"La Dirce cristiana" (1897), óleo de Henryk Siemiradzki |
3 dic 2015
Carta a Diogneto
La presente obra constituye una hermosa y elocuente defensa de la fe
cristiana hecha por un desconocido apologista frente a las persecuciones de
las que eran objeto los cristianos por parte de romanos, judíos y griegos.
El anónimo autor de este tratado, compuesto seguramente a finales del
siglo II, se ve enfrentado, seguramente a requerimientos de autoridades
romanas, posiblemente el emperador mismo. Y va respondiendo a estos en un
tono más de exhortación espiritual y de instrucción que de polémica o
argumentación. Literariamente es, sin duda, la obra más bella y mejor compuesta
de la literatura apologética: sus formulaciones acerca de la postura de los
cristianos en el mundo o del sentido de la salvación ofrecida por Cristo son de
una justeza y una penetración admirables.
Veamos el texto completo:
Discurso a Diogneto
I. Como veo, muy excelente
Diogneto, que tienes gran interés en comprender la religión de los cristianos,
y que tus preguntas respecto a los mismos son hechas de modo preciso y
cuidadoso, sobre el Dios en quien confían y cómo le adoran, y que no tienen en
consideración el mundo y desprecian la muerte, y no hacen el menor caso de los
que son tenidos por dioses por los griegos, ni observan la superstición de los
judíos, y en cuanto a la naturaleza del afecto que se tienen los unos por los
otros, y de este nuevo desarrollo o interés, que ha entrado en las vidas de los
hombres ahora, y no antes: te doy el parabién por este celo, y pido a Dios, que
nos proporciona tanto el hablar como el oír, que a mí me sea concedido el
hablar de tal forma que tú puedas ser hecho mejor por el oír, y a ti que puedas
escuchar de modo que el que habla no se vea decepcionado.
II. Así pues, despréndete de
todas las opiniones preconcebidas que ocupan tu mente, y descarta el hábito que
te extravía, y pasa a ser un nuevo hombre, por así decirlo, desde el principio,
como uno que escucha una historia nueva, tal como tú has dicho de ti mismo.
Mira no sólo con tus ojos, sino con tu intelecto también, de qué sustancia o de
qué forma resultan ser estos a quienes llamáis dioses y a los que consideráis
como tales. ¿No es uno de ellos de piedra, como la que hollamos bajo los pies,
y otro de bronce, no mejor que las vasijas que se forjan para ser usadas, y
otro de madera, que ya empieza a ser presa de la carcoma, y otro de plata, que
necesita que alguien lo guarde para que no lo roben, y otro de hierro, corroído
por la herrumbre, y otro de arcilla, material no mejor que el que se utiliza
para cubrir los servicios menos honrosos? ¿No son de materia perecedera? ¿No
están forjados con hierro y fuego? ¿No hizo uno el escultor, y otro el fundidor
de bronce, y otro el platero, y el alfarero otro? Antes de darles esta forma la
destreza de estos varios artesanos, ¿no le habría sido posible a cada uno de
ellos cambiarles la forma y hacer que resultaran utensilios diversos? ¿No sería
posible que las que ahora son vasijas hechas del mismo material, puestas en las
manos de los mismos artífices, llegaran a ser como ellos? ¿No podrían estas
cosas que ahora tú adoras ser hechas de nuevo vasijas como las demás por medio de
manos de hombre? ¿No son todos ellos sordos y ciegos, no son sin alma, sin
sentido, sin movimiento? ¿No se corroen y pudren todos ellos? A estas cosas
llamáis dioses, de ellas sois esclavos, y las adoráis; y acabáis siendo lo
mismo que ellos. Y por ello aborrecéis a los cristianos, porque no consideran
que éstos sean dioses. Porque, ¿no los despreciáis mucho más vosotros, que en
un momento dado les tenéis respeto y los adoráis? ¿No os mofáis de ellos y los
insultáis en realidad, adorando a los que son de piedra y arcilla sin
protegerlos, pero encerrando a los que son de plata y oro durante la noche, y
poniendo guardas sobre ellos de día, para impedir que os los roben? Y, por lo
que se refiere a los honores que creéis que les ofrecéis, si son sensibles a ellos,
más bien los castigáis con ello, en tanto que si son insensibles les reprocháis
al propiciarles con la sangre y sebo de las víctimas. Que se someta uno de
vosotros a este tratamiento, y que sufra las cosas que se le hacen a él. Sí, ni
un solo individuo se someterá de buen grado a un castigo así, puesto que tiene
sensibilidad y razón; pero una piedra se somete, porque es insensible. Por
tanto, desmentís su sensibilidad. Bien; podría decir mucho más respecto a que
los cristianos no son esclavos de dioses así; pero aunque alguno crea que lo
que ya he dicho no es suficiente, me parece que es superfluo decir más.
III. Luego, me imagino que
estás principalmente deseoso de oír acerca del hecho de que no practican su
religión de la misma manera que los judíos. Los judíos, pues, en cuanto se
abstienen del modo de culto antes descrito, hacen bien exigiendo reverencia a
un Dios del universo y al considerarle como Señor, pero en cuanto le ofrecen
este culto con métodos similares a los ya descritos, están por completo en el
error. Porque en tanto que los griegos, al ofrecer estas cosas a imágenes
insensibles y sordas, hacen una ostentación de necedad, los judíos,
considerando que están ofreciéndoles a Dios, como si El estuviera en necesidad
de ellas, deberían en razón considerarlo locura y no adoración religiosa.
Porque el que hizo los cielos y la tierra y todas las cosas que hay en ellos, y
nos proporciona todo lo que necesitamos, no puede Él mismo
necesitar ninguna de estas cosas que El mismo proporciona a aquellos que se
imaginan que están dándoselas a Él. Pero los que creen que le ofrecen
sacrificios con sangre y sebo y holocaustos, y le honran con estos honores, me
parece a mí que no son en nada distintos de los que muestran el mismo respeto
hacia las imágenes sordas; porque los de una clase creen apropiado hacer
ofrendas a cosas incapaces de participar en el honor, la otra clase a uno que
no tiene necesidad de nada.
IV. Pero, además, sus
escrúpulos con respecto a las carnes, y su superstición con referencia al sábado
y la vanidad de su circuncisión y el disimulo de sus ayunos y lunas nuevas, yo
[no] creo que sea necesario que tú aprendas a través de mí que son ridículas e
indignas de consideración alguna. Porque, ¿no es impío el aceptar algunas de
las cosas creadas por Dios para el uso del hombre como bien creadas, pero
rehusar otras como inútiles y superfluas? Y, además, el mentir contra Dios,
como si Él nos prohibiera hacer ningún bien en el día de sábado, ¿no es esto
blasfemo? Además, el alabarse de la mutilación de la carne como una muestra de
elección, como si por esta razón fueran particularmente amados por Dios, ¿no es
esto ridículo? Y en cuanto a observar las estrellas y la luna, y guardar la
observancia de meses y de días, y distinguir la ordenación de Dios y los
cambios de las estaciones según sus propios impulsos, haciendo algunas festivas
y otras períodos de luto y lamentación, ¿quién podría considerar esto como una
exhibición de piedad y no mucho más de necedad? El que los cristianos tengan
razón, por tanto, manteniéndose al margen de la insensatez y error común de los
judíos, y de su excesiva meticulosidad y orgullo, considero que es algo en que
ya estás suficientemente instruido; pero, en lo que respecta al misterio de su
propia religión, no espero que puedas ser instruido por ningún hombre.
V. Porque los cristianos no
se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni
en las costumbres. Porque no residen en alguna parte en ciudades suyas propias,
ni usan una lengua distinta, ni practican alguna clase de vida extraordinaria.
Ni tampoco poseen ninguna invención descubierta por la inteligencia o estudio
de hombres ingeniosos, ni son maestros de algún dogma humano como son algunos.
Pero si bien residen en ciudades de griegos y bárbaros, según ha dispuesto la
suerte de cada uno, y siguen las costumbres nativas en cuanto a alimento,
vestido y otros arreglos de la vida, pese a todo, la constitución de su propia
ciudadanía, que ellos nos muestran, es maravillosa (paradójica), y
evidentemente desmiente lo que podría esperarse. Residen en sus propios países,
pero sólo como transeúntes; comparten lo que les corresponde en todas las cosas
como ciudadanos, y soportan todas las opresiones como los forasteros. Todo país
extranjero les es patria, y toda patria les es extraña. Se casan como todos y
engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no
lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra,
pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero
con su propia vida superan las leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se
los desconoce, y con todo se los condena. Son llevados a la muerte, y con ello
reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos (2 Cor 06: 10). Les falta
todo, pero les sobra todo. Son deshonrados, pero se glorían en la misma
deshonra. Son calumniados, y en ello son justificados. «Se los insulta, y ellos
bendicen» (1 Cor 4: 22). Se los injuria, y ellos dan honor. Hacen el bien, y
son castigados como malvados. Ante la pena de muerte, se alegran como si se les
diera la vida. Los judíos les declaran guerra como a extranjeros y los griegos
les persiguen, pero los mismos que les odian no pueden decir los motivos de su
odio.
VI. Para decirlo con
brevedad, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo.
El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos lo
están por todas las ciudades del mundo. El alma habita ciertamente en el
cuerpo, pero no es del cuerpo, y los cristianos habitan también en el mundo,
pero no son del mundo. El alma invisible está en la prisión del cuerpo visible,
y los cristianos son conocidos como hombres que viven en el mundo, pero su
religión permanece invisible. La carne aborrece y hace la guerra al alma, aun
cuando ningún mal ha recibido de ella, sólo porque le impide entregarse a los
placeres; y el mundo aborrece a los cristianos sin haber recibido mal alguno de
ellos, sólo porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los
miembros que la odian, y los cristianos aman también a los que les odian. El
alma está aprisionada en el cuerpo, pero es la que mantiene la cohesión del
cuerpo; y los cristianos están detenidos en el mundo como en una prisión, pero son
los que mantienen la cohesión del mundo. El alma inmortal habita en una tienda
mortal, y los cristianos tienen su alojamiento en lo corruptible mientras
esperan la inmortalidad en los cielos. El alma se mejora con los malos tratos
en comidas y bebidas, y los cristianos, castigados de muerte todos los días, no
hacen sino aumentar: tal es la responsabilidad que Dios les ha señalado, de la
que no sería licito para ellos desertar.
VII. Porque, lo que ellos
tienen por tradición no es invención humana: si se tratara de una teoría de
mortales, no valdría la pena una observancia tan exacta. No es la
administración de misterios humanos lo que se les ha confiado. Por el
contrario, el que es verdaderamente omnipotente, creador de todas las cosas y
Dios invisible, él mismo hizo venir de los cielos su Verdad y su Palabra santa
e incomprensible, haciéndola morar entre los hombres y estableciéndola
sólidamente en sus corazones. No envió a los hombres, como tal vez alguno
pudiera imaginar, a un servidor suyo, algún ángel o potestad de las que
administran las cosas terrenas o alguno de los que tienen encomendada la
administración de los cielos, sino al mismo artífice y creador del universo, el
que hizo los cielos, aquel por quien encerró el mar en sus propios límites,
aquel cuyo misterio guardan fielmente todos los elementos, de quien el sol
recibió la medida que ha de guardar en su diaria carrera, a quien obedece la
luna cuando le manda brillar en la noche, a quien obedecen las estrellas que
son el séquito de la luna en su carrera; aquel por quien todo fue ordenado,
delimitado y sometido: los cielos y lo que en ellos se contiene, la tierra y
cuanto en la tierra existe, el mar y lo que en el mar se encierra, el fuego. El
aire, el abismo, lo que está en lo alto, lo que está en lo profundo y lo que
está en medio. A éste envió Dios a los hombres. Ahora bien, ¿lo envió, como
alguno de los hombres podría pensar, para ejercer una tiranía y para infundir
terror y espanto? Ciertamente no, sino que lo envió con bondad y mansedumbre,
como un rey que envía a su hijo rey, como hombre lo envió a los hombres, como
salvador, para persuadir, no para violentar, ya que no se da en Dios la
violencia. Lo envió para invitar, no para perseguir; para amar, no para juzgar.
Ya llegará el día en que lo envíe para juzgar, y entonces ¿quién será capaz de
soportar su presencia?...
VIII. Porque, ¿qué hombre
tenía algún conocimiento de lo que Dios es, antes de que Él viniera? ¿O aceptas
tú las afirmaciones vacías y sin sentido de los filósofos presuntuosos, de los
cuales, algunos dijeron que Dios era fuego (invocan como Dios a aquello a lo
cual irán ellos mismos), y otros agua, y otros algún otro de los elementos que
fueron creados por Dios? Y, pese a todo, si alguna de estas afirmaciones es
digna de aceptación, cualquier otra cosa creada podría lo mismo ser hecha Dios.
Sí, todo esto es charlatanería y engaño de los magos; y ningún hombre ha visto
o reconocido a Dios, sino que Él se ha revelado a sí mismo. Y Él se reveló (a
sí mismo) por fe, sólo por la cual es dado el ver a Dios. Porque Dios, el Señor
y Creador del universo, que hizo todas las cosas y las puso en orden, demostró
no sólo que era propicio al hombre, sino también paciente. Y así lo ha sido
siempre, y lo es, y lo será, bondadoso y bueno y justo y verdadero, y El sólo
es bueno. Y habiendo concebido un plan grande e inefable, lo comunicó sólo a su
Hijo. Porque en tanto que Él había mantenido y guardado este plan sabio como un
misterio, parecía descuidarnos y no tener interés en nosotros. Pero cuando Él
lo reveló por medio de su amado Hijo, y manifestó el propósito que había
preparado desde el principio, Él nos dio todos estos dones a la vez,
participación en sus beneficios y vista y entendimiento de (misterios) que
ninguno de nosotros habría podido esperar.
IX. Habiéndolo, pues,
planeado ya todo en su mente con su Hijo, permitió durante el tiempo antiguo
que fuéramos arrastrados por impulsos desordenados según deseábamos,
descarriados por placeres y concupiscencias, no porque Él se deleitara en
nuestros pecados en absoluto, sino porque Él tenía paciencia con nosotros; no
porque aprobara este período pasado de iniquidad, sino porque Él estaba creando
la presente sazón de justicia, para que, redargüidos del tiempo pasado por
nuestros propios actos como indignos de vida, pudiéramos ahora ser hechos
merecedores de la bondad de Dios, y habiendo dejado establecida nuestra
incapacidad para entrar en el reino de Dios por nuestra cuenta, hacerlo posible
por la capacidad de Dios. Y cuando nuestra iniquidad había sido colmada
plenamente, y se había hecho perfectamente manifiesto que el castigo y la
muerte eran de esperar como su recompensa, y hubo llegado la sazón que Dios
había ordenado, cuando a partir de entonces Él manifestaría su bondad y poder
(oh la bondad y amor de Dios sobremanera grande), Él no nos aborreció, ni nos
rechazó, ni nos guardó rencor, sino que fue longánimo y paciente, y por
compasión hacia nosotros tomó sobre sí nuestros pecados, y El mismo se separó
de su propio Hijo como rescate por nosotros, el santo por el transgresor, el
inocente por el malo, el justo por los injustos, lo
incorruptible por lo corruptible, lo inmortal por lo mortal. Porque, ¿qué otra
cosa aparte de su justicia podía cubrir nuestros pecados? ¿En quién era posible
que nosotros, impíos y libertinos, fuéramos justificados, salvo en el Hijo de
Dios? ¡Oh dulce intercambio, oh creación inescrutable, oh beneficios
inesperados; que la iniquidad de muchos fuera escondida en un Justo, y la
justicia de uno justificara a muchos que eran inicuos! Habiéndose, pues, en el
tiempo antiguo demostrado la incapacidad de nuestra naturaleza para obtener
vida, y habiéndose ahora revelado un Salvador poderoso para salvar incluso a
las criaturas que no tienen capacidad para ello, Él quiso que, por las dos
razones, nosotros creyéramos en su bondad y le consideráramos como cuidador,
padre, maestro, consejero, médico, mente, luz, honor, gloria, fuerza y vida.
X. Si deseas poseer esta fe,
has de recibir primero un conocimiento pleno del Padre. Porque Dios amó
a los hombres, por amor a los cuales había hecho el mundo, a
los cuales sometió todas las cosas que hay en la tierra, a los cuales dio razón
y mente, a los cuales solamente permitió que levantaran los ojos al cielo, a
quienes creó según su propia imagen, a quienes envió a su Hijo unigénito, a
quienes Él prometió el reino que hay en el cielo, y lo dará a los que le hayan
amado. Y cuando hayas conseguido este pleno conocimiento, ¿de qué gozo piensas
que serás llenado, o cómo amarás a Aquel que te amo a ti antes? Y amándole serás
un imitador de su bondad. Y no te maravilles que un hombre pueda ser un
imitador de Dios. Puede serlo si Dios quiere. Porque la felicidad no consiste
en enseñorearse del prójimo, ni en desear tener más que el débil, ni en poseer
riqueza y usar fuerza sobre los inferiores; ni puede nadie imitar a Dios
haciendo estas cosas; sí, estas cosas se hallan fuera de su majestad. Pero todo
el que toma sobre sí la carga de su prójimo, todo el que desea beneficiar a uno
que es peor en algo en lo cual él es superior, todo el que provee a los que
tienen necesidad las posesiones que ha recibido de Dios, pasa a ser un dios
para aquellos que lo reciben de él, es un imitador de Dios. Luego, aunque tú
estás colocado en la tierra, verás que Dios reside en el cielo; entonces
empezarás a declarar los misterios de Dios; entonces amarás y admirarás a los
que son castigados porque no quieren negar a Dios; entonces condenarás el
engaño y el error en el mundo; cuando te des cuenta que la vida verdadera está
en el cielo, cuando desprecies la muerte aparente que hay en la tierra, cuando
temas la muerte real, que está reservada para aquellos que serán condenados al
fuego eterno que castigará hasta el fin a los que sean entregados al mismo.
Entonces admirarás a los que soportan, por amor a la justicia, el fuego
temporal, y los tendrás por bienaventurados cuando veas que el fuego...
Epílogo
XI. Mis discursos no
son extraños ni son perversas elucubraciones, sino que habiendo sido un
discípulo de los apóstoles, me ofrecí como maestro de los gentiles, ministrando
dignamente, a aquellos que se presentan como discípulos de la verdad, las
lecciones que han sido transmitidas. Porque el que ha sido enseñado rectamente
y ha entrado en amistad con el Verbo, ¿no busca aprender claramente las lecciones
reveladas abiertamente por el Verbo a los discípulos; a quienes el Verbo se
apareció y se las declaró, hablando con ellos de modo sencillo, no percibidas
por los que no son creyentes, pero sí referidas por Él a los discípulos a
quienes consideró fieles y les enseñó los misterios del Padre? Por cuya causa
Él envió al Verbo, para que Él pudiera aparecer al mundo, el cual, siendo
despreciado por el pueblo (judío), y predicado por los apóstoles, fue creído
por los gentiles. Este Verbo, que era desde el principio, apareció ahora y, con
todo, se probé que era antiguo, y es engendrado siempre de nuevo en los
corazones de los santos. Este Verbo, digo, que es eterno, es el que hoy es
contado como Hijo, a través del cual la Iglesia es enriquecida y la gracia es desplegada
y multiplicada entre los santos, gracia que confiere entendimiento, que revela
misterios, que anuncia sazones, que se regocija sobre los fieles, que es
concedida a los que la buscan, a aquellos por los cuales no son quebrantadas
las promesas de la fe, ni son sobrepasados los límites de los padres. Con lo
que es cantado el temor de la ley, y la gracia de los profetas es reconocida, y
la fe de los evangelios es establecida, y es preservada la tradición de los
apóstoles, y exulta el gozo de la Iglesia. Si tú no contristas esta gracia,
entenderás los discursos que el Verbo pone en la boca de aquellos que desea
cuando Él quiere. Porque de todas las cosas que por la voluntad imperativa del
Verbo fuimos impulsados a expresar con muchos dolores, de ellas os hicimos
partícipes, por amor a las cosas que nos fueron reveladas.
XII. Confrontados con estas
verdades y escuchándolas con atención, sabréis cuánto concede Dios a aquellos
que (le) aman rectamente, que pasan a ser un Paraíso de deleite, un árbol que
lleva toda clase de frutos y que florece, creciendo en sí mismos y adornados
con vanos frutos. Porque en este jardín han sido plantados un árbol de conocimiento
y un árbol de vida; con todo, el árbol de conocimiento no mata, pero la
desobediencia mata; porque las escrituras dicen claramente que Dios desde el
comienzo plantó un árbol [de conocimiento y un árbol] de vida en medio del
Paraíso, revelando vida por medio del conocimiento; y como nuestros primeros
padres no lo usaron de modo genuino, fueron despojados por el engaño de la
serpiente. Porque ni hay vida sin conocimiento, ni conocimiento sano sin
verdadera vida; por tanto, los (árboles) están plantados el uno junto al otro.
Discerniendo la fuerza de esto y culpando al conocimiento que es ejercido
aparte de la verdad de la influencia (dominio) que tiene sobre la vida, el
apóstol dice: El conocimiento engríe, pero la caridad edifica. Porque
el hombre que supone que sabe algo sin el verdadero conocimiento que es
testificado por la vida, es ignorante, es engañado por la serpiente, porque no
amó la vida; en tanto que el que con temor reconoce y desea la vida, planta en
esperanza, esperando fruto. Que vuestro corazón sea conocimiento, y vuestra
vida verdadera razón, debidamente comprendida. Por lo que si te allegas al
árbol y tomas el fruto, recogerás la cosecha que Dios espera, que ninguna
serpiente toca, ni engaño infecta, ni Eva es entonces corrompida, sino que es
creída como una virgen, y la salvación es establecida, y los apóstoles son
llenados de entendimiento, y la pascua del Señor prospera, y las congregaciones
son juntadas, y [todas las cosas] son puestas en orden, y como El enseña a los
santos el Verbo se alegra, por medio del cual el Padre es glorificado, a quien
sea la gloria para siempre jamás. Amén.
Texto completo de la Carta, según
la edición de Daniel Ruiz Bueno en Padres Apostólicos, BAC, Madrid 1950
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Excelente documento, me acordó la mansedumbre con que Daniel le hablaba a los diferentes Reyes que conoció, que el Señor le bendiga.
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