13 sept 2019
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siervo inútil
PORQUE SOMOS SIERVOS INÚTILES?
PORQUE SOMOS SIERVOS INÚTILES?
Parábola
del siervo inútil Lucas 17: 7-10
7 ¿Quién
de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del
campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa?
8 ¿No
le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y
bebido; y después de esto, come y bebe tú?
9 ¿Acaso
da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no.
10 Así
también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid:
Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.
Debo solicitar ahora su
atención al texto—
“Así
también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid:
Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.”
Este es EL VEREDICTO DEL
RECONOCIMIENTO DE LA PROPIA BAJEZA, salido del corazón de los siervos que han
cumplido laboriosamente el trabajo completo del día. Esta es una parte de una parábola
que se propone censurar todas las ideas de la importancia de la persona y del
mérito humano. Cuando un siervo ha estado arando o alimentando al ganado, su
señor no le dice: “Siéntate, y yo te serviré, pues estoy profundamente
endeudado contigo.” No, su señor le ordena que prepare la cena y que le sirva.
Sus servicios son obligatorios y, por tanto, su señor no le alaba como si fuera
un portento y un héroe. Si persevera desde el amanecer hasta el ocaso, no hace
sino cumplir con su deber, y no espera de ninguna manera que su trabajo sea
altamente admirado o recompensado con una paga extra y con humildes gracias.
Nosotros tampoco hemos de jactarnos por nuestros servicios, sino que hemos de
tener una baja opinión de ellos, confesando que somos siervos inútiles.
Esto que es puesto en
nuestras bocas como una confesión de que somos siervos inútiles, tiene el
propósito de reprendernos cuando pensamos que somos alguien y que hemos hecho
algo digno de alabanza. Nuestro texto tiene el propósito de censurarnos si
pensamos que hemos hecho lo suficiente, que hemos soportado la carga y el calor
del día por largo tiempo, y que nos han conservado en nuestro puesto más allá
de nuestro propio turno. Si concluimos que hemos logrado una excelente jornada
de siega, y que deberían invitarnos a ir a casa para descansar, el texto nos
censura. Si sintiéramos una ambición desordenada de confort, y deseáramos que
el Señor nos diera alguna recompensa inmediata e impactante por lo que hemos
hecho, el texto nos hace avergonzarnos.
Es un espíritu altivo que no
tiene nada de infantil ni de servicial y ha de ser reprimido con una mano
firme. En primer lugar, ¿de qué manera habríamos podido traer provecho a Dios?
Elifaz (Job 4; 5, 15; 22) lo ha dicho muy bien: “¿Traerá el hombre provecho a
Dios? Al contrario, para sí mismo es provechoso el hombre sabio. ¿Tiene
contentamiento el Omnipotente en que tú seas justificado, o provecho de que tú
hagas perfectos tus caminos?” Si le hemos dado a Dios de nuestras riquezas, ¿es
acaso nuestro deudor? ¿De qué manera lo hemos enriquecido a Él, a quien le
pertenecen toda la plata y el oro? Si hemos entregado nuestras vidas a Su causa
con la devoción de los mártires y de los misioneros, ¿qué es eso para Él, cuya
gloria llena los cielos y la tierra? ¿Cómo podemos imaginar que lleguemos a
hacer que el Eterno esté en deuda con nosotros?
El espíritu recto dice con
David: “Oh alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor; no hay para mí bien
fuera de ti. Para los santos que están en la tierra, y para los íntegros, es
toda mi complacencia.” ¿Cómo podría un hombre poner a su Hacedor bajo
obligación para con él? No hemos de desvariar tan blasfemamente. Amados
hermanos, debemos recordar que cualquiera que hubiere sido el servicio que
fuimos capaces de prestar, ha sido un asunto de deuda. Espero que nuestra
moralidad no haya caído tan bajo que recibamos crédito para nosotros mismos por
pagar nuestras deudas.
No encuentro que los hombres
de negocios se enorgullezcan y digan: “Esta mañana le pagué mil libras a Fulano
de Tal.” “Bien, ¿se las diste?” “Oh, no; todo se lo debía.” ¿Es eso algo
grande? ¿Hemos caído a un nivel tan bajo de moral espiritual que pensamos que
hemos hecho un gran trato cuando le damos a Dios lo que le es debido? “Él nos
hizo, y no nosotros a nosotros mismos.” Jesucristo nos ha comprado: “No somos
nuestros,” pues “hemos sido comprados por precio.” Hemos entrado también en un
pacto con Él, y nos hemos entregado a Él voluntariamente. ¿No fuimos bautizados
en Su nombre y en Su muerte? Cualquier cosa que hagamos es sólo aquello que Él
tiene el derecho de reclamar de nuestras manos por nuestra creación, redención
y nuestra profesada entrega a Él.
Cuando hayamos perseverado
en la dura tarea de arar hasta que no quede ningún campo sin arar, cuando
hayamos cumplido la tarea más placentera de alimentar a las ovejas y cuando
hayamos terminado de poner la mesa de la comunión para nuestro Señor: cuando
hayamos hecho todo eso no habríamos hecho más de lo que era nuestro deber haber
hecho. ¿Por qué nos jactamos, entonces, o por qué clamamos pidiendo que seamos
dados de baja, o esperamos que se nos dé las gracias? Además de esto, está esta
triste reflexión, ay, que en todo lo que hemos hecho, hemos sido inútiles,
debido a que hemos sido imperfectos. Al arar ha habido obstáculos, al alimentar
el ganado ha habido rudezas y olvidos, en la preparación de la mesa las viandas
han sido indignas de un Señor como el que servimos. Cómo le debe parecer
nuestro trabajo a Él, de quien leemos: “He aquí, en sus siervos no confía, y
notó necedad en sus ángeles.” ¿Puede alguno de ustedes mirar en retrospectiva
el servicio prestado a su Señor con satisfacción? Si puedes, no podría decir
que te envidio, pues no me identifico contigo en el más mínimo grado, antes
bien, tiemblo por tu seguridad.
En cuanto a mí, me veo
forzado a decir con solemne veracidad que no estoy contento con nada de lo que
he hecho jamás. He deseado a medias vivir mi vida de nuevo, pero ahora lamento
que mi altivo corazón me permitiera desear eso, ya que las probabilidades son
de qué lo haría peor la segunda vez. Yo reconozco con profunda gratitud todo lo
que la gracia ha hecho por mí, pero pido perdón por todo aquello que he hecho
por mí mismo. Le pido a Dios que perdone mis oraciones, pues han estado llenas
de faltas; le suplico incluso que perdone esta confesión, pues no es tan
humilde como debería serlo; le imploro que lave mis lágrimas y que purgue mis
devociones, y que me bautice en un verdadero entierro con mi Salvador, para que
sea completamente olvidado en mí, y sólo sea recordado en Él. Ah, Señor, Tú
sabes cuánto nos quedamos cortos de la humildad que deberíamos sentir.
Perdónanos por esto. Todos nosotros somos siervos inútiles, y si nos juzgaras
por la ley, deberíamos ser echados fuera.
Además, nosotros no podemos
congratularnos en absoluto, incluso si hemos gozado de éxito en la obra de
nuestro Señor, ya que estamos endeudados con la abundante gracia de nuestro
Señor por todo lo que hemos hecho. Si hubiéramos cumplido con todo nuestro
deber, no habríamos hecho nada si Su gracia no nos hubiera capacitado para
hacerlo. Si nuestro celo no conoce respiro, es Él quien mantiene ardiendo la
llama. Si fluyen nuestras lágrimas de arrepentimiento, es Él quien golpea la
roca y saca agua de ella. Si hay alguna virtud, si hay alguna alabanza, si hay
alguna fe, si hay algún ardor, si hay alguna semejanza a Cristo, nosotros somos
el producto de Su trabajo, creados por Él, y por tanto, no nos atrevemos a
recibir ni una sola partícula de alabanza para nosotros mismos. ¡De lo recibido
de Tus manos te damos, grandioso Dios! Todo lo que hasta este momento ha sido
digno de Tu aceptación, era Tuyo de antemano. De aquí que los mejores sean
todavía siervos inútiles. Si tenemos una causa especial por la que lamentarnos
debido a algún error evidente, seríamos sabios si vamos con un espíritu
humillado y confesamos la falta, y luego proseguimos haciendo la obra con un
espíritu esperanzado y perseverante cada día.
Siempre que estés angustiado
porque no puedes hacer lo que quisieras, siempre que veas las deficiencias de
tu propio servicio, y te condenes por ello, lo mejor es ir y hacer algo más en
la fortaleza del Señor. Si no has servido bien a Jesús hasta este momento, anda
y hazlo mejor. Si cometes un error garrafal no se lo digas a todo el mundo,
agregando que nunca lo intentarás de nuevo, antes bien haz dos cosas buenas
para compensar la falla. Di: “Mi bendito Señor y Maestro no será más un
perdedor por mi culpa en la medida que pueda evitarlo. No me angustiaré tanto
por el pasado como por enmendar el presente y despertar al futuro.” Hermanos,
procuren ser más útiles, y pidan más gracia.
El oficio del siervo no es
esconderse en un rincón del campo y llorar, sino seguir arando; no es balar con
las ovejas, sino alimentarlas, y así demostrar su amor a Jesús. No has de
ponerte de pie en la cabecera de la mesa para decir: “No he preparado la mesa
para mi Señor tan bien como podría haberlo deseado.” No, anda y prepárala
mejor. Ten valor; no estás sirviendo a un severo Señor después de todo; y,
aunque tú, muy apropiadamente, te llamas un siervo inútil, ten buen ánimo,
pues, en breve, un veredicto más moderado será pronunciado en cuanto a ti. Tú
no eres tu propio juez ni para bien ni para mal; otro juez está a la puerta, y
cuando venga tendrá una mejor opinión de ti de la que tú mismo tienes gracias a
la conciencia de tu humillación; te juzgará por la regla de la gracia y no por
la de la ley, y acabará con todo ese terror que viene de un espíritu legal y
que revolotea sobre ti con alas de vampiro.
Charles Spurgeon
Extracto del sermón
predicado la mañana del domingo 6 de junio de 1880, en el Tabernáculo metropolitano,
Newington, Londres.
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