Doctrinas de la Gracia

28 nov 2015

DEL CRISTIANO, LA CONCIENCIA Y LAS CONFESIONES DE FE

La Inmortal Confesión de S. Pedro apóstol, en (Mt.18:16) 
Una Confesión Fundamental. 
La naturaleza de la Iglesia Cristiana desde sus inicios, ha sido la de una iglesia confesante. La Iglesia de Cristo es la Asamblea de los santos y fieles escogidos por el Padre, redimidos por el Hijo y santificados y perseverados por el Espíritu Santo. Estos santos y fieles confiesan primeramente, que hay un solo Dios y Padre, y un Señor, Jesucristo, el Salvador del mundo. La historia de la Iglesia Cristiana demuestra que en el seno del pueblo escogido de Dios siempre ha existido la necesidad de confesar al Salvador, de proclamar la Gloria de Dios y de comunicar el Glorioso Evangelio de Reino y de la Gracia de nuestro Señor, de profesar que: “Jesucristo es el Señor, y que Dios le levantó de los muertos.”
La Iglesia de Cristo no puede dejar de decir lo que sus ojos han visto, y sus oídos han escuchado, así que ella confiesa desde su mismo nacimiento, que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Esa afirmación según la cual una confesión escrita de nuestra fe es contraria a la esencia de la Iglesia de Cristo y no necesaria, no tiene fundamento. Todo cuerpo de creyentes en Jesucristo confiesa, profesa, manifiesta de una u otra manera su fe en Jesucristo, y en la Biblia que es la bendita Palabra de Dios, de manera escrita u oral.
Por otra parte, aquel que declara que su confesión de fe es la Santa Biblia para reprochar al que ha escrito una profesión de fe, yerra, confundiendo lo infalible con lo falible. La Santa Biblia por sí misma es la Palabra de Dios, eso para los cristianos sinceros es una verdad tan evidente que no necesita ser demostrada. Sin embargo, lo que entendemos enseña la Palabra de Dios y en consecuencia profesamos, no siempre es infalible, aunque se base en lo infalible e inspirado, existe la probabilidad de que nuestro entendimiento esté viciado, y que nuestra carne nos tienda una emboscada.
Podemos entender correctamente una verdad preciosa, y comunicarla. Esa verdad en sí misma es infalible, descubierta por una mente finita que depende del Espíritu de Dios que mediante la iluminación abre los ojos del cristiano para manifestar sus maravillas, sin embargo es un hecho que muchos hombres que aman a Dios, hombres piadosos que oran y tienen un temor reverente por la Santa Escritura, difieren entre sí en su manera de entender algunos textos de la Misma, y es por eso que veo la importancia del acuerdo en aquello que es irrebatible, y que todos podemos con limpia conciencia confesar como verdadero.
La Biblia sigue siendo la bendita Palabra Dios aunque no haya un solo hombre o mujer que la lea, pero, la Biblia por sí misma no es una confesión (aunque en ella abundan las confesiones), sino la fuente de la verdad revelada de Dios que ha de ser confesada por los hombres piadosos que aguardan el regreso del Mesías y la restauración del Paraíso. Es en base a ella que confesamos, es en base a ella que los cristianos exponen lo que son capaces de entender con el auxilio del Espíritu Santo que las inspiró.
De la misma forma, los cristianos bíblicos confesamos que Jesucristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, el Soberano de los reyes de la tierra, el Cordero de Dios y Logos encarnado, etc., sin embargo, el Señor Jesucristo no es la confesión, sino el Salvador. Nosotros, confesamos al que es el Salvador. Así pues, no podemos confundir al sujeto con el predicado, ni viceversa.
Es por esto, que el reproche a la positivización de una confesión o a la redacción de una declaración de fe es contradictorio y no se sostiene por sí misma. Es contradictoria porque lo que ha de ser confesado no es la misma confesión y quién reprocha confiesa de la misma manera lo que cree cierto referente a este tema, y no puede sostenerse porque la confesión nace de nuestra aproximación a la Escritura Sagrada, y del sentido que le damos con los recursos que tenemos, y no de la misma Escritura como objeto Divino al que nos vamos a aproximar; en palabras más sencillas, todo interprete debe dar sentido a la Escritura, y el solo hecho de dar sentido, implica una confesión de lo que creemos enseña la Escritura.
En ese sentido, ya sea oral, ya sea escrita, todo cuerpo de cristianos tiene por su esencia confesante, por su naturaleza heráldica, una confesión de su fe en Jesucristo, en la Biblia, en Dios y las demás enseñanzas fundamentales, y también de los asuntos de sus propias tradiciones, para bien o para mal. Para bien o para mal, porque no todas las tradiciones pueden ser sostenidas con la comprensión adecuada de la doctrina, y algunas hasta atentan con el significado sencillo que tiene el texto bíblico y son más concesiones convenientes que otra cosa, y para bien, porque lo contrario también es cierto.

Con esto, deseo hacer ver que la exposición de esta confesión de fe de los hermanos de “La Iglesia Bautista Providencia”, es natural a la esencia del cristianismo. No existe un solo grupo de cristianos que no lo haga, e inclusive, los más fervientes heresiarcas, que se llenan la boca afirmando que ellos no profesan credos o confesiones, sino la Biblia, tienen infinitas bibliotecas explicando lo que creen enseña la Biblia en innumerables revistas, folletos, libros y escritos.
Habiendo colocado entonces este breve fundamento, entonces quiero pasar a la siguiente cuestión. ¿Cuál es la naturaleza de la confesión de fe, y qué relación tiene con el cristiano? ¿Una confesión de fe debe ser colectiva? ¿Debe atar nuestras conciencias?
La naturaleza de la confesión de fe, es la misma de quién la confiesa. La falibilidad de nuestra confesión la despoja de su perfección, por cuanto el medio humano que confiesa la verdad es finito, mortal; y puede lo mismo confesar una gloriosa verdad infalible, que un error garrafal. Sin embargo, de la misma forma que está latente nuestra falibilidad, hay un tipo de confesión que he querido llamar, la Confesión Fundamental (CF), y refiere a aquello que no es cuestionado por ningún verdadero cristiano, es una confesión de una verdad infalible, aunque sea profesada por labios mortales, por ejemplo: “Que Dios es el Logos”.
Si bien es cierto que somos falibles los que confesamos, una verdad infalible en nuestra boca no deja de ser gloriosa, y no deja de ser verdadera. Todos los cristianos verdaderos confiesan que Jesucristo es el Señor, que en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Divinidad, y que el nacimiento del Mesías fue de una virgen. Todo verdadero cristiano confesará que la salvación pertenece a YHVH y que Él salva a quién quiere salvar, y que los pecadores han de arrepentirse de sus pecados y creer que Jesucristo es el Hijo de Dios.
Estas son confesiones fundamentales, las relacionadas con Dios, la Palabra de Dios y el Evangelio de Dios. Nuestras lenguas falibles confiesan una verdad infalible. Así que la naturaleza de la confesión depende de la verdad que se está proclamando. Esto trae consigo una complicación, y es que siempre ha sucedido, que cuando los hombres por su arrogancia y orgullo, aún siendo redimidos, ceden a la tentación de pensar más de lo que está escrito en la Biblia, crean escuelas teológicas y tradiciones que más que doctrinas bíblicas, son elucubraciones e imaginaciones humanas, y entonces atribuyen rango fundamental, a lo que no lo es, y es allí, donde algo que no es normativo a la conciencia de un cristiano, se hace carga difícil y obligada para aquellos que Cristo ya había dado libertad, donde surgen las divisiones y las opresiones de conciencia.
Es el caso de la forma de organización y del tipo de gobierno eclesiástico, de las relaciones con el Estado, del bautismo y de los eventos futuros, de la vestimenta y la comida, de las formas, los días y la Ley, etc. En este caso, corresponde al hombre temeroso de la Biblia probar que lo que algunos llaman ser doctrina fundamental, no lo es, y esto debe hacerse por medio de la palabra de Dios, confesando juntamente con los apóstoles, todo el depósito de la fe que fue una vez dada a los santos, sin añadir, y sin quitar nada de esta sencillez gloriosa del Evangelio, y asumir la responsabilidad de vivir conforme a esa libertad.
En cuanto a cuál es la relación de la confesión de fe con el cristiano, dependerá de su propia convicción de lo que confiesa. Considero que si los santos y fieles cristianos son leales a la Palabra de Dios, y confiesan como cierto y fundamental lo que los mismos apóstoles enseñaron y confesaron inspirados por el Espíritu Santo, la conciencia del cristiano estará en paz y ligada por propia voluntad a esa confesión que es cierta, y la relación será de obediencia y una potencial vida de resultado. En este caso, el cristiano solo estaría obligado a confesar lo que cree es la verdad, y esto depende sin duda alguna de dos factores importantes.
En primer lugar, que Dios se revela así mismo, por medio de la Escritura y por la obra pedagógica del Santo Espíritu de Dios que guía a toda verdad a sus escogidos. Y en segundo lugar, del cristiano que “prepara el caballo para el día de la batalla”, por medio del estudio diligente y la dependencia de Dios por medio de las súplicas y las oraciones. Sin embargo, aunque esto suena bien, aún queda el obstáculo insalvable del pecado que mora en nosotros, y que nos deja puntos ciegos, razón por la cual han surgido tantas sectas y denominaciones, y razón por la cuál es necesario indagar las Sagradas Escrituras en comunidad eclesial, y no solo en privado, pues todas nuestras máximas deben ser juzgadas de todos y ver si son ciertas.
Pero, para lo que deseo comunicar, solo basta decir que la relación del cristiano con la confesión de fe, dependerá de su nivel de convicción en cuanto a los artículos de fe que sean profesados, o propuestos. En lo único que no puede salvar su conciencia, y esto, porque se debe a la Palabra de Dios y el Evangelio, es en la Doctrina Fundamental, la esencia de la fe, a saber, la doctrina de Dios, del Señor Jesucristo y el Espíritu Santo, también lo que respecta a la Salvación y a la bendita gracia de Dios dada a los pecadores por medio del Evangelio, la justificación por la fe en Jesucristo, y lo que sostenemos cierto en cuanto a la bendita, infalible y suficiente Palabra de Dios, entre otras cosas. Por último, y ratifico, la relación será de obediencia y consecuencia a aquello que es irrebatible como cierto y esencial y por lo cual estamos dispuestos a dar nuestras vidas.
¿Y qué sucede con las cosas que no son consideradas fundamentales, que no interfieren con la doctrina de la Salvación, del Evangelio, de las Sagradas Escrituras, de Dios el Padre, de Jesucristo Su Hijo y del Espíritu Santo, de su inminente retorno, del infierno y del Cielo, etc.? En ese caso, la conciencia del cristiano estará o no ligada según el nivel de convencimiento que tenga en referencia a esas doctrinas.
El problema surge cuando las doctrinas que yo llamo no esenciales, se vuelven un arma escrita contra los verdaderos creyentes, cuando se convierten en pesadas cadenas en los pies de los escogidos, en piedras difíciles de cargar, en tradiciones de hombres, en caprichos de líderes, en énfasis innecesarios de una denominación. En ese caso, ruego a nuestro buen Dios que de libertad a los que han caído en las redes de la religión inventada, del culto voluntario, del enseñoramiento de la grey y del legalismo.

La otra pregunta es esta: ¿Son las confesiones de fe vinculantes de manera colectiva? Aplico el mismo principio de lo antes expuesto. Si la confesión de fe es una (CF) es decir, una Confesión Fundamental, una confesión que todo verdadero cristiano pudiera suscribir con una limpia conciencia, ella misma se hace colectiva en el cuerpo de Cristo porque es aceptada por todos. La asamblea de creyentes sin ningún problema podrá adherirse a ella, porque es la esencia de la fe evangélica, porque esa es la confesión que viven y predican, es irreductible.
Pero, si la confesión confunde lo esencial y lo no esencial y este caos se vuelve normativo para una congregación, será colectiva en la medida en que los hermanos la acepten de buena gana o no. Es lamentable cuando la unidad de un grupo de cristianos radica, no en lo fundamental que es Jesucristo y el Evangelio, sino en tradiciones surgidas en diferentes estadios de la historia nacional de algunos países. Esa unidad es débil, será la misma unidad de una secta, o de un partido político, pero no una unidad basada y arraigada en la Divina persona de Jesucristo que ha liberado y recibido a los pecadores, que no echa a ninguno de los que vienen a Él afuera, porque Él es el Buen Pastor.
Los que fundamentan su unidad en una tradición, solo recibirán con gozo a aquellos que hablan como ellos, se vistan como ellos, crean como ellos en todos los detalles que ellos consideran esenciales, aunque no lo sean, y excluirán a verdaderos hijos de Dios, expulsarán a hombres y mujeres que Jesucristo recibió, porque han sido contaminados con la arrogancia de los que piensan más de los que está Escrito y buscan más bien autómatas que seres pensantes y libres que disfruten de una fresca relación con Jesucristo y los hermanos. Por cierto, que ninguno de nosotros está exento de caer en semejante barranco cismático y legalista.
Finalmente, los líderes de las congregaciones siempre van a esperar que haya una adhesión absoluta a la confesión de fe que profesan. Eso es natural, aunque como ya vimos, tiene sus problemas, dependiendo de dónde estén pisando. Por esa razón, debemos esforzarnos con todas nuestras fuerzas por establecer lo que es esencial verdaderamente, lo que la Biblia misma enseña. Nuestro esfuerzo espiritual y mental ha de ser asumir lo que ya el apóstol S. Pablo enseñó a los corintios, esto es, que Cristo no está dividido, y que la unidad de la Iglesia debe estar en torno al Fundamento que nadie puede cambiar, el cuál es Jesucristo, por nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, nuestra Roca.
De esta forma nuestras conciencias estarán atadas a lo que entendemos la Biblia enseña, y nuestra confesión será la confesión de uno que está convencido de lo que cree enseña la Santa Biblia. Siempre escuchamos esa frase “Mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios” Lo cierto, es que nuestra conciencia ha de ser cautiva de aquello de lo que estamos plenamente convencidos. No somos cautivos de una Biblia cerrada, sino de la Biblia abierta, leída, meditaba, investigada, creída, cantada, expuesta, amada, etc. Nuestra conciencia ha de estar atada si, a lo que creemos es cierto, y para ello debemos pensar, meditar, estudiar, comparar, rogar que lo que creemos y entendemos sea lo verdaderamente cierto y lo que Dios realmente ha revelado. El resultado será una fuerte convicción que moverá nuestras entrañas a confesar y a proclamar la verdad a los cuatro vientos, o, a escribir lo que creemos es cierto en comunión y compañía de otros muchos hermanos.
Por último, deseo hacer una aclaratoria, pues es posible que alguien se esté preguntando si mi propuesta es una abolición de los secundario y una instauración de los fundamental promoviendo una unidad perfecta. Considero que el deseo de unidad en torno a Cristo y Su Palabra, es algo encomiable. Pero, los hechos demuestran que por cientos de años esta unidad ha sido sofocada justamente por el énfasis en una interpretación sobre algún asunto de la fe, o simplemente por pecado. La razón del surgimiento de las tradiciones ajenas al Nuevo Pacto, radican en que algunos hombres pensaron más de lo que estaba Escrito, y por esta causa, se envanecieron unos contra otros.

Lo cierto es que lo secundario, por ser secundario no es carente de importancia y no siempre traspasa los límites de lo revelado. Lo secundario debería entrar en el ámbito de la libertad de conciencia. Este artículo posiblemente será leído por hermanos de diferentes tradiciones. Fíjese que jamás dije que una tradición era mala en sí misma, sino que si a una tradición, o énfasis que no forma parte de un asunto vital de la fe, de una cuestión de vida o muerte, se le da ese rango, entonces esto traería tarde o temprano algunos problemas.
Quien les escribe se identifica con los ideales y la fe y mensaje bautistas, convencido de que representan al cristianismo del Nuevo Pacto, sin embargo no se identifica plenamente con el contenido de todas las confesiones de fe bautistas a través de la historia, sino con los distintivos y las doctrinas fundamentales contenidos en ellas. Esa es una de las razones que ha motivado a un grupo de cristianos bautistas del Junquito, a redactar su propia confesión de fe, considerando todo lo antes expuesto. Algunos de esos distintivos bautistas son compartidos con otras tradiciones o iglesias, porque se basan en una sencilla interpretación de la Escritura, pero no son de vida o muerte, no confiesan o niegan la plenitud de la naturaleza Divina de Jesucristo, y la adhesión a la máxima de la suficiencia de las Escrituras; son más bien cuestiones de forma, como el gobierno de la iglesia, la forma de las reuniones, los himnos que cantamos, etc.
Por ejemplo, considero que el bautismo de infantes practicado en algunas confesiones protestantes no tiene su fundamento en la Palabra de Dios y que fue una concesión con el catolicismo romano, que la unión de la Iglesia con el Estado que proponen es contraria a la fe cristiana apostólica que anhela un Reino que no es de este mundo, que la importancia extrema que algunas iglesias han dado a las confesiones, credos, catecismos, comentarios e instituciones con fuertes distintivos denominacionales y hasta personalistas raya en el escolasticismo del siglo xvi, entre otras cosas más. Sin embargo, si quienes sostienen estas enseñanzas han sido recibidos por Jesucristo, si el Señor les ha salvado y amado, si son del número de los millares de los escogidos ¿No debo hacer lo mismo yo y amarles?

Lo mismo es cierto para los que sostienen todo lo contrario, y es lo que se debería esperar.
Por otra parte, mi propuesta no es que los cristianos bíblicos que se identifican lícitamente con alguna escuela o tradición coherente con la revelación Escrita de Dios y el Nuevo Pacto, convencidos plenamente de ello, dejen de tener esos distintivos, pero sí que les den su justo valor y lugar frente a la Confesión Fundamental. Una plena identificación con Jesucristo hará que los asuntos de forma pasen a un segundo nivel, y que lo que realmente importa, que es Cristo, sea exaltado de tal forma que llene nuestras mentes y corazones en torno al Salvador y a Su Palabra. Si vamos a confesar nuestra fe, que sea juntamente con los apóstoles, que nuestras bocas confiesen lo que ellos confesaron, lo mismo que ha queda inmortalizado por la Divina Inspiración del Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras.

© Por Fares Palacios. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.



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