La Reina Isabel II ha muerto.
Se encuentra ahora en total
separación de los vivos en la tierra, de su familia, amigos y el pueblo que la
aclamó.
Ya no hay asuntos políticos,
gubernamentales, familiares y sociales que tratar, ya no más atención a
visitantes “ilustres”. Ya no más agenda de cosas mundanas. Tampoco nada en que
trabajar, nadie a quien juzgar, nadie a quien ayudar. Ningún asunto pendiente
podrá terminar. Sus emociones, sus sentimientos y sus afectos han concluido. Ya
no hay felicidad o amargura, risas o llanto, alegría o tristeza.
Atrás quedó todo el tributo y
honor recibidos de los hombres. No hay más brillo de costosas joyas, ni el
glamour de suntuosos vestidos, ni la comodidad de lujosos automóviles. Atrás
los castillos de verano y las mansiones de invierno. Atrás su Palacio
recubierto de valiosas obras del arte humano, de vajillas grabadas de plata y
oro y de alfombras rojas para suavizar sus pisadas. No hay ya millares de
sirvientes que satisfagan la más sencilla de sus necesidades. No más la
veintena de mascotas para coleccionar y la legión de finos Caballos para
impresionar. Atrás quedaron los títulos, el protocolo que exigía reverencia
hacia ella y la pompa de sus apariciones públicas. Atrás quedó su poder de
gobernante y su autoridad de reina. Todos sus logros, éxitos y triunfos, ahora
no tienen ningún valor. Como dice Salomón en Eclesiastés 1 y 2, “Todo es
vanidad”
La reina Isabel abandonó su
cuerpo y ahora ella misma experimenta por lo que todos, tarde o temprano, vamos
a pasar algún día. Morir y vernos frente al Creador para rendir cuentas de
nuestros actos en la tierra.
Isabel ll está ahora en
presencia del Señor con su alma totalmente al descubierto, como descubiertas
están sus virtudes y vergüenzas. Nada de su vida pasada puede esconder. Ninguna
falta puede ocultar, todas han quedado expuestas. Como han quedado expuestos
sus pensamientos más íntimos y secretos.
Nada hay que pueda mostrar a
su favor. No pudo llevar consigo sus posesiones materiales, su poder
monárquico, sus títulos de nobleza, su apellido de renombre, la “pureza” de su
raza, o la “sangre azul” de sus ancestros. Ni su fama, ni su influencia en el
mundo le sirven para interceder a su favor.
Solo Dios sabe si su eternidad
es a su lado en Gloria, o separada de Él en condenación.
De lo que estamos seguros es
que después de la muerte ya no hay más espera para ver a los impíos recibir su
castigo y a los Santos recibir su Galardón. Ya no más espera para ver el juicio
justo de Dios soberano.
De lo que también debemos
estar conscientes es de que el infierno y el cielo existen, de que la
glorificación o la condenación son nuestros destinos finales y que el Dios que
ahora nos da tantas oportunidades, será el mismo que nos juzgue y nos absuelva
o nos condene. Pero tengamos en cuenta que después de muertos no hay más
chances, tu defensa o tu acusación, es lo que hiciste aquí en la tierra.
¿Y con qué debemos llegar a
nuestro destino final para presentar a nuestro favor?
Con la fe en Cristo como
nuestro Señor y Salvador que nos llevó a obtener la Gracia de Salvación. Gracia
que produjo en nosotros frutos de arrepentimiento y Santidad. Santidad que nos
llevó a tener y mostrar en la relación con los demás, el fruto del Espíritu
Santo: Amor, paz, gozo, bondad, benignidad, fe, paciencia, mansedumbre y
templanza. Y también mostraremos que como santos, perseveramos hasta el final.
De esta manera habremos hecho
tesoros en el cielo. ¿Y cuáles son estos tesoros?
Estar en la presencia de
nuestro Padre celestial. Y después de la Parusía, seremos la novia en las bodas
del Cordero, seremos glorificados y galardonados, viviremos en la nueva
Jerusalén y nos gozaremos alabando eternamente a nuestro Dios Padre eterno y
todopoderoso, ante Él, con su hijo amado y su Espíritu Santo.
Ahora, a los que están en esta
tierra exhortamos:
¿Es usted incrédulo? Pues debe
saber que el único camino de salvación es la Fe en Jesucristo, pero no una fe
que lo lleve a creer en la existencia de un Creador y ya. Debe ser una Fe que
coloque a Cristo como el primero en su vida, como su Señor.
¿Es usted pecador?
Arrepiéntase con un corazón contrito y humillado, abandone sus pecados y pídale
perdón a Dios misericordioso.
Busque una Iglesia Bíblica de
sana doctrina, donde no se predique de prosperidad, ni de prodigios. Busque una
Iglesia donde se predique de Salvación, de arrepentimiento, de la condición
deplorable en que nos deja el pecado. Donde se predique Santidad.
¿Es usted creyente? Ore mucho
a Dios, Exalte y honre su santo nombre, dele gracias todo el tiempo por todo,
pídale perdón a diario por sus faltas. Pídale templanza para resistir al
tentador. Estudie Las Escrituras y conozca a su Creador. Niéguese a sí mismo,
tome la cruz de Cristo y sígalo. No deje de congregarse, porque escuchando la
Palabra predicada, crecerá su Fe. Busque la Santidad, porque sin ella nadie
vera al Señor.
Cesar Angel
Siervo de Cristo
8 septiembre 2022
Puede usar este artículo para usos pedagogicos, sin animo de lucro y mencionando al autor y la pagina Evangelio primitivo
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