renovado, maniqueísmo, libertinismo y fatalismo; que hace a los
hombres carnalmente descuidados al sugerirse a sí mismos por ella que a los
elegidos no puede perjudicarles en su salvación el cómo vivan, y por eso se
permiten cometer tranquilamente coda suerte de truhanerías horrorosas; que a
los que fueron reprobados no les puede servir de salvación el que, concediendo
que pudiera ser, hubiesen hecho verdaderamente todas las obras de los santos;
que con esta doctrina se enseña que Dios, por simple y puro antojo de Su
voluntad, y sin la inspección o crítica más mínima de pecado alguno, predestinó
y creó a la mayor parte de la humanidad para la condenación eterna; que la
reprobación es causa de la incredulidad e impiedad de igual manera que la
elección es fuente y causa de la fe y de las buenas obras; que muchos niños
inocentes son arrancados del pecho de las madres, y tiránicamente arrojados al
fuego infernal, de modo que ni la sangre de Cristo, ni el Bautismo, ni la
oración de la Iglesia en el día de su bautismo les pueden aprovechar; y muchas
otras cosas parecidas, que las Iglesias Reformadas no sólo no reconocen, sino
que también rechazan y detestan de todo corazón.
Por tanto, a cuantos
piadosamente invocan el nombre de nuestro Salvador Jesucristo, este Sínodo de
Dordrecht les pide en el nombre del Señor, que quieran juzgar de la fe de las
Iglesias Reformadas, no por las calumnias que se han desatado aquí y allá, y
tampoco por los juicios privados o solemnes de algunos pastores viejos o
jóvenes, que a veces son también fielmente citados con demasiada mala fe, o
pervertidos y torcidos en conceptos erróneos; si no de las confesiones públicas
de las Iglesias mismas, y de esta declaración de la doctrina ortodoxa que con
unánime concordancia de todos y cada uno de los miembros de este Sínodo general
se ha establecido.
A continuación, este Sínodo
amonesta a todos los consiervos en el Evangelio de Cristo para que al tratar de
esta doctrina, tanto en los colegios como en las iglesias, se comporten piadosa
y religiosamente; y que la encaminen de palabra y por escrito a la mayor gloria
de Dios, a la santidad de vida y al consuelo de los espíritus abatidos; que no
sólo sientan, sino que también hablen con las Sagradas Escrituras conforme a la
regla de la fe; y, finalmente, se abstengan de todas aquellas formas de hablar
que excedan los límites del recto sentido de las Escrituras, que nos han sido
expuestos, y que pudieran dar a los sofistas motivo justo para denigrar o
también para maldecir la doctrina de las Iglesias Reformadas.
El Hijo de Dios, Jesucristo,
que, sentado a la derecha de Su Padre, da dones a los hombres, nos santifique
en la verdad; traiga a la verdad a aquellos que han caído; tape su boca a los
detractores de la doctrina sana; y dote a los fieles siervos de Su Palabra con
el espíritu de sabiduría y de discernimiento, a fin de que todas sus razones
puedan prosperar para honor de Dios y para edificación de los creyentes. Amén.
Nota del transcriptor: las palabras y frases subrayadas son adiciones explicativas del transcriptor.
Transcrito y corregido por: Cesar Ángel - Evangelio Primitivo
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