Entonces
Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, y tome su cruz, y sígame (Mateo 16:24)
"Porque
todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por
causa de mí, la hallará" (Mateo 16:25).
En esta época un gran número
de personas entiende la "cruz" como una carga que están llevando en sus
vidas: una relación tormentosa, un trabajo pesado, una enfermedad física, un hijo
drogadicto o discapacitado. Inclusive se muestran orgullosos de lo “valientes”
y “pacientes” que son al soportar dicha “carga” y esperan admiración de los demás
al decir con autocompasión: "Esta es la cruz que me toco". Esta
manera de interpretar “la cruz” no es la que nuestro Señor le dio cuando dijo, "niéguese
a sí mismo, tome su cruz y sígame".
Cuando Jesús llevó su cruz
hasta la cima del Gólgota en el día de su crucifixión, ninguna persona lo veía
cargando la cruz como representación de una carga que tenía que llevar. En el
primer siglo, la gente tenía claro que la cruz significaba una sola cosa: la forma
más humillante y dolorosa de morir para un ser humano.
Han pasado dos mil años y los
cristianos vemos la cruz como el más grande sacrificio de Jesús por nosotros
lleno de Gracia, amor y perdón.
Obligados por los romanos, los
condenados llevaban sus propias cruces al sitio de la ejecución. Para la gente
de la época de Jesús, esto era una pena, además de la muerte, la humillación y la
tortura.
En este sentido, la frase
bíblica "tome su cruz y sígame" significa estar
dispuesto a la humillación, la tortura, y muchas cosas más, incluida la muerte,
por seguir a Cristo.
De esta manera “morimos a
nosotros mismos”. Jesús nos llama a una entrega total. Luego de la orden de Jesús
de llevar la cruz, dijo:
"Porque
todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por
causa de mí, éste la salvará. Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el
mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?"
(Lucas 9:24-25; Mateo 16:26; Marcos 8:35-36).
Y aunque el llamado lo veamos difícil
de cumplir, la recompensa por ello es maravillosa.
Los judíos no tenían nada
claro quién era el Cristo y que iba a hacer.
Esperaban que Jesús restaurara
el Reino. Que derrotará a los romanos y se estableciera como su rey. Al fin y
al cabo, tenían anunciado que del linaje de David vendría el Mesías y pensaban
que este sería un guerrero más poderoso que el mismo David. De hecho, los
mismos discípulos de Jesús, creían que el reino de Dios se establecería con
prontitud (Lucas 19:11).
Por ello, al Jesús enseñar que
iba a morir a manos de los líderes judíos y los romanos (Lucas 9:22), se hizo
impopular, hasta el punto de perder seguidores que lo abandonaban aterrados.
La verdad, no tuvieron la
capacidad de remplazar sus equivocadas ideas y deseos por los de Jesús.
Es fácil seguir a Jesús cuando
las cosas en nuestra vida marchan bien. Demostramos un compromiso genuino cuando
seguimos tras de Él en medio de las tribulaciones.
Jesús nos enseñó que habría
pruebas para quien lo siguiera (Juan 16:33). Ser discípulo de Cristo demanda
sacrificio. Jesús en lugar de ocultar este precio nos lo mostro claramente.
Veamos Lucas 9:57-62:
Yendo ellos, uno le
dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que vayas. 58 y
le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; más
el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. 59 Y
dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a
mi padre. 60 Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren
a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios. 61 Entonces
también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los
que están en mi casa. 62 Y Jesús le dijo: Ninguno que
poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.
En este pasaje, la Escritura
nos muestra tres casos de personas aparentemente dispuestas a seguir a Jesús. Sin
embargo, cuando Jesús indagó a cada uno, no mostraron un verdadero compromiso su
compromiso y terminaron fallando pues no estaban a la altura de los costos de seguirlo.
Estos no tenían disposición de tomar su propia cruz y abandonar sus propios deseos
y expectativas. Jesús, por supuesto, los persuade.
Que diferencia entre este
pedido de Jesús, que representa una manera de presentar el evangelio y la forma
actual del famoso llamado al altar en los cultos contemporáneos.
¿Es posible que el día de hoy
hubiese alguien que acatará a conciencia un llamado al altar que le exhortará a
seguir a Jesús, y que por ello fuera abandonado por su familia o sus amigos,
que se afectara su carrera o profesión, que su imagen en la sociedad se
deteriorara y, que pudiese sufrir fuerte tribulación o muerte? Se reducirían,
casi por completo, los falsos convertidos. Un llamado al altar así, es lo que representa,
la verdadera exhortación de Jesús al decir "tome su cruz y sígame".
Si deseas confirmarte a ti
mismo que estás dispuesto a tomar tu cruz, entonces pregúntate:
Estoy dispuesto a seguir a
Jesús, así sea que esto represente ser abandonado por mi familia o mis amigos,
que se afecte mi carrera o profesión, que mi imagen en la sociedad se deteriore
y, ¿que pudiese sufrir tribulación o muerte?
Hay países en el mundo, en los
que a muchos cristianos les toca de verdad colocar en riesgo hasta su vida, además
de su profesión o abandono de amigos y familia.
Aunque en nuestras sociedades
latinas, el seguir a Cristo, no implica necesariamente que nos sucedan todas
estas adversidades, SÍ debemos, genuinamente estar dispuestos a tomar la cruz y
esto debe necesariamente estar dispuestos a dar la vida por Jesús.
Eres discípulo cuando de forma
voluntaria tomas tu cruz (Lucas 14:27). El galardón celestial lo vale.
Cesar Angel
Puede hacer uso de este escrito, citando el autor y la página “Evangelio Primitivo”
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