La santísima Trinidad - Henry Van Balen 1620 |
13 nov 2018
LA PALABRA TRINIDAD
R. C. Sproul.
Tomado del Libro: El
Misterio del Espíritu Santo.
PARA AQUELLOS QUE DICEN QUE
NO ES UNA PALABRA BÍBLICA Y REPRESENTA LA INVASIÓN DE UNA FILOSOFÍA FORÁNEA EN
LA REVELACIÓN BÍBLICA.
Juan Calvino era
particularmente sensible frente a esta crítica. Respondiendo a quienes deseaban
restringir y confinar el lenguaje teológico a palabras extraídas de la
Escritura, Calvino escribió:
Si ellos llaman palabra
extraña a la que sílaba por sílaba y letra por letra no se encuentra en la
Escritura, ciertamente nos ponen en gran aprieto, pues con ello condenan todas
las predicaciones e interpretaciones que no están tomadas de la Escritura de
una manera plenamente textual. (Institución I/XIII/3)
Lo que Calvino y otros
teólogos han sostenido es que el punto en cuestión no es si una palabra
particular ha sido tomada de la Escritura, sino si el concepto es
bíblico. Podemos usar palabras no bíblicas en nuestras expresiones teológicas
siempre que comuniquen conceptos bíblicos.
Calvino estaba agudamente
consciente de las fortalezas y debilidades de todo lenguaje humano. Escribió:
Cuanto de Él pensamos, en
cuanto procede de nosotros mismos, no es más que locura, y todo cuanto
hablamos, vanidad. Con todo, algún medio hemos de tener, tomando de la
Escritura alguna regla a la cual se conformen todos nuestros pensamientos y
palabras. (I/XIII/3)
La prueba de nuestros
conceptos debe ser ésta: ¿Se derivan válidamente de la Escritura?
El cristianismo ortodoxo
afirma la incomprensibilidad de Dios. Con esto no pretendo decir que no podamos
saber nada acerca de Dios. Lo que Dios revela sobre sí mismo es comprensible
hasta un nivel adecuado. Sin embargo, hay una debilidad que es parte integral
de nuestra capacidad para captar las cosas de Dios. Ningún hombre puede
comprenderlo enteramente. Nuestro conocimiento de Él está lejos de ser
exhaustivo. Aun la revelación de sí mismo que recibimos a través de la
Escritura es una especie de acomodación divina a nuestras debilidades. Dios nos
habla en nuestro lenguaje humano. Nuevamente, Calvino comenta el frecuente uso
de formas humanas al que recurre la Biblia para describir a Dios.
Pues, ¿qué hombre con un
poco de entendimiento no comprende que Dios, por así decirlo, balbucea al
hablar con nosotros, como las nodrizas con sus niños para igualarse a ellos?
Por lo tanto, tales maneras de hablar no manifiestan en absoluto cómo es Dios
en sí, sino que se acomodan a nuestra rudeza, para darnos algún conocimiento de
Él; y esto la Escritura no puede hacerlo sin ponerse a nuestro nivel y, por lo
tanto, muy por debajo de la majestad de Dios. (I/XIII/1)
Hay razones obligatorias por
las cuales la iglesia usa un lenguaje extra bíblico para formular conceptos
bíblicos. Por un lado, la iglesia se ve forzada a hacerlo así porque los
herejes tuercen y distorsionan las palabras bíblicas con el fin de hacerlas
significar algo distinto a lo que la Biblia tuvo en su propósito. La
estratagema de los herejes ha sido siempre tratar de formular sus doctrinas en
lenguaje bíblico. Pablo advierte a los efesios con respecto a esto mismo:
Que nadie os engañe con
palabras vanas, pues por causa de estas cosas la ira de Dios viene sobre los
hijos de desobediencia. (Efesios 5:6)
Las “palabras vanas” con
respecto a las cuales escribe Pablo son palabras que han sido despojadas de su
significado, vaciadas de su contenido verdadero. Durante siglos, la iglesia ha
tenido que luchar contra semejante mal uso y abuso del lenguaje.
El propósito del lenguaje
teológico técnico es alcanzar una precisión de significado así como también
salvaguardar a la grey de las astutas y sutiles distorsiones doctrinales. Se ha
dicho que es imposible para cualquiera escribir un credo o confesión de fe lo
suficientemente hermético como para impedir que los inescrupulosos puedan
redefinir los términos con el fin de hacer lo que se les antoje.
Una táctica favorita de los
herejes es entrar en la consideración de sutilezas teológicas a partir de las
palabras. En cuanto a este problema referido a la confesión de la iglesia sobre
la Trinidad, Calvino escribe:
Tal novedad de palabras si
así se puede llamar¾ hay
que usarla principalmente cuando conviene mantener la verdad contra aquellos
que la calumnian y que, tergiversándola, vuelven lo de dentro afuera, lo cual
al presente vemos más de lo que quisiéramos, resultándonos difícil convencer a
los enemigos de la verdad, porque con su sabiduría carnal se deslizan como
sierpes de las manos, si no son apretados fuertemente. De esta manera los
Padres antiguos, preocupados por los ataques de las falsas doctrinas, se vieron
obligados a explicar con gran sencillez y familiaridad lo que sentían, a fin de
no dejar resquicio alguno por donde los impíos pudieran escapar, a los cuales
cualquier oscuridad de palabras les sirve de escondrijo donde ocultar sus
errores. (I/XIII/4)
Aquí llegamos al corazón del
asunto en lo histórico. Fue la crisis arriana del siglo cuarto lo que demostró
tan claramente la necesidad de formular con precisión la doctrina de la
Trinidad. La principal “serpiente escurridiza” de la controversia fue un
sacerdote llamado Arrio. Arrio confesaba que Cristo era “Dios” y el “Hijo de
Dios”. Sin embargo, bajo un escrutinio minucioso se observó que Arrio había redefinido
la palabra Dios en forma tal que llegó a ser un término
prácticamente vacío. La palabra Dios en el vocabulario de
Arrio era ambigua. Arrio insistía en que, pese a que Jesús era “Dios” gracias a
un proceso de adopción divina, era, no obstante, un ser creado (Si Dios deja
de significar Deidad eterna, entonces Dios pasa a
ser una palabra vacía). Una profesión de fe compuesta por Arrio afirmaba esto
claramente:
Reconocemos un solo Dios,
quien es el único no engendrado, el único eterno, y el único sin principio.2
La profesión continúa esto
con una larga lista de “únicos”, todos los cuales enfatizan el enfoque de Arrio
en cuanto a que el Hijo, o Verbo, está subordinado al Padre, el cual solo es el
Dios único. Dios deseaba crear el mundo, y engendró al Hijo con este propósito.
El Hijo es verdaderamente exaltado, pero aún es, como los seguidores de Arrio
jamás se cansaron de señalar, una ktisis, una criatura. Sin
embargo, dado que Arrio continuaba afirmando que “el Hijo es Dios”, los
creyentes serios fueron confundidos. De manera que los ortodoxos buscaron un
término preciso que indicara ¾sin
ambigüedad que el Hijo era divino y por lo tanto coeterno con el Padre
y de la misma sustancia que el Padre.
El término teológico con el
cual Arrio se atragantó fue una expresión extraída del lenguaje de la filosofía
griega. Se trataba del término homoousios. Nunca un solo término
teológico ha engendrado tanta controversia como homoousios (La
actual controversia con respecto a la palabra inerrancia en
relación con la Biblia podría demostrar ser tan dramática como las primeras
batallas en torno a homoousios).
El término homoousios significa
“misma sustancia” o “misma esencia”. Arrio estaba dispuesto a decir que Jesús
era Dios. Sin embargo, no estaba dispuesto a decir que Jesús era de la misma
esencia (homo significa “misma”, ousios significa
“sustancia”) que el Padre. El término homoousios fue la
horquilla teológica mediante la cual se clavó al suelo el escurridizo cuello de
Arrio.
No obstante, Arrio estaba
dispuesto a usar el término homoiousios en lugar de homoousios.
Nótese la i que va detrás de homo. En este punto,
la controversia empieza a dirigirse no solamente a una palabra, sino a una sola
letra. La sutil pero crucial diferencia entre el término griego homoi y homo es
la diferencia que hay entre las palabras semejante (o similar) e igual. Homoiousios significa
“esencia semejante o similar”, mientras homoousios significa
“misma esencia”.
Arrio apeló a un veredicto
anterior de la historia de la iglesia en que Sabelio, otro hereje, fue
condenado por usar el término homoousios. Sabelio y sus seguidores
habían sido condenados por decir que Jesús era de la misma esencia (homoousios)
que el Padre, de modo que la iglesia había insistido en el término homoiousios.
La trama se complica. Todo
este debate puede llegar a ser muy desconcertante cuando vemos que la iglesia
dio una media vuelta con respecto a los términos que permitía y los que
condenaba.
La razón por la cual Sabelio
había sido condenado por usar homoousios era que él quería
decir algo completamente diferente a lo que la iglesia del siglo cuarto
pretendía decir a través de ello. La enseñanza de Sabelio estaba cargada de
conceptos gnósticos. El gnosticismo fue una de las herejías más tempranamente
surgidas y a la vez una de las más virulentas que la iglesia cristiana
primitiva se vio forzada a combatir. Una de sus doctrinas principales consistía
en un enfoque modalista de Dios.
En el modalismo gnóstico, el
universo no era visto como una creación hecha por Dios al exterior de sí mismo.
En lugar de eso, la creación y todas las cosas que hay en ella eran vistas como
una especie de extensión del propio ser de Dios. Toda la realidad creada sería
una especie de emanación que fluye del centro del ser de Dios. Mientras más
lejos del centro fluyen las emanaciones, menos perfecta llega a ser la
realidad. El espíritu y la mente están más cerca del centro, la materia
viviente está más lejos, y la materia inerte (cosas inorgánicas tales como los
minerales) es la más lejana al centro. Sin embargo, todo lo que es viene a ser
un modo del ser de Dios y participa de su esencia.
Sabelio decía que el Hijo
era homoousios con Dios pero no era Dios. Se trataba de una
emanación muy cercana proveniente de Dios, pero aun así distante del centro de
la esencia Divina. Su analogía era esta: Jesús era al Padre lo que los rayos
del sol son al sol. Los rayos del sol son de la misma esencia que el sol. Son
irradiados por el sol, pero no son el sol mismo.
El concepto de homoousios que
sostenía Sabelio fue, de esta manera, condenado, y la iglesia usó el
término homoiousios en su lugar. La razón tras la elección de
esta palabra es clara. Sabelio usó homoousios para enseñar
una disimilitud entre Dios y Jesús. Por lo tanto, la iglesia
escogió el término homoiousios (“esencia semejante”) para
declarar su fe en la similitud entre Dios y Jesús.
Arrio invirtió la situación.
Usó el término homoi-ousios para enfatizar la disimilitud entre
Jesús y Dios. Quiso decir que, aunque Jesús era verdaderamente como Dios,
no era coesencial con Dios. La iglesia del siglo cuarto respondió a Arrio con
un resonante “¡No!” El cambio de términos indicaba que la iglesia estaba
insistiendo en que Jesús no es meramente como Dios, sino que
Él es Dios. Él es homoousios (de la misma
esencia, coesencial) con Dios, aunque no en el sentido gnóstico.
La controversia arriana no
fue una tormenta en un vaso de agua ni un juego teológico de boxeo contra una
sombra. Lo que estaba en juego aquí era la confesión de la iglesia en cuanto a
la deidad total de Jesús y del Espíritu Santo. Se requirió una enorme crisis
para provocar a la iglesia a cambiar su preferencia de lenguaje teológico. La
herejía sabeliana había menguado, y la nueva amenaza del arrianismo fue juzgada
tan severamente que justificó el uso del reconocidamente peligroso
término homoousios para combatirla.
Aunque la iglesia cambió su
elección de términos para expresar la deidad de Cristo y del Espíritu Santo, el
concepto de la iglesia no cambió. Tanto en la controversia sabeliana como en la
arriana, la iglesia estaba usando todas las herramientas lingüísticas a su
disposición para asegurar una adherencia al concepto bíblico de la Trinidad.
Lejos de buscar circundar o ir más allá de la Escritura, la iglesia estaba
buscando proteger el concepto bíblico frente a quienes podrían socavarlo
mediante el uso de ambigüedades ingeniosas.
El fruto de la controversia
arriana fue el Credo Niceno, que afirmó la coesencialidad de la Divinidad y
dijo que Jesús era “engendrado, no hecho” para desconocer cualquier insinuación
de criatureidad en la Segunda Persona de la Divinidad.
El himno de la iglesia
conocido como Gloria Patri fue también un fruto de la controversia.
El Gloria Patri funcionó como un “canto de guerra” trinitario.
Los arrianos hicieron circular cantos despectivos y obscenos como parte de su
propaganda contra los trinitarios. En respuesta, los trinitarios cantaron, en
un solo espíritu, estas palabras:
Gloria sea al Padre,
Y al Hijo,
Y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
Es ahora y será siempre,
Por los siglos de los
siglos.
Amén.
Aquí, la Trinidad es
confesada en el canto mediante la adscripción de un atributo divino la gloria a
cada una de las tres personas de la Divinidad. Al mismo tiempo, se confiesa la
eternidad de cada una de las tres personas de la Trinidad.
Vemos entonces que el
término Trinidad no surgió porque la iglesia estuviera
entregándose a la especulación filosófica vana o estuviera jugando
innecesariamente con conceptos griegos. Como insistió Calvino, la iglesia
estuvo forzada a emplear dicha terminología por causa de los herejes que
estaban corrompiendo la revelación bíblica concerniente a la Divinidad.
Hoy arde furiosamente el
mismo tipo de controversia con respecto a la naturaleza de la propia Escritura.
Aquellos que niegan la inspiración total y el carácter revelatorio de la Biblia
no vacilarán en referirse a ésta como “la Palabra de Dios” o incluso como “infalible”,
sin embargo, se atragantarán con el término teológico inerrancia.
Si en verdad la Biblia es la Palabra de Dios, infalible e inspirada, ¿por qué
alguien debería retroceder ante la palabra inerrante? ¿Puede algo
que es errante ser la Palabra de Dios? ¿Es que Dios inspira error? ¿Puede
realmente fallar algo que es infalible?
J. I. Packer, un abierto
defensor de la inerrancia, dice que la palabra inerrancia es
un Shibolet. Así como la difícilmente pronunciable palabra Shibolet actuaba
como una contraseña para distinguir entre los verdaderos israelitas y los
espías (ver Jueces 12:6), el término inerrancia funciona de
modo similar. Cuando se sugiere la palabra para afirmar la total veracidad de
la Escritura, los perros comienzan a ladrar. Sin duda, la palabra inerrancia,
así como la palabra Trinidad, es susceptible ante las distorsiones
y los malentendidos. No obstante, funciona bien como una salvaguarda frente a
quienes no tienen escrúpulos contra el uso de palabras vanas.
Fuente: Sitio web Teología Reformada
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