En Juan
14:12 el Señor Jesucristo hace una declaración asombrosa, que
lamentablemente ha sido motivo de muchas interpretaciones erróneas: “De cierto,
de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará
también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre”. Para comprender de qué
está hablando Cristo aquí tenemos que leer estas palabras en su contexto.
El Señor ha dicho a Sus discípulos que está a punto de partir de este mundo (Juan
13:33; 14:1-3), lo que no sólo provoca inquietud y tristeza en los
discípulos sino también interrogantes; sobre todo porque el Señor asevera que
ellos sabían adónde Él iba y conocían el camino (vers. 4). “Le dijo Tomás:
Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (vers.
5).
Es entonces cuando el Señor
pronuncia las conocidas palabras del vers. 6: “Jesús le dijo: Yo soy el camino,
y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis,
también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto”.
A la luz de esa declaración,
Felipe pide al Señor: “muéstranos el Padre, y nos basta”. Jesús le responde:
“¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El
que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el
Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo
os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí,
él hace las obras” (vers. 9-10).
Noten algo interesante aquí.
Uno esperaría que el Señor dijera: “Las palabras que yo os hablo, no las hablo
por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí es el que habla estas
palabras por medio de mí”.
Pero no es eso lo que dice. Lo
que el Señor dice a Felipe es que Dios el Padre está haciendo Su obra en el
mundo por medio de las palabras de Cristo: “Las palabras que yo os hablo, no
las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él
hace las obras”. Como bien señala el comentarista Hendriksen: “Siempre que
Jesús habla, el Padre actúa por medio de sus palabras”.
Ahora bien, no olviden el
contexto. El Padre ha estado obrando por medio de las palabras del Hijo, pero
el Hijo ha dicho a Sus discípulos que retorna a la casa de Su Padre. ¿Qué va a
suceder ahora con el plan de redención? ¿Es Su partida el punto final de la
obra redentora de Dios en el mundo? ¡Por supuesto que no!
Es entonces cuando el Señor
pronuncia las sorprendentes palabras del vers. 12: “De cierto, de cierto os
digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aún
mayores hará, porque yo voy al Padre”.
¿Quiere decir esto que
nosotros haremos milagros más extraordinarios que los que Él hizo? Los Apóstoles
resucitaron muertos, y como Jesús resucitó a varias personas, pues las resurrecciones
por intermedio de los apóstoles no son mayores que las de Jesús.
Lo que el Señor está diciendo
a Sus discípulos es que Su partida no será en detrimento de Su obra redentora,
porque por medio de esa misma Palabra con la que El obró ¡nosotros haremos
obras mayores que las Suyas! Las obras mayores de las que Cristo habla es tomar
individuos que están muertos en sus delitos y pecados y traerlos a la vida por
medio de la proclamación del evangelio.
Comparen esta declaración del
Señor en Juan 14 con Su propia declaración en Juan 5: “Porque el Padre ama
al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le
mostrará, de modo que vosotros os maravilléis. Porque como el Padre levanta a
los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida… De
cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene
vida eterna; y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida. De
cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán
la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (Jn.
5:20-21, 24-25).
Darle vida a un muerto
espiritual es más extraordinario que resucitar a un muerto físico. Y los
discípulos tendrían la oportunidad de hacer obras mayores que las de Cristo
mismo, en el sentido de que, a través de la historia de la Iglesia, haciendo
uso de la misma Palabra que Él usó, millones habrían de ser salvos.
¿Acaso no fue eso lo que
ocurrió en el día de Pentecostés? El apóstol Pedro predicó la Palabra de Dios y
en un solo día se convirtieron 3000 personas, muchísimas más conversiones de
las que ocurrieron durante los tres años de ministerio de nuestro Señor
Jesucristo. ¿Cómo fue que ocurrió algo tan extraordinario? Por medio de la
predicación de la Palabra. Dios no ha prometido obrar por ningún otro medio.
Si queremos ver pecadores
siendo salvados y creyentes siendo fortalecidos, debemos proclamar la Palabra
de Dios (compare Rom.
10:17; Ef. 1:13; He.
4:12; Sant. 1:18; 1P.
1:23. Sin la Palabra de Dios no hay salvación ni crecimiento espiritual.
Ella es la espada del Espíritu, dice Pablo en Ef.
6:17, el instrumento por medio del cual Él opera en la vida de las
personas.
Lo que sucede es que esa obra
del Espíritu por medio de la Palabra no siempre es perceptible para nosotros;
por lo que muchos han decidido usar otros métodos que parecen más “efectivos”
para tratar de alcanzar a los de afuera y mantener a los que están dentro.
No sustituyamos la metodología
de Dios por la del hombre. Podemos hacer un montón de cosas más atractivas que
predicar la Palabra, y es muy probable que atraigamos a muchas personas a
nuestros cultos.
Pero no podremos traerlas a
Jesucristo para que tengan vida. Los pecadores no serán salvados, ni los
creyentes edificados, por ningún otro medio, sino a través de la proclamación
de la Palabra de Dios (ver 1Cor.
1:18, 21-25; Lc.
16:29-31).
La misma Palabra que Dios usó
para crear el mundo, es la misma que usa hoy para salvar a los pecadores y
conectarlos entre sí para la formación y fortalecimiento de las iglesias. No
fue por casualidad que la Iglesia nació en Pentecostés después de la
predicación de un sermón. Y tan pronto esas almas fueron salvadas ¿qué
hicieron?
“Así que, los que recibieron
su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas.
Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros,
en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hch.
2:41-42).
La dinámica de esta nueva
comunidad giraba en torno a la enseñanza de los apóstoles. Ese era el factor
principal. Que Dios nos ayude para que no nos dejemos seducir y terminemos
cambiando el método de Dios por técnicas de mercadeo.
Es haciendo uso de la Palabra
de Dios que veremos grandes obras en medio nuestro: Dios será glorificado, los
perdidos serán salvados y los creyentes serán edificados y fortalecidos en Su
fe únicamente por medio de la Palabra de Dios que vive y permanece para
siempre.
Por Sugel Michelén. Todo
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procedencia.
Fuente original: Coalición por
el Evangelio
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