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Jhon Charles Ryle |
Si profesamos tener una religión,
procuremos que esta sea auténtica. Lo afirmo enérgicamente y repito lo dicho:
preocupémonos de que nuestra religión sea auténtica. ¿A qué me refiero cuando
utilizo la palabra “auténtica”? Me refiero a que sea genuina, sincera, honesta
y rigurosa. Me refiero a que no sea inferior, hueca, formal, hipócrita, falsa,
fingida y nominal. La religión “auténtica” no es meramente apariencia,
fingimiento, sentimiento a flor de piel, profesión pasajera y obra externa. Es
algo interno, sólido, sustancial, intrínseco, vivo, duradero. Sabemos reconocer
la diferencia entre la moneda falsa y la de curso legal, entre el oro puro y el
oropel, entre el metal plateado y la plata, entre la piedra auténtica y las
imitaciones de escayola. Pensemos en estas cosas mientras estudiamos el tema
central de este escrito. ¿Cuál es el carácter de nuestra religión? ¿Es
auténtica? Puede que sea débil y frágil, y que esté mezclada con muchas
flaquezas. Esa no es la cuestión que hoy tenemos delante de nosotros. ¿Es
auténtica nuestra religión? ¿Es verdadera?
Sugeriré algunos criterios con los cuales podremos comprobar si nuestra
religión es auténtica.
Al enfrentarme a esta parte
de la materia, pido a todo aquel que lea este escrito que sea justo, sincero y
razonable con su alma. Desecha de tu mente el concepto tan común de que por
supuesto que todo va bien con tal de que te congregues en la Iglesia de
Inglaterra o en alguna otra rama del protestantismo. Rechaza estas ideas vanas
para siempre. Tienes que mirar más allá de las apariencias si quieres descubrir
la verdad. Escúchame, y te daré unas cuantas pistas. Créeme; no es un asunto
banal. Te va la vida en ello.
MIDE TU RELIGIÓN DE 5 MANERAS
A) Para empezar, si quieres
saber si tu religión es auténtica, mídela por el lugar que ocupa en tu hombre
interior. No basta con que esté en tu mente. Es posible que conozcas la verdad,
y que la reconozcas y la creas, pero, sin embargo, a los ojos de Dios puedes
estar equivocado. No basta con que esté en tus labios. Puede que repitas el
Credo a diario. Puede que digas “amén” a la oración pública en la iglesia, y
que, no obstante, no tengas más que una religión externa. No basta con que esté
en tus sentimientos. Puede que un día gimas al oír la predicación, y que otro
día te eleves hasta el tercer cielo llevado por una emoción gozosa y, con todo,
cabe la posibilidad de que estés muerto para Dios. Tu religión, si es auténtica
y si proviene del Espíritu Santo, debe estar en tu corazón. Debe ocupar la
ciudadela. Debe llevar las riendas de tu vida. Debe equilibrar los sentimientos.
Debe guiar la voluntad. Debe dirigir los gustos. Debe influir en tus elecciones
y decisiones. Debe llenar hasta el rincón más recóndito, más bajo y más interno
de tu alma. ¿Es así tu religión? Si no lo es, bien puedes dudar de que sea
“auténtica” y verdadera (cf. Hechos 8:21; Romanos 10:10).
B) Seguidamente, si quieres
saber si tu religión es auténtica, mídela por los sentimientos que te produce
hacia el pecado. El cristianismo que viene del Espíritu Santo siempre tendrá
una concepción muy profunda de la pecaminosidad del pecado. No considerará el
pecado meramente como una mancha y una desgracia que transforma a los hombres y
a las mujeres en objetos de lástima y compasión. Verá en el pecado eso tan
abominable que Dios aborrece, eso que hace que el hombre sea culpable y que
esté perdido a los ojos de su Hacedor, eso que le acarrea la ira y la
condenación de Dios. Considerará el pecado como la causa de todo el dolor y
toda la infelicidad, de toda la lucha y todas las guerras, de todas las peleas
y las contiendas, de todas las enfermedades y de toda la muerte; la peste que
ha infectado la bella creación de Dios; la maldición que hace que toda la
tierra gima y sufra dolores de parto (cf. Romanos 8:22). Por encima de todo,
verá en el pecado aquello que nos destruirá eternamente, a menos que logremos
hallar un rescate; que nos llevará cautivos, a menos que consigamos romper sus
cadenas; y que acabará con nuestra felicidad, tanto aquí como después, a menos
que luchemos contra él hasta la muerte. ¿Es así tu religión? ¿Son estos tus
sentimientos con respecto al pecado? Si respondes que no, bien puedes dudar de
que tu religión sea “auténtica”.
C) En tercer lugar, si
quieres saber si tu religión es auténtica, mídela por los sentimientos que te
produce hacia Cristo. Puede que la religión nominal crea que Cristo existió y
que fue un gran benefactor de la humanidad. Puede que le demuestre algún
respeto externo, que asista a la administración de sus sacramentos y que
incline la cabeza al oír su nombre. Pero no irá más allá. La auténtica religión
impulsará al hombre a gloriarse en Cristo como el Redentor, el Libertador, el
Sacerdote y el Amigo sin el cual no tendría ni la más remota esperanza.
Generará confianza en él, como el mediador, el alimento, la luz, la vida y la
paz del alma. ¿Es así tu religión? ¿Conoces este tipo de sentimientos hacia
Jesucristo? Si respondes que no, bien puedes dudar de que tu religión sea
“auténtica”.
D) En cuarto lugar, si
quieres saber si tu religión es auténtica, mídela por los frutos que lleva en tu
corazón y en tu vida. El cristianismo que es de lo alto siempre se conocerá por
sus frutos (cf. Mateo 7:20). Producirá en el hombre arrepentimiento, fe,
esperanza, caridad, humildad, espiritualidad, buen carácter, abnegación,
generosidad, perdón, templanza, fidelidad, amor fraternal, paciencia,
tolerancia. El grado en que aparezcan estas diversas virtudes puede variar
entre los diferentes creyentes. Pero el germen y las semillas de los mismos se
encontrarán en todos aquellos que son hijos de Dios. Por sus frutos se los
conocerá. ¿Es así tu religión? Si no lo es, bien puedes dudar de que sea
“auténtica”.
E) Para terminar, si quieres
saber si tu religión es auténtica, mídela por tus sentimientos y hábitos en
cuanto a los medios de gracia. Júzgala por el domingo. ¿Lo consideras un día
pesado y restrictivo, o un deleite y un refrigerio, un dulce saborear de
antemano el descanso que hallarás en el Cielo? Júzgala por los medios de gracia
públicos. ¿Cuáles son tus sentimientos acerca de la oración y la alabanza públicas,
de la predicación pública de la Palabra de Dios, y de la administración de la
Cena del Señor? ¿Das a estas cosas una aprobación fría y las soportas porque
son apropiadas y correctas? ¿O acaso te complaces en estas prácticas y no
podrías vivir feliz sin ellas? Júzgala, finalmente, por tus sentimientos con
respecto a los medios de gracia privados. ¿Consideras esencial para tu
tranquilidad leer la Biblia con regularidad en privado y hablar con Dios en
oración? ¿O encuentras fastidiosas estas prácticas y, o las descuidas, o las
abandonas por completo? Estas preguntas merecen tu atención. Si los medios de
gracia, públicos o privados, no te parecen tan necesarios para tu alma como son
la comida y la bebida para tu cuerpo, bien puedes dudar de que tu religión sea
“auténtica”.
Llamo la atención de todos
mis lectores hacia los cinco puntos que acabo de citar. No hay nada como entrar
en detalle acerca de estas cuestiones. Si quieres saber si tu religión es
“auténtica”, genuina y verdadera, mídela por los cinco criterios que acabo de
enumerar. Mídela con imparcialidad; pruébala con sinceridad. Si tu corazón es
recto delante de
Dios, no tienes motivos para
resistirte al examen. Si no lo es, cuanto antes lo descubras, mejor.
Ya he acabado lo que me
había propuesto. He demostrado a través de la Escritura la indecible
importancia que tiene la autenticidad de la religión, y el peligro que muchos
corren de perderse para siempre por carecer de ella. He sugerido cinco
criterios sencillos a través de los cuales las personas pueden descubrir si su
cristianismo es auténtico.
APLICACIONES
Concluiré con una aplicación
directa de todo el asunto a las almas de todos aquellos que lean este texto.
Dispararé mi arco al azar y confiaré en que Dios dirigirá una flecha
directamente a los corazones y a las conciencias de muchos.
A) Mi primera palabra de
aplicación será una pregunta. ¿Tu propia religión es auténtica o falsa?;
¿genuina o ilusoria? No te pregunto qué piensas de los demás. Tal vez creas que
estás rodeado de hipócritas. Es posible que seas capaz de señalar a muchos que
no tienen ni pizca de “autenticidad”. Esa no es la pregunta. Puede que estés en
lo cierto con respecto a los demás. Pero quiero saber acerca de ti. ¿Tu propio
cristianismo es real y verdadero?; ¿o es nominal y falso?
Si amas la vida, no evadas la
pregunta que tienes ahora delante de ti. Ha de venir el tiempo en que se sabrá
toda la verdad. El día del Juicio dejará al descubierto de qué especie es la
religión de cada hombre. La parábola del banquete de bodas recibirá su terrible
cumplimiento. No cabe duda de que es mil veces mejor descubrir ahora tu estado
y arrepentirte, que descubrirlo demasiado tarde en el mundo venidero, donde no
habrá lugar para el arrepentimiento. Si tienes sentido común, prudencia y
juicio, considera lo que te digo. Siéntate tranquilamente en este día y
examínate a ti mismo. Descubre el verdadero carácter de tu religión. Con la
Biblia en la mano y con sinceridad en el corazón, lo vas a averiguar. Proponte,
pues, descubrirlo.
B) Mi segunda palabra de
aplicación será una advertencia. La dirijo a todos los que saben, en sus
propias conciencias, que su religión no es auténtica. Les pido que recuerden la
enormidad del peligro que corren, y la extremada culpa que tienen a los ojos de
Dios.
El cristianismo falso es
especialmente ofensivo para ese gran Dios a quien tenemos que dar cuenta. Una y
otra vez la Escritura lo describe como el “Dios de verdad” (Salmo 31:5). La
verdad es uno de sus atributos específicos. ¿Puedes dudar siquiera un momento
de que él aborrece todo aquello que no sea genuino y verdadero? Creo firmemente
que más valdrá acabar siendo un pagano ignorante en el día final, que ser
hallado sin nada mejor que una religión nominal. ¡Si tu religión es de esta
especie, ten cuidado!
El cristianismo falso, sin
duda, al final terminará por fallar al hombre. Se desgastará; se romperá;
dejará a su dueño como una nave encallada en un banco de arena, a la cual ni
siquiera la marea alta consigue poner a flote; no le proporcionará ningún
consuelo en la hora en que más lo necesite, en el tiempo de la aflicción y en
el lecho de muerte. Si quieres que la religión sea de utilidad para tu alma,
¡guárdate de la falsedad! Si no quieres hallarte sin consuelo en la muerte y
sin esperanza en el día del Juicio, sé genuino, sé auténtico, sé verdadero.
C) Mi tercera palabra de
aplicación será un consejo. Lo ofrezco a todos aquellos que sienten que les
remuerde la conciencia por el tema de este texto. Les aconsejo que dejen de
perder el tiempo y de jugar con la religión, que sean sinceros y rigurosos, y
que sigan al Señor Jesucristo sin reservas.
Recurre sin demora al Señor
Jesús y pídele que sea tu Salvador, tu Médico, tu Sacerdote y tu Amigo. No
permitas que tu indignidad te impida acercarte a él; no dejes que el recuerdo
de tus pecados obstaculice tu avance. Jamás, jamás olvides que Cristo puede
limpiarte de cualquier cantidad de pecados que tengas, con tal de que le
encomiendes tu alma. Pero sí que pide una cosa a aquellos que vienen a él: les
pide que sean auténticos, sinceros y verdaderos.
Deja que la autenticidad sea
la gran característica de tu acercamiento a Cristo, y entonces todo contribuirá
a darte esperanza. Tu arrepentimiento puede ser débil, pero que sea auténtico;
tu fe puede ser frágil, pero que sea auténtica; tus deseos de santidad pueden
estar mezclados con mucha debilidad, pero que sean auténticos. Que en tu
cristianismo no haya ni reserva, ni doblez, ni falta de honestidad en tu
comportamiento, ni engaño, ni falsificación. No te contentes nunca con llevar
un manto de religión. Sé todo lo que profesas ser. Aunque puedas equivocarte,
sé auténtico. Aunque puedas tropezar, sé verdadero. Mantén este principio de
continuo ante tus ojos, y le irá bien a tu alma a lo largo de tu viaje de la
gracia a la gloria.
D) Mi última palabra de
aplicación será una palabra de ánimo. La dirijo a todos aquellos que han tomado
la cruz con valentía y que están siguiendo a Cristo con sinceridad. Los exhorto
a perseverar y a no dejarse mover por las dificultades y la oposición.
Puede que a menudo haya
pocos a tu lado y muchos en contra tuya. Puede que con frecuencia oigas que se
dicen cosas duras acerca de ti. Puede que a menudo se te acuse de que vas
demasiado lejos, y de que eres un extremista. No escuches nada. Haz oídos
sordos a este tipo de comentarios. Sigue adelante.
Si hay algo que el hombre
debiera hacer con rigurosidad, con autenticidad, con veracidad, con sinceridad
y con todo su corazón, es tratar la cuestión de su alma. Si hay alguna práctica
que nunca debiera menospreciar, ni llevar a cabo de forma descuidada, es la
gran tarea de ocuparse en su salvación (cf. Filipenses 2:12). ¡Tú que crees en
Cristo, recuerda esto! Hagas lo que hagas en cuanto a la religión, hazlo bien.
Sé auténtico. Sé riguroso. Sé sincero. Sé verdadero.
Si hay algo en el mundo de lo
cual el hombre no necesita avergonzarse, es de servir a Jesucristo. Bien puede
el hombre avergonzarse del pecado, de la mundanalidad, de la frivolidad, de
juguetear, de perder el tiempo, de buscar el placer, del mal carácter, del
orgullo, de idolatrar el dinero, el vestido, o actividades como bailar, cazar,
disparar, jugar a las cartas, leer novelas y otras similares. Al vivir de esta
manera, entristece a los ángeles y alegra a los demonios. Pero de vivir para su
alma, preocuparse por ella, pensar en ella, proveer para sus necesidades, hacer
de la salvación de su alma el motor principal y fundamental de su vida diaria;
de todo esto el hombre no tiene razones para avergonzarse ni lo más mínimo. ¡Tú
que crees en Cristo, recuerda esto! Recuérdalo en tu lectura de la Biblia y en
tu oración privada. Recuérdalo en tus días de reposo. Recuérdalo en tu
adoración a Dios. En todas estas cosas, no te avergüences nunca de ser
entusiasta, auténtico, riguroso y verdadero.
Los años de nuestra vida
pasan rápidamente. ¿Quién puede saber si este año no será el último de su vida?
¿Quién puede decir si este mismo año no será llamado a encontrarse con su Dios?
Si quieres estar preparado, sé un cristiano auténtico y verdadero. No seas una
mala imitación. Se acerca rápidamente en momento en que nada más que la
autenticidad resistirá el fuego. El auténtico arrepentimiento hacia Dios, la
auténtica fe en nuestro Señor Jesucristo, la verdadera santidad de corazón y de
vida; estas, estas son las únicas cosas que permanecerán firmes en el día
final. Aquella solemne sentencia de nuestro Señor Jesucristo decía: “Muchos me
dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre
echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les
declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”
(Mateo 7:22-23).
John Charles Ryle
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