3 nov 2017
Porque necesitamos una confesión de FE?
¿Acaso no es suficiente decir
“Yo creo en la Biblia”? ¿Por qué necesitamos una confesión de fe?
Es necesaria para promover la
unidad de la iglesia.
Como bien señala Douglas
MacMillan: “La unidad no comienza a nivel de estructura y de organización. Esta
comienza más bien, con un compromiso de corazón a la verdad revelada por
Cristo”.
¿Cuándo podemos decir que una
iglesia está unificada? Cuando todos los miembros que la componen tienen un
compromiso de corazón a la verdad revelada por Cristo. ¿Por qué? Porque es la
verdad la que nos une. “¿Andarán dos juntos si no están de acuerdo?”, pregunta
el profeta Amós (3:3); la respuesta obvia es: ¡Por supuesto que no!
No podemos tener unidad con
personas que niegan la inspiración de la Escritura, o la divinidad de Cristo, o
la salvación por la fe. La verdad es esencial para que haya unidad. Por tanto,
es necesario para promover la unidad que podamos declarar en una forma precisa
y ordenada, qué nosotros creemos que la Biblia enseña acerca de los temas más
importantes. Decir “yo creo en la Biblia” no es suficiente.
Un escritor afirmó en una
ocasión lo siguiente: “Para arribar a la verdad debemos deshacernos de los prejuicios
religiosos. Debemos dejar que sea Dios quien hable. Nuestra apelación es a la
Biblia para obtener la verdad”.
Esa frase suena bien, y no
tiene nada de malo en sí misma; sin embargo, esta declaración aparece en el
libro “Sea Dios Veraz” de los Testigos de Jehová. Cuando preguntamos a un
miembro de esta secta herética: ¿Qué tú crees acerca de Jesucristo, o del
infierno, o de la salvación? Entonces veremos que él no cree lo que nosotros
creemos.
Cuando en el siglo IV surgió
la enseñanza de Arrio negando la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, fue
necesario que la iglesia redactara un documento sobre su posición al respecto.
Y así surgió el famoso credo Niceno. En ese sentido las herejías que surgieron
al principio de la historia de la iglesia obraron para bien, porque obligaron a
la iglesia a definir lo que ellos creían.
Permítanme ilustrarlo con esta
historia que escuché hace unos años. Supongamos que un individuo ha comprado
una casa en un sitio muy seguro, tan seguro que él ha decidido no ponerle verjas
alrededor de su terreno. Pero un día alguien compra el terreno colindante, y
ahora dice que hay un metro de su terreno que en realidad no le pertenece. ¿Qué
debe hacer el individuo de nuestra historia? Ir a Catastro, buscar su título de
propiedad y establecer claramente los límites de su terreno.
Algo similar ocurrió con la
iglesia primitiva. Ellos creían en la inspiración de las Escrituras, y que
Cristo era Dios hecho hombre. Pero no se molestaron en definir con precisión
estas doctrinas hasta que se sintieron amenazados por las herejías.
Una iglesia puede tener una
estructura externa unificada, pero si los miembros que están en ella mantienen
opiniones distintas respecto a los asuntos esenciales de la fe cristiana, tal
iglesia en realidad está dividida.
Es necesaria para la
proclamación y defensa de la Verdad.
La Escritura nos dice que la
iglesia tiene la responsabilidad de proclamar y defender la verdad (1Tim.
3:14-15). Y para ello es necesario que defina con precisión lo que cree acerca
de las doctrinas más importantes. Por eso Pablo encomendó a Timoteo: “retén la
forma (la palabra griega significa 'boceto', 'prototipo'; Calvino dice que
significa adherirse a la doctrina aprendida, no solo en sustancia, sino también
en forma) de las sanas palabras que de mí oíste...” (2Tim. 1:13; comp. Judas 3;
Fil. 1:27).
La confesión de fe es una
declaración pública acerca de nuestra fe. De ese modo los demás pueden saber
dónde estamos, y nosotros podemos saber dónde están ellos.
Es necesaria para el
mantenimiento del orden en la iglesia.
¿Cómo podremos mantener el
orden dentro de la iglesia si no podemos definir lo que creemos? Una persona
puede venir a nosotros, y afirmar que desea ser miembro de nuestra iglesia.
Pero, ¿cómo podemos juzgar si la fe de esa persona es de acuerdo a la nuestra
si no poseemos ninguna declaración escrita de nuestras doctrinas?
O ¿cómo podría esa persona
juzgar si nuestra iglesia es doctrinalmente apropiada para ella si no podemos
declarar en una forma precisa y ordenada qué es lo que nosotros creemos?
Hablar acerca del amor y la
unidad suena políticamente correcto, pero ¿cómo podríamos trabajar juntamente
con personas que niegan la soberanía de Dios en la salvación? ¿O con
pelagianos, que niegan la total depravación del hombre? ¿O con unitarios, que
niegan la trinidad? ¿Cómo puede una iglesia caminar hacia una misma meta, o
tener una misma mente y un mismo corazón cuando los miembros están divididos en
cuanto a aspectos tan esenciales de la fe? (comp. 1Cor. 1:10).
Como alguien dijo una vez:
“Una iglesia que carezca de una confesión de fe tiene algo así como un SIDA
teológico”. Una iglesia que no posea una confesión de fe doctrinal tiene un
síndrome de inmunodeficiencia teológica. No podrá luchar contra todos los
errores que nos circundan.
Escuchen las palabras de Pablo
en Rom. 16:17: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan
divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido,
y que os apartéis de ellos”. Pero ¿cómo podremos nosotros cumplir ese mandato
si no tenemos una idea clara y precisa de lo que creemos?
Es necesaria para evaluar a
los ministros de la Palabra.
La Escritura nos dice que los
ministros de la Palabra deben ser fieles a la enseñanza apostólica (comp. 2Tim.
2:2; 3:10; Tito 1:9). También se nos manda evaluar la sanidad de los maestros
que vienen a nosotros (1Jn. 4). Es una irresponsabilidad que un pastor permita
que un hombre enseñe a su congregación si no está seguro de lo que ese hombre
va a predicar a la iglesia.
Pero si nosotros no sabemos lo
que creemos, ¿cómo podremos evaluar al que nos va a traer la Palabra? ¿Cómo
podemos estar seguros que ese hombre no va a decir algo en el púlpito que
afecte la vida y el alma de nuestros hermanos?
El Señor alabó a la iglesia de
Éfeso por el cuidado que tenían en ese sentido (Ap. 2:2). Esta iglesia no
dejaba que cualquier persona enseñara. Y nuestro Señor vio ese cuidado con
buenos ojos.
Es necesaria para darnos un
sentido de continuidad histórica.
¿Cómo podremos saber si
nosotros no somos una especie de anomalía histórica? Nuestra confesión de fe
fue escrita hace más de 300 años, y ésta a su vez es el testimonio general que
la iglesia de Cristo ha mantenido durante todos los siglos que nos han
precedido como una sana expresión de la fe.
La Iglesia de Cristo tiene 20
siglos de historia y nosotros no podemos desligarnos de ese pasado. Hay dos
características primordiales que distinguen a una secta: hacen hincapié en
algunos puntos distintivos por encima de todo el consejo de Dios; y en segundo
lugar, claman ser los descubridores de una verdad que la Iglesia nunca había
visto en el pasado.
Por eso las sectas son
alérgicas al estudio de la historia de la Iglesia y a las Confesiones de Fe
históricas. Debemos sospechar de todo ministerio que clame haber descubierto
algo que nadie vio en 20 siglos de cristianismo.
No es que una doctrina tiene
que ser verdadera por ser antigua. No. Una doctrina es verdadera sólo si es la
enseñanza de la infalible Palabra de Dios. Pero debemos tomar en consideración
que el Espíritu Santo no comenzó a guiar a los cristianos en el siglo XX.
Tenemos un largo pasado que debemos conocer.
Eso de ningún modo elimina la
necesidad de nuestro propio quehacer teológico, porque es indudable que la
Iglesia de cada generación tiene que enfrentar sus propias luchas y retos. Pero
al hacerlo, debemos cuidarnos de no echar por la borda la labor de 20 siglos de
historia.
Pastor Sugel Michelen
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