11 ago 2018
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“No toques al ungido del Señor…”?. Derribando engaños
“No toques al ungido del Señor…”?. Derribando engaños
Hay varios pasajes en la
Biblia donde aparecen expresiones iguales a estas o similares al
título de este post:
“No permitió que nadie los
oprimiese; Antes por amor de ellos castigó a los reyes. No toquéis, dijo,
a mis ungidos, Ni hagáis mal a mis profetas”. (1 Crón. 16:21-22)
Sin embargo, el pasaje más
conocido es aquel en que David, siendo presionado por sus hombres para
aprovechar la oportunidad de matar a Saúl en la cueva, dijo: “El Señor me
guarde de que yo haga tal cosa a mi señor, es decir, que yo extienda La mano
contra él [Saúl], pues es el ungido del Señor “(1 Sam. 24: 6).
En otra ocasión, David
impidió con el mismo argumento que Abisai, su hombre de confianza, matase a
Saúl, que dormía tranquilamente al relento: “¿No lo mates, pues quien habrá que
extienda la mano contra el ungido del Señor y quede inocente?” (1 Sam. 26:9). David resperaba de tal
manera a Saúl, como ungido del Señor, que no perdonó al hombre que lo
mató: “¿Cómo no tuviste temor de extender tu mano para matar al ungido de
Jehová?” (2 Sam. 1:14).
Esta resistencia de David en
matar a Saúl por ser el ungido del Señor ha sido interpretada por muchos
evangélicos como un principio bíblico referente a los pastores y líderes a ser
observados en nuestros días en las iglesias cristianas. Para ellos, una
vez que los pastores, obispos y apóstoles son los ungidos del Señor, no se
puede levantar la mano contra ellos, es decir, no se puede acusarlos,
contradecirlos, cuestionarlos, criticarlos y mucho menos, que se
mueva cualquier acción contraria a ellos. La unción del Señor funcionaría como
una especie de protección e inmunidad dada por Dios a sus ungidos. Ir contra
ellos sería ir contra el propio Dios.
Pero, ¿es esto que la
Biblia enseña?
La expresión “ungido del
Señor” usada en la Biblia en referencia a los reyes de Israel se debe al hecho
de que los mismos eran oficialmente escogidos y designados por Dios para ocupar
el cargo mediante la unción hecha por un juez o profeta. Para
la ocasión, era derramado aceite sobre su cabeza para separarlo para el
cargo. (1 Sam. 10: 1) y luego con David (1 Sam. 16:13).
La razón por la cual David
no quería matar a Saúl era porque reconocía que él, incluso de forma indigna,
ocupaba un cargo designado por Dios. David no quería ser culpable de matar al
que había recibido la unción real.
Pero, lo que no se
puede ignorar es que este respeto por la vida del rey no impidió a
David confrontar a Saúl y acusarlo de injusticia y perversidad en
perseguirlo sin causa (1 Sam. 24:15). David no lo mataría, pero invocó a
Dios como juez contra Saúl, ante todo el ejército de Israel, y pidió
abiertamente a Dios que castigara a Saúl, vengandole a el mismo (1 Sam. 24:12). David también decía a sus aliados que
la hora de Saúl estaba por llegar, cuando Dios mismo lo mataría por sus pecados
(1 Sam. 26: 9-10).
El Salmo 18 es
atribuido a David, quien lo habría compuesto “el día en que el Señor lo
libró de todos sus enemigos y de las manos de Saúl”. No podemos tener
plena certeza de la veracidad de este encabezado, pero existe la gran
posibilidad de que refleje el exacto momento histórico en que fue compuesto.
Siendo así, lo que vemos es David componiendo un salmo de gratitud a Dios por
haberlo librado del “hombre violento” (Sal. 18:48),
por haber traído venganza de los que lo perseguían (Sal.
18:47).
En resumen, David no quería
ser el que habría de matar al impío rey Saúl por el hecho de haber sido ungido
con aceite por el profeta Samuel para ser rey de Israel. Esto, sin
embargo, no impidió a David de enfrentarlo, confrontarlo, invocar el
juicio y la venganza de Dios contra él y entregarlo en las manos del Señor
para que a su tiempo lo castigara debidamente por sus pecados.
Lo que no entiendo es cómo,
entonces, alguien puede tomar la historia de David negándose a matar a
Saúl, por ser el ungido del Señor, como base para este extraño concepto de que
no se puede cuestionar, confrontar, impugnar, discrepar e incluso
enfrentarse con firmeza a las personas que ocupan posición de autoridad en
las iglesias cuando los mismos se vuelven reprensibles en la doctrina y en la
práctica.
No hay duda de que nuestros
líderes espirituales merecen todo nuestro respeto y confianza y que
debemos acatar su autoridad – mientras, por supuesto, estén sumisos a la
Palabra de Dios, predicando la verdad y caminando de manera digna, honesta y
verdadera. Cuando se vuelven reprensibles, deben ser corregidos y amonestados.
Pablo guía a Timoteo de la siguiente manera, en el caso de presbíteros
(obispos/pastores) que fallan:
“Contra un anciano no
admitas acusación sino con dos o tres testigos. A los que persisten en pecar,
repréndelos delante de todos, para que los demás también teman”. (1 Tim. 5: 19-20).
La frase “que persisten
en pecar”, por el contexto, es una referencia a los presbíteros mencionados en
el versículo anterior. Los mismos deben ser reprendidos públicamente.
Pero lo que impresiona es la
siguiente demostración. Nunca los apóstoles de Jesucristo apelaron a la
“inmunidad de la unción” cuando fueron acusados, perseguidos
y menospreciados por los propios creyentes. El mejor ejemplo es el
del propio apóstol Pablo, ungido por Dios para ser apóstol de los gentiles.
¡Cuántos sufrimientos no pasó a las manos de los creyentes de la iglesia de
Corinto, sus propios hijos en la fe! Solo reproduzco un pasaje de su
primera carta a ellos, donde él revela toda la ironía, veneno, maldad y
sarcasmo con que los corintios lo trataban:
Ya estáis saciados, ya
estáis ricos, sin nosotros reináis. ¡Y ojalá reinaseis, para que nosotros reinásemos
también juntamente con vosotros! Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a
nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos
llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres.
Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en
Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas
nosotros despreciados. Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos
desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija.
Nos fatigamos
trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos;
padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos;
hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de
todos. No escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a
hijos míos amados.
Porque aunque tengáis diez
mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os
engendré por medio del evangelio.
Por tanto, os ruego que me
imitéis. Por esto mismo os he enviado a Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en
el Señor, el cual os recordará mi proceder en Cristo, de la manera que enseño
en todas partes y en todas las iglesias. (1 Cor. 4:8-17).
¿Por qué no encuentro en
esta queja de Pablo la reprensión, “cómo os atrevéis a
levantarse contra el ungido del Señor”? Los hombres de Dios, los
verdaderos ungidos por Él para el trabajo pastoral, no responden a las
discordancias, críticas y cuestionamientos callando la boca de las ovejas
con “no me toquen que soy ungido del Señor”, sino con trabajo,
argumentos, verdad y sinceridad.
“No toques el ungido
del Señor” es una apelación de quien no tiene ni argumento ni ejemplo
para dar como respuesta.
Autor: Augustus Nicodemus
Traducido y publicado
por Augustus
Nicodemus Lopes en Español.
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